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Opinión

Segunda transición

28 agosto, 2018 15:31

En el proceso de transformación de un régimen totalitario a uno democrático, que se produjo en España en los años 70/80, se originaron unos hechos que sirvieron de asombro y referencia al mundo, entre los que se encontraron la reconciliación de las dos Españas creadas en la República y consolidadas por el régimen del dictador posterior.

En ese proceso, se superó, o al menos por aquellos que padecieron la situación, se buscó olvidar las diferencias, relegar los enfrentamientos y afrontar sin odios un futuro en común.

Quedaron flecos pendientes de solventar, que se centraban en la búsqueda en las cunetas de los muertos, de uno y otro signo, que aún quedaban en las mismas; pero, para ello, no era preciso resucitar el odio y la división.

En la envidia del proceso de la transición y de la altura de miras de los que en él intervinieron, todos los presidentes que sucedieron a Suarez buscaron, propugnaron e intentaron entrar en la historia como aquellos que habían sido capaces de desarrollar la segunda transición.

Felipe, lo encaró como el primer presidente socialista de la democracia y en la frase de su segundo, Alfonso Guerra, de “dejaremos España que no la conocerá ni la madre que la parió”. Aznar, buscó exactamente lo mismo, siendo el Presidente de la regeneración política y la superación de la crisis y con la imagen de haber dejado el poder por voluntad propia y sin perder unas elecciones. Todo ello se truncó con el 11-M que, con sus claros y sus oscuros, hizo Presidente a Zapatero sin estar preparado, sin capacidades, … por “accidente” y, en esa falta de solvencia, nos hundió en la crisis más profunda que ha padecido España y se empecinó en la reapertura, no de las zanjas, sino de la heridas cerradas por quienes las padecieron, recuperando una situación que en la República acabó generado la división entre Españoles.

Rajoy, cobarde, no reconstruyó la unidad y quiso pasar a la historia como el salvador de la economía y le cayó en la cabeza la falta de acción y de cumplimiento del principio de regeneración política de su mentor, Aznar, acabando como si él fuese un corrupto y su partido la mafia, lo que ha sido usado por Sánchez, que ha sido capaz de aunar las fuerzas de la izquierda, de la canalla y antisistema para llegar al poder.

Sánchez, incapaz de gobernar, ni tiene, ni puede, ni sabe, se dedica a intentar utilizar la división entre españoles para tener una cortina de humo que encubra su incapacidad y estulticia, así como que le sirva para mantenerse en el poder.

Los antisistema, separatistas y zurriburris múltiples, necesitan como caldo de cultivo el caos, el incumplimiento de la norma, la división y el odio, exactamente los mismos condimentos que precisaba la cocina fascista, o de la dictadura comunista, y, en ese plato, se mueve Sánchez y, en tanto que añada más pimientas al sofrito, más daño generará y más cerca del abismo nos colocará, resultando que ni su partido, ni España, serán los beneficiarios de todo ello, lo será él, exclusivamente.

Desde el primer momento en el que este señor se hizo con el poder, se centró en dos apartados: uno, colocarse él, su esposa y sus amigos, saltándose la Ley, los controles, los mínimos de respeto y mérito; y dos, ahondar en la división y guerras innecesarias, que nos llevan, no a la mejora o reforzamiento de la democracia, sino a la soflama fascista en la que hay “buenos” y “malos”, los primeros los míos y los segundos los que no piensan como yo. Si esa es la democracia que pretende, se parece mucho a la que utilizó el fascismo en Europa.