Castillo de Ledesma, fortaleza para ejercer el poder fiscal
Lo que hoy día son pueblos acuciados por el fantasma de la despoblación, con una constante sangría de habitantes cada año en una línea descendente que parece no tener freno, fueron antaño poderosas villas con autonomía propia respecto a la capital de Salamanca. La provincia estaba entonces desmembrada en concejos con jurisdicción propia tanto en materia fiscal como judicial. No es de extrañar, por tanto, la existencia de construcciones que representasen esa ostentación de poder y control sobre los vecinos de estas localidades y las villas de su entorno. Es el caso de Ledesma, cuyo castillo protagoniza el duodécimo capítulo de la serie dominical sobre estos testigos mudos de la historia que esconden tras sus muros historias desconocidas para la mayoría de los salmantinos de este siglo XXI.
Conocido popularmente con el nombre de La Fortaleza, su forma actual se erigió en el siglo XV sobre otra anterior del siglo XII que mandó construir Fernando II de León. Y es que hasta el año 1161, Ledesma no era más que una aldea que, junto con todo el término circundante, estaba integrada en el alfoz de Salamanca desde la repoblación de la capital. Sin embargo, su situación estratégica a orillas del río Tormes, con sus cuarenta metros de foso, y su fácil defensa, facilitó la llegada a esta villa de gentes venidas del norte y mozárabes del sur. Pero lo más importante, Ledesma era el eje de la comunicación entre los territorios del norte y este del reino de León, pues se entrecruzaban seis vías pecuarias, algunas utilizadas como calzadas: la Colada de Fermoselle, el Cordel de Almeida, el Cordel de Ciudad Rodrigo, la Vereda de Asmesnal, la Vereda de Peñalvo y la Colada de Doñinos de Ledesma.
Por tanto, el castillo ejerció una importante labor fiscal, ya que se cobraba por los derechos de portazgo, es decir, una cuota establecida por atravesar el puente de la villa al formar parte de las antiguas cañadas de la Mesta. Así se recoge en el Fuero de Ledesma, con epígrafes dedicados a los tenderos, a quienes se reconoce la misma condición que a los vecinos con casa; en otros apartados se menciona a los alfaqueques, moros que se ocupan de comprar y rescatar cautivos musulmanes, y a los que sólo se permite estar en Ledesma durante un plazo máximo de tres meses; los menestrales que compran cuero de asno, mulo o caballo para hacer zapatos o suelas a pesar de la prohibición del concejo, que reserva estos cueros para los escudos militares, e incluso se regula la llegada de hombres de ‘fuera parte’ que venden mulos, caballos, yeguas, ovejas, asnos, carneros, cerdos, pescado seco, hierro labrado, aceite y hasta moros.
Tal trasiego de gentes exigía una aplicación sancionadora ejercida desde el castillo que hoy día resulta un tanto curiosa. Así, se establece que la violación de domicilio o allanamiento de morada se castiga con multas de sesenta sueldos cuando el asaltante pasa de la puerta del corral o de la casa pero no hiere, empuja, derriba ni mesa la barba de los habitantes; esta sanción asciende a trescientos sueldos tanto si se trata de casa de vecino como de hombre de Ledesma, de casa de aldea o de cabaña, si el allanamiento va seguido de heridas o golpes a sus habitantes; y se incluye que “la misma caloña paga quien rompe el sagrado de las iglesias de Ledesma y entra en alguna para sacar de ella al preso huido que se acoge a la protección del lugar sagrado”.
El alejamiento geográfico de las batallas con los musulmanes y los portugueses otorgó una época de esplendor a Ledesma, codiciada villa perteneciente a la Corona, que la cedió en numerosas ocasiones a los nobles mediante trueques por el dominio sobre otras localidades castellanas y extremeñas, llegando finalmente a finales del siglo XV a manos de Beltrán de la Cueva, duque de Alburquerque y el favorito de Enrique IV, cuyos descendientes fueron nombrados condes de Ledesma y dieron estabilidad a la posesión del castillo hasta la disolución del régimen señorial en el siglo XIX. Así, la villa, y por tanto su castillo, tenían dominio mercantil sobre 116 lugares, 35 alquerías y 30 despoblados situados en sus cinco rodas. Esta centralidad comercial y la bonanza económica se tradujeron en un importante incremento demográfico y la expansión del núcleo de población, con su respectiva muralla de ocho puertas de las que apenas se conserva una mínima parte.
Compuesta de sillares graníticos de gran tamaño semejantes a los de la muralla de Astorga y de planta trapezoidal, la Fortaleza de Ledesma demuestra su función anteriormente mencionada en la ausencia de una Torre del Homenaje y la ausencia de ventanas y defensas, a excepción del almenado, al contrario que la mayoría de los castillos de la provincia de Salamanca, edificados en momentos de contienda bélica durante la Reconquista. En su estructura destaca la puerta principal, con un arco gótico apuntado cimentado en la misma roca y remodelado con sillarejo, entre un cubo en forma de tronco de cono semicircular y otro poligonal más moderno y de sillería. A su lado se extiende un extenso tramo de muro y una torrecilla, fabricados con sillares almohadillados.
El castillo de Ledesma, actualmente propiedad del Ayuntamiento, es uno de los mejor conservados de la provincia charra tras su restauración, en la que se llegaron a retirar del patio de armas más de dos metros de escombro que lo cubrían. Ahora se emplea como monumento turístico y recinto para acoger diversas actividades culturales, aunando así en su Patio de Armas la historia que rezuman sus piedras con el colorido que aporta el folclore charro en cada uno de sus manifestaciones, un conglomerado único que convierten también a la Fortaleza en moderno guardián de las tradiciones.