Torreón ladrillado de Calzada de Don Diego en tierras de realengo
¿Quién no ha soñado en alguna ocasión con vivir en un palacio o un castillo? ¿Respirar la historia que mana a borbotones por sus muros, paladear un ambiente cargado de avatares y desventuras, protagonistas del devenir del ser humano? En los albores del siglo XXI, cuando otorgar su justo valor al pasado se pone constantemente en entredicho, todavía es posible cumplir tal deseo en la provincia de Salamanca, pues algunos torreones pueden presumir de un gran estado de conservación gracias a su pertenencia a manos privadas que han sabido rescatarlos del fantasma del olvido que acecha a estos testigos mudos de la historia. Es el caso del castillo de la finca El Tejado, dentro del término municipal de Calzada de Don Diego, protagonista del decimoquinto capítulo de esta serie dominical.
El origen de esta magnífica torre de ladrillo, con ventanas y saeteras, coronada de almenas, es dudoso. A menudo se suele confundir en los escritos con el antiguo castillo de forma trapezoidal situado en el núcleo principal de población de Calzada de Don Diego, del que sólo quedan los restos de una torre junto a lo que hoy es la autovía de Castilla que va desde Salamanca hasta Ciudad Rodrigo. Pero la finca El Tejado se encuentra a varios kilómetros de la localidad, en pleno llano de lo que puede comenzar a considerarse como Campo Charro.
Así, se suele fechar su construcción entre los siglos XIV y XV, época esta última en que, con los reinados de Juan II y Enrique IV, se establecen los grandes estados señoriales de la provincia charra y otros de menor índole aprovechando la debilidad del poder real y otras instituciones como el Concejo Salmantino, por lo que entonces se reforman los castillos ya existentes y se levantan otros de nueva planta.
Sin embargo, su composición de ladrillo es única en toda la provincia, similar a las iglesias mudéjares de siglos anteriores que se encuentran sobre todo en las comarcas de Peñaranda y Alba, al contrario de otras fortalezas donde predomina la mampostería de granito con sillares en las esquinas. Esta tesis se refuerza con la existencia de este núcleo de población ya en el año 1265, dentro del llamado Cuarto de Baños del Obispado de Salamanca, bajo el nombre de El Tellado, diferenciado claramente de Caniellas de Calçada, que hoy es Calzada de Don Diego, según consta en el Archivo de la Catedral de Salamanca y el Archivo Histórico Provincial.
Pero, ¿por qué construir un castillo en una zona totalmente llana, sin aparentemente funciones militares, en terrenos de nadie cuando se estaba en plena repoblación cristiana y los grandes concejos salmantinos como Ledesma, Alba de Tormes, Béjar y Ciudad Rodrigo podían considerarse todavía como meros gérmenes? ¿Por qué edificar este torreón cuando los principales esfuerzos de la Corona se centraban en las Sierras de Francia y Béjar, estableciendo una línea de defensa contra los ataques de los musulmanes tras haberse establecido una frontera estable?
Los castillos nunca son una obra aleatoria sin motivo y su construcción se debe siempre a circunstancias políticas, económicas, sociales y geográficas. Entonces, esta zona ya tenía cierta relevancia dentro de la recaudación anual del Obispado salmantino con una cantidad de maravedíes a pagar en función de su respectivo potencial demográfico y económico, formando parte de un concejo menor que tenía como epicentro a Matilla de los Caños. Tal era la importancia otorgada a este territorio que en el siglo XV, cuando esta localidad se denomina El Texado, un término ya más cercano al actual, fue objeto de deseo de un usurpador, el caballero Gómez de Benavides, quien se hizo con los pequeños concejos de San Muñoz, Vecinos y Matilla de los Caños, engrandeciendo estos núcleos en detrimento de aldehuelas próximas que despoblaba.
Posteriormente, ya en el siglo XVI, la zona pasa a manos del marqués de Frómista y continúa ostentando cierta relevancia dentro de la composición concejil de lo que hoy es la provincia de Salamanca, donde entonces predominaban por encima de todo dos familias, los Estúñiga o Zúñiga, duques de Béjar y Miranda con posesiones en todo el sur salmantino y norte extremeño, y los Álvarez de Toledo, más conocidos como la Casa de Alba, con propiedades en todo el oeste y este salmantino, además del territorio anexo de la provincia abulense.
A finales de este siglo y principios del siguiente, el término municipal contaba con fuertes defensas a raíz de la sublevación lusa contra Felipe II, lo que propició una peculiar guerra de secesión que culminó con la independencia de Portugal a mediados del siglo XVII. Algunos caciques del vecino país vieron en esta revuelta una oportunidad para satisfacer sus anhelos personales de dominio y poder, como el gobernador de la Beira, que inició una campaña de asedio por la provincia de Salamanca que llegó hasta el término de Calzada de Don Diego en 1643, oponiendo gran resistencia a su conquista. Fruto de estos avatares, el castillo de la localidad principal quedó totalmente mermado, no así el torreón de El Tejado, cual perla marcada por el imprevisible destino que en otras ocasiones se cebó, con menos motivos, con otras fortalezas de la provincia charra de mayor estructura, composición y resistencia.
Después de cientos de años de cierto bienestar económico y distinción señorial dentro de los territorios de las coronas de León y Castilla, este siglo XVII trae consigo el inicio de la despoblación de la mitad oeste salmantina y una precaria situación de los campesinos. Las constantes guerras que se sucedieron fueron a asfixiar a quienes ya no pudieron soportar la escasez de las cosechas, el aumento del precio de los arrendamientos y lo que consideraban la tirana conducta de los propietarios. Por este motivo, estas tierras comenzaron a ser pasto del olvido y sus núcleos de población se fueron reduciendo a fantasmales aldeas. El reparto jurisdiccional convierte entonces a esta zona en tierras de realengo, de menor importancia frente a las grandes posesiones señoriales que se repartían a lo largo y ancho de la provincia charra, así como los señoríos eclesiásticos y la posesión de órdenes militares.
Pasado este momento, los castillos y fortalezas salmantinos, perdida en gran parte su finalidad, van desapareciendo en las páginas de la historia. Así ocurre con el Torreón de El Tejado, tan visible en una amplia llanura de tierras de labranza, pero tan escondido para el devenir de quienes desean rescatar del polvoriento baúl de los recuerdos la intrahistoria de estos muros que coparon en su día páginas de pergaminos y remilgados libros. Pero como el destino siempre es caprichoso, lo que en su día fue abandonado por los campesinos por falta de rentabilidad es en la actualidad una finca particular que se usa como explotación agropecuaria, propiedad del duque de Alba, en este caso desafiando al inexorable paso del tiempo y su demoledora acción sobre los castillos de la provincia, que ha permitido la conservación de un peculiar torreón ladrillado que se sale fuera de lo común dentro de la estructura y composición que aún pueden observarse en territorio charro como ejemplo de un pasado más glorioso.