Tarde completísima
Sahagún y primer sábado de julio, a la vuelta de la celebración el viernes del día consagrado a San Proceso y San Martiniano, mártires que antes de santos fueron carceleros, ejemplo en el que tal vez tuvieran que mirarse algunos anti taurinos, carceleros a la moderna de la libertad: comienzo de las semifinales del Circuito de Novilladas de Castilla y León, a mi juicio de organización estupenda y además modélicamente retransmitido por CyLTV, pulverizando registros de telespectadores, en esta ocasión con Damián Castaño de afortunado comentarista, junto al titular Víctor Soria, (qué acierto el de contar con toreros jóvenes), con el incombustible Santos García Catalán micrófono en ristre y con Carlos Martín Santoyo sazonadamente al frente de un equipo que ha demostrado que sabe estar a lo suyo. Que no es pontificar sino contar y lucir cuanto acontece en el ruedo, donde a fe mía que ayer aconteció mucho.
Mucho y, además, excelente, empezando por el buen hacer de picadores como Óscar Bernal, que estuvo imponente, y la maravilla de toreros de plata como Talaván, Zamorano, Jarocho (cómo fija los novillos desde la quietud) o Sergio Aguilar y muy especialmente de Fernando Sánchez, a quien da gusto ver en todos y cada uno de los lances, ya sea pareando, ya sea en los quites, siempre oportuno, eficaz, bien colocado, alegre, suelto y felino. En una plaza de tercera o en Las Ventas, son hombres que se entregan con la misma sabiduría, pasión y profesionalidad, sin malograr a los animales con capotazos de más ni aliviarse con capotazos de menos, conscientes de que velan a unos jóvenes diestros en sus primeros pasos, dificilísimos y comprometidos. Dictaron una lección, daba gusto verlos.
Y si daba gusto ver a las cuadrillas, pues qué decir de los astados de Montalvo y Valdellán, algunos de ellos auténticos novillos-toros, con dos singularmente destacados, uno por divisa: “Marfil”, de la vacada salmantina, que embestía mucho mejor que bien, codicioso y repitiendo; y “Buenastardes”, berrendo y con lucero, encastado hasta decir basta, santacolomeño en grado de excelencia, despedido en el arrastre con una ovación larga y merecidísima. Complicados y a más fue, a mi juicio, el primero de Valdellán, “Montañés”; y complicado y a menos, insisto: a mi juicio, el segundo de Montalvo, “Rebujo”. En conjunto se trató de un encierro interesante.
Manuel Diosleguarde maneja el capote con sutiliza vibrante y sabe de sobra lo que se hace con la muleta, pero ¡ay!, falló con la espada, lo cual representa un peligro demasiado grave en la proximidad de la alternativa. Además, yo creo que se pasó de faena, con muletazos de más en todas las series de ambos novillos, y también sentí que dudaba a la hora de cuadrarlos. Con valor desbordante, sabe llegar a los tendidos y eso vale su peso en oro.
Por su parte, Jaramillo va por sus pasos, que son los iniciales (acaba de debutar con caballos), con momentos muy conseguidos pero también fallando con los aceros, lo que en su caso resulta explicable, porque la suerte suprema únicamente se conquista en la cara del toro, lo que requiere tiempo, carretón y oportunidades, precisamente lo que menos hay. A mí me dejó una impresión esperanzadora, refrendada por sendas orejas, quizás generosas, lo que dista mucho de parecerme mal con los novilleros que empiezan.
Ahora bien, para impresión más que esperanzadora la que sembró Sergio Rodríguez, al que correspondió el lote más desigual. Nada sencillo su primero, el ya mentado “Montañés”, que se colaba por el pitón derecho y soltaba la cara, y con muchas exigencias el berrendo de Valdellán, encastadísimo, como indiqué más arriba. Qué sensaciones tan prometedoras desprende el novillero abulense, basadas en lo bien que coge las distancias y en el dominio de las alturas, en la profundidad con que baja la mano, en el sentido con que maneja los vuelos de la muleta y en la naturalidad del temple. Salí de la plaza con impaciencia por encontrarlo en la final.
En resumidas cuentas, tarde completísima la de Sahagún.