Ocurre con frecuencia que, al comentar con amigos y conocidos que vamos a empezar a cuidar la dieta, muchos parecen tener el título de nutricionista y se apresuran a indicarnos qué es aconsejable tomar y qué no. Incluso, sin haberlo probado ellos mismos en ocasiones, argumentan que han leído por aquí y por allá que tal alimento es bueno, que tal otro mejor tomarlo en el desayuno, que es aconsejable esquivar cierto producto porque tiene demasiadas calorías, que aquel otro ni tan siquiera mirarlo porque es una fuente de hidratos de carbono… Y así un largo etcétera.
De ahí que, a buen seguro, hayamos escuchado en más de una ocasión que es mejor tomar pan integral en lugar del blanco, que la leche desnatada sienta mejor a nuestro organismo que la entera o que debemos sustituir las sabrosas hamburguesas de carne que tanto nos pirran por las vegetales. Pues bien, lo creamos o no, muchos de estos clichés alimenticios no dejan de ser una falacia o tener solo parte de verdad. Es decir, que si vamos al supermercado y compramos estos productos pensando en cuidar nuestra salud, posiblemente estemos malgastando nuestro dinero sin que contribuya a una correcta nutrición.
Suele ocurrir con el pan integral. Tan habitual en nuestra dieta mediterránea, raro es el hogar que no pone una barra de pan cada día sobre la mesa a la hora de comer. Y al ser un añadido de nuestras comidas, es bastante habitual que tratemos de abandonarlo cuando queremos controlar la dieta y bajar de peso. Para quienes no pueden prescindir del pan, la alternativa suele ser recurrir al integral, puesto que solemos escuchar y leer que es más saludable, que contiene menos calorías.
Lo que sucede es que el pan que nos venden con la etiqueta de integral rara vez cumple las características propias de este tipo de pan. Los nutricionistas insisten en que el mejor pan para la dieta es el que está elaborado con harina integral, es decir, con el grano completo, lo que provoca que no pierda ni las vitaminas, ni los minerales ni la fibra. El pan más saludable, además, se hace con levadura de masa madre, lo que no solamente aleja a quien lo toma del sobrepeso, sino también de la diabetes de tipo 2.
Esto hace que el pan integral sea mucho más beneficioso para nosotros que el pan blanco, que se elabora con harinas refinadas, esto es, aquellas que contienen granos a los que les quitan tanto las vitaminas como los minerales y la fibra. Solo se salva aquel pan blanco que se elabora artesanalmente, para lo cual se utilizan harinas poco refinadas y levadura de masa madre, lo que lo convierte en un alimento más nutritivo. Pero como dar con un pan con estas características resulta no solamente más difícil sino también más costoso para nuestro bolsillo, lo que la lógica nos dice es que nos decantemos por el pan integral.
Y es aquí cuando caemos en la trampa, porque todos los panes que encontramos a día de hoy en el supermercado están elaborados con harinas procesadas, contienen levaduras artificiales, azúcares, grasas e incluso masas que permiten que se puedan hacer más rápidamente. Esto provoca que desaparezcan la mayoría de nutrientes y que se conviertan en un gran puñado de hidratos de carbono y otros componentes no del todo recomendables. De ahí que no sea buena idea creerse a pies juntillas que el pan integral es bueno de por sí.
Si queremos aprovechar los beneficios que el pan integral tiene para nuestra salud, entonces tendremos que prestar mucha atención. Por ejemplo, en las etiquetas encontrar aquellos que tienen como ingrediente principal la harina integral o de grano entero, o que al menos tengan más del 20 % de este componente. No conviene guiarnos por el color: que tenga un tono marrón no quiere decir que sea un pan integral. Por esto mismo, si compramos el pan en una panadería, podemos preguntar y cerciorarnos de que tiene los componentes adecuados para ser integral. Si no lo hacemos, estaremos pensando que es saludable cuando en realidad es igual de perjudicial que el resto.
No toda la leche desnatada es de calidad
Con la leche ocurre lo mismo que con el pan: aunque nos vendan que existen distintos tipos, con distintas características y propiedades nutritivas, lo cierto es que no están correctamente diferenciadas. El primer punto que debemos tener en cuenta es que toda la leche que se vende en los supermercados se somete a un proceso de desnatado, para así reequilibrar más tarde la cantidad de grasa que llevará, ya que la actividad del animal cambia a lo largo del año y, por lo tanto, se altera el porcentaje que contiene esta bebida.
Una vez desnatada la leche, se le añade la grasa en función de los niveles que marca la ley para que sea entera, semidesnatada o desnatada, a la que no se le añade la grasa. Esta es la principal diferencia entre un tipo de leche y otra. Y aunque muchos piensen que el mero hecho de quitarle a la leche la grasa hace que ya sea más saludable que el resto, no podemos pasar por alto que en ese mismo proceso también se pueden perder vitaminas liposolubles, como el retinol, el calciferol y el tocoferol.
Los fabricantes aseguran que luego esas vitaminas las añaden de forma artificial. Esto, a priori, haría que nutricionalmente todos los tipos de leche tengan los mismos valores, a excepción de las calorías. Pero al fin y al cabo no todas son iguales y, al contrario de lo que pensamos, los últimos estudios al respecto han venido a demostrar que la entera puede tener propiedades saludables adicionales.
Desde aquellos que aseguran que, al contrario de lo que se pensaba, los productos lácteos grasos no afectan a la obesidad y que incluso la previenen, ayudando también a evitar la diabetes, hasta esos otros que venían a indicar que quienes consumían leche o yogures desnatados tenían mayores tasas de obesidad, diabetes y problemas cardiovasculares. El problema, como demostró recientemente un gran estudio, es que gran parte de los lácteos comercializados contienen mucho más azúcar de lo esperado- especialmente entre los productos más magros, porque se usa para simular el sabor de la grasa perdida.
Las deliciosas hamburguesas… de carne
El último producto que muchos intentan vendernos como beneficioso para nuestra salud, sin que así lo sea necesariamente, son las hamburguesas vegetales. Una de las principales premisas que debemos aplicar para cuidar nuestra alimentación es evitar los productos ultraprocesados.
Es por ello que las hamburguesas vegetarianas, aquellas que nos presentan como hechas con guisantes y espinacas, con berenjenas o con calabaza, no son tan saludables como aparentan. Aunque no llevan componentes de origen animal, sí que contienen almidones añadidos, aceite de girasol refinado, aditivos y, en definitiva, poca cantidad de productos nutritivos. A eso se suma que contienen una gran cantidad de sal.
¿Es mejor una hamburguesa vegetal que una de carne? Sin duda, pero si repasamos los componentes de las etiquetas de este tipo de productos que encontramos en los supermercados, comprobaremos que esta regla solo se cumple si las hacemos nosotros. Es la mejor manera de controlar que los ingredientes son los adecuados y que no añadimos ningún aditivo que convierta este alimento saludable en uno nada recomendable para nuestra alimentación.
Al final, la principal lección que tenemos que aprender es que no debemos creernos todo lo que nos cuentan, porque en temas de alimentación ni todo es blanco ni todo es negro. Esto nos obliga a prestar mucha atención a lo que comemos, para cuidar de forma efectiva nuestra dieta y no pensar que estamos comiendo de forma saludable cuando, en realidad, solo nos estamos engañando a nosotros mismos.
[Más Información: El animal que da la mejor carne para comprar en la carnicería y te sorprenderá]
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