El amargo balance de la muerte por suicidio en España: rompe la tendencia al alza pero deja más de 4.000 víctimas anuales
- La autolisis deja de ser la primera causa de muerte externa y pasa al segundo lugar, por detrás de las caídas accidentales.
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España ha roto la tendencia al alza de los suicidios. En 2023 se quitaron la vida 4.116 personas, un 2,6% menos que el año anterior. Son los datos definitivos publicados esta semana por el Instituto Nacional de Estadística (INE). Por desgracia, están lejos de la reducción del 6,5% que auguraban los números provisionales que publicó el organismo el pasado junio.
Aun así, todo descenso es "reconfortante", indica Miguel Guerrero, Coordinador del grupo de trabajo de prevención del suicidio de la Sociedad Española de Psicología Clínica. "Son 111 vidas humanas que no hemos perdido como sociedad y las mismas familias que evitan una experiencia traumática y sumamente dolorosa", cuenta.
La diferencia entre los datos esperados y los definitivos se debe al retraso que se pueden ocasionar el proceso judicial de registro, la autopsia o la cumplimentación de datos por parte de organismos, explica el psicólogo. Las últimas cifras publicadas contienen cientos de casos que todavía no se habían computado en verano.
Toda disminución es buena, pero, en este caso, es insuficiente. Se siguen sin recuperar los niveles prepandémicos, cuando no se superaban los 4.000 casos al año. "Seguimos en cifras muy altas a pesar de que hayamos reducido las tasas respecto al año anterior", cuenta Yolanda Sánchez, investigadora del Centro de Investigación Biomédica en Red (CIBERSAM) y de la Plataforma Nacional para el Estudio y Prevención del Suicidio.
Aun así, se nota que los efectos de la pandemia se van diluyendo. Durante la crisis del coronavirus, las restricciones necesarias para frenar la enfermedad derivaron en una falta de apoyo social que debilitó las relaciones sociales, informa la psicóloga. Sobre todo, en el caso de los solteros y las personas mayores.
El fin de ese aislamiento y la recuperación económica que ha ido propiciando el paso del tiempo. No obstante, la investigadora de CIBERSAM invita a ser cautos: "Pueden volver a ascender".
Lo más importante, destaca la psicóloga, es que el suicidio sigue existiendo y que han muerto más de 4.100 personas por esta causa. "Sigue siendo una cifra muy importante". Para Guerrero, la sociedad debe plantearse las siguientes preguntas: "¿Podemos hacer más?" y "¿existen acciones preventivas suficientes para hacerlo posible?".
Parece que esta tendencia a la baja, también se está produciendo en 2024. Según el INE, en los primeros seis meses de este año se registraron 265 suicidios menos que en el mismo periodo del año anterior. "Cuanto menores sean las cifras, más esperanza anida". Sin embargo, Guerrero vuelve a recordar que los del pasado semestre son datos provisionales, por lo que todavía no se dan las condiciones para poder hacer una predicción.
Otro detalle que ha subrayado el INE es que el suicidio ha dejado de ser la primera causa de muerte externa en España. Lo había sido desde el año 2008, explica Guerro. Ahora ese puesto lo ocupan las caídas accidentales, aunque la autolisis no se ha ido muy lejos y ocupa el segundo puesto. A pesar del cambio, "ni mucho menos podemos ser optimistas", recalca Sánchez.
Guerrero señala que hay que poner en marcha acciones y planes que permitan evitarlo y reducir su incidencia. "Se ha hecho un gran avance en accidentes de tráfico a diferencia del suicidio en nuestro país. Ser primera, segunda o tercera causa no debería ser el criterio para actuar o mostrar mayor preocupación", enuncia.
Diferencias por edad
Si se dividen los datos por edades, los grupos en los que se detectan los mayores picos son los de personas entre 30 y 39 años y quienes tienen entre 55 y 59. La investigadora de la Plataforma Nacional para el Estudio y Prevención del Suicidio explica que no se pueden conocer los factores de riesgo y protección de cada grupo etario mirando únicamente las cifras. No obstante, sí que hay algunos elementos psicosociales y socioeconómicos que son importantes.
En el caso del primer grupo, es una edad de transición personal en la que se produce una consolidación familiar y laboral, pero las últimas crisis han retrasado ese fenómeno. "No alcanzar las metas esperadas puede causarles frustración", apunta la psicóloga. A esto se suma también la presión social respecto a esas expectativas. Algunas personas pueden sentir que no cumplen ni las propias ni las que ponen los demás sobre ellas, por lo que pueden sentir que fracasan.
Además, pueden sentir mayor presión por motivos laborales y económicos. Se les pueden juntar las responsabilidades vinculadas a formar una familia con las del trabajo, derivando en un gran estrés para estos individuos, expone Sánchez. "Esos sentimientos de soledad y de frustración por no haber alcanzado esos objetivos sociales que se estiman como necesarios, añadido a no lograr la independencia, pues también sería un factor importante".
En las personas de entre 55 y 59 años, la psicóloga teoriza que también puede estar relacionado con la pérdida de independencia. A esta edad pueden comenzar a aparecer problemas de salud que contribuyan a esa disminución, argumenta.
La cercanía de la jubilación o, al contrario, el despido a esa edad puede hacer que enfoquen el futuro de una forma negativa debido a esa falta de expectativas. En ese momento de la vida, muchas personas han hecho del trabajo una parte de su identidad y pueden sentir que su vida va a perder sentido sin ello.
Ellos se suicidan más
Si se filtran los datos según el sexo, los hombres cometen más suicidios que las mujeres. "A este fenómeno se le conoce como paradoja de género", cuenta Guerrero. Un concepto que, aunque cada vez cuenta con más conocimiento, aún está lejos de conseguir una explicación definitiva, detalla.
El psicólogo desgrana que ellos manifiestan una mayor intencionalidad suicida, utilizan métodos más letales de suicidio (ahorcamiento, precipitación, arma de fuego) y demuestran una baja necesidad percibida (creer que pueden solos). Esto hace que sufran sin pedir ayuda por miedo o estigma social, consuman más alcohol, y tengan estilos de afrontamiento más ineficaces ante las adversidades y las pérdidas o encuentren más barreas asistenciales
El profesional de la SEPC reconoce que sería bueno conocer cuáles son los valores culturales ligados a la masculinidad que influyen en estos aspectos. Es una realidad que existen "mandatos patriarcales, patrones de socialización de género, presiones evolutivas y normas culturales que afectan a los hombres", manifiesta. El resultado es que se ven condicionados a la hora de manifestar el malestar, pedir ayuda y gestionar el sufrimiento, pudiendo sentirse atrapados dentro de él.
Cómo abordarlo
"Se debería crear un observatorio de prevención de la conducta suicida a nivel nacional que permita mejorar la calidad, precisión y agilidad de los datos", apunta Guerrero. A la vez, también habría que identificar "los puntos negros y los lugares con mayor mortalidad o incidencia de conductas suicidas". Con esta información, el psicólogo cree que se deberían analizar, estudiar y proponer acciones concretas, integrales y multicomponente para atajarlo.
El pasado septiembre, el Ministerio de Sanidad anunció la creación del Plan para la Prevención del Suicidio, que espera que se apruebe a lo largo de 2025. La estrategia que ahondará en las causas que lo desencadenan y que contará con una financiación específica para poner en marcha medidas específicas que puedan acabar con este fenómeno.
Sánchez destaca la importancia de contar con los pacientes que ya han tenido algún intento de suicidio para elaborar este tipo de medidas, ya que es uno de los mayores indicadores de riesgo. "No hay nadie mejor que nos indique cuáles son los factores de riesgo y de protección".
Guerrero lamenta que no se esté haciendo lo suficiente para acabar con estas tasas. "La lucha es insuficiente, descoordinada e ineficaz en muchos casos". El psicólogo denuncia que la carencia de una estrategia nacional ha impedido que las medidas preventivas sean más efectivas. La falta de conciencia social en la ciudadanía y de recursos, sumado al escaso compromiso político, son barreras difíciles de sortear. "Podemos y debemos poner en marcha más acciones dirigidas a la prevención", sentencia.