Noa tiene 6 años, es rubia, tiene el pelo liso y unas botas grises que calientan sus pies. Son las nueve de la mañana, en Madrid hace frío y está esperando en la fila para pasar por peluquería y maquillaje. Está sentada en una silla de plástico verde que la separa del resto de niñas que miran absortas el móvil olvidando que tienen una compañera al lado. Noa tiene síndrome de Down y es modelo. Está esperando en el backstage para participar en la FIMI, la feria internacional de moda infantil de la mano de la Fundación Garrigou, que quiere normalizar la situación de estos niños y niñas con capacidades diferentes a los demás.
Con algunos problemas para el habla, Noa dice que va a desfilar de la mano de otra niña. Su madre traduce, con los ojos como vasos a punto de rebosar. La niña, nerviosa; la madre, feliz e impaciente. No quiere ir al cole, está deseando salir a la pasarela. Y lo repite, tranquila, con pausa. Sílaba a sílaba dice “des-fi-lar”. Sabe que se va a poner un vestido con “cal-ce-ti-nes”. La madre está histérica. “Hoy no he dormido”, confiesa.
Noa no es la única. Un total de cinco niños con síndrome de Down desfilarán con prendas de diferentes diseñadores junto a otras niñas que no lo tienen. Entre ellos está Sofía, la más veterana, y cuya madre defiende la participación de niños con síndrome de Down en este tipo de eventos. “No es que quiera serlo, es que ella dice que ya es modelo. Hoy se ha despertado la primera, lo ha hecho todo perfecto para salir y desfilar. Es su pasión”, cuenta Patricia, mucho más calmada que la mamá de Noa.
“Es el momento de la normalización. Se han dado cuenta de que desfilan como uno más, que los hay guapos, feos, como todos los niños, hacen un casting como cualquier otro y allí están, dándolo todo y demostrando que son capaces. Les viene muy bien. Es un momento en que los niños pequeños tienen un acercamiento con otras capacidades y aprenden mucho”, comenta. "Y no cobran nada de nada", explica otra.
Junto a Noa y Sofía esperan mini modelos de pasarela que gritan a los cuatro vientos que ya son modelos. Sofía imita los movimientos y juegos de sus compañeras. Tienen entre 4 a 12 años y están rodeados por sus padres y familiares que no han querido perderse la ocasión para vivir de cerca un desfile de modelos.
Es el caso de una madre de Ciudad Real que acompaña a su hija desde hace cuatro años por las pasarelas de España. “Ella está feliz, se lo pasa muy bien y tiene aquí sus amigos desde hace años”. Esta madre tiene claro que lo primero es la Educación. “De mayor quiere ser cirujana o notaria. Lo primero hay que estudiar. Esto es un juego. Lo tengo claro y ella también. Lo demás ya surgirá”, comenta mientras espera en la cola para la peluquería.
“Ten cuidado hijo, que van a decir que este chico no está peinado”, recrimina una madre. “Pero mami, a mí todavía me tienen que pintar”, advierte una niña.
Son muchos los niños que llegan a Madrid desde otras partes de España sólo para este día. “Para jugar”, como dicen todos. Desfilan para Nieves Álvarez o Ágatha Ruiz de la Prada. Elena Villalobos, jefa de comunicación de N+V Villalobos + Nieves Álvarez, dice que su “pequeño grano de arena es subir a estos niños con síndrome de Down a la pasarela y darles visibilidad para normalizar y para que vea todo el mundo que son niños con capacidades diferentes y que disfrutan como todos”.
Son las 11:15 de la mañana y el desfile está a punto de empezar. Los organizadores corren, gritan y buscan a todas las niñas para que estén preparadas. Todavía queda alguna rezagada en maquillaje dándose los últimos toques de pintalabios y colorete. Mientras esto ocurre, las madres visten a sus hijos con los modelos que tienen asignados en los percheros metálicos. De estos 'burros' cuelgan modelos de colores, de diferentes texturas y cortes que vestirán los pequeños maniquís unos minutos después.
La prisa aprieta y el volumen de los gritos es cada vez mayor. “Quedan dos minutos”, chilla una. “Las niñas de Mauli”, grita otra arengando a las pequeñas a formar fila cual mini soldados. El juego, ese que las madres defendían, se ha convertido de repente en una obligación. Niñas serias, nerviosas y rectas, casi sin moverse. Preparadas en el umbral de la pasarela para caminar frente a las cámaras. Esas que les devuelven a la realidad y que les recuerdan que el juego se acabó.
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