La penúltima versión de la cabecera de El Español fue un semanario con pretensiones de convertirse en el pilar del pensamiento falangista. No lo consiguió, pasó varias etapas, pero no abandonó la marca que le impuso Juan Aparicio, su primer director, cofundador de Falange, Delegado Nacional de Prensa entre otros muchos cargos relacionados con el periodismo, y uno de los grandes censores de la dictadura.
“Si hubiese que resumir todo el periodismo de posguerra solo en dos palabras, estoy seguro –escribió Jaime Campmany en 1967- que el resultado sería Juan Aparicio”. Este granadino nacido en 1906 tuvo una larga trayectoria periodística anterior a la recuperación de la cabecera de El Español. Publicó sus primeros artículos en La Gaceta literaria, en 1927, y luego, en Madrid y junto a Ramiro Ledesma Ramos, fundó La Conquista del Estado y fue redactor de la revista JONS. Durante los años de la Segunda República trabajó de profesor de Redacción en la escuela de periodismo de El Debate. También colaboró en El Sol, Informaciones y Ya. Al estallar la guerra perteneció a la primera Oficina de Prensa y Propaganda, lo que marcó su futuro profesional.
En noviembre de 1940 apareció la revista Escorial, abanderada de un falangismo heterodoxo, más abierto, y dirigida por Dionisio Ridruego, Jefe Nacional de Propaganda de FET y de las JONS, y Laín Entralgo. Detrás estaba Serrano Suñer, por lo que la guerra por el poder dentro del falangismo estaba servida. Juan Aparicio quiso contrarrestar el intelectualismo y el aperturismo de Escorial con una publicación más política y doctrinal, de batalla, ciertamente servil con Franco, que hiciera bueno el dicho de las JONS: “actuales frente a intelectuales”. Tan fue así que Aparicio solicitaba textos a sus colaboradores terminando sus cartas con un: “Te saluda brazo en alto, J.A.”.
De esta manera, Aparicio, siempre detrás de Gabriel Arias-Salgado, ya como Delegado Nacional de Prensa del Movimiento y director de la Escuela Oficial de Periodismo, fundó El Español, semanario de la política y del espíritu. El primer número salió el 31 de octubre de 1942 con una portada donde aparecían un retrato del dictador, pintado por Suárez del Árbol, y el texto “Arriba los españoles”, redactado por Aparicio. Dejaba claro en ese editorial que el nuevo El Español poco tenía que ver con las cabeceras anteriores. Había un claro desprecio a la intelectualidad y a su europeísmo, participes, según decía, de la “España rota y sin vértebras”. Aun así: "Nos solidarizamos con todos los proyectos anteriores de elegir este título nuestro de El Español, aunque somos participantes de la primera generación con genio de España, para quienes ofrecen validez los vocablos proféticos de que ser español es lo más grande y lo más difícil de cuanto se puede ser en este mundo".
La primera etapa, que se publicó hasta mayo de 1947, en una tirada semanal de doce páginas, contó con la colaboración de Yela Utrilla, Pedro de Lorenzo, Agustín del Río, Sáinz Mazpule, y Luis Legaz, entre otros, pero estaba muy alejada de los grandes nombres de Escorial, como Torrente Ballester, Pio Baroja, Azorín, Menéndez Pidal, Gregorio Marañón, o Emiliano Aguado. Los artículos de El Español, mucho más básicos y ortodoxos, combinaban los planteamientos políticos y sociales falangistas, que ligaban la situación española al fascismo italiano y al nazismo alemán, con testimonios de los soldados de la División Azul, y textos de corte histórico y literario. Escorial desapareció en 1950, y Aparicio siguió siendo el factótum del periodismo español, del que dijo Ridruejo: “Aunque ciertas actitudes de Aparicio me irritaban mucho, (…) había favorecido también a muchas personas desvalidas, (y) había abierto cauces de promoción a muchos jóvenes”.
En la segunda etapa, entre junio de 1953 y agosto 1962, se modificó el nombre: El Español, semanario de los españoles para los españoles, con un formato más pequeño y más páginas. La publicación retomó el pulso inicial, convirtiéndose, junto al diario Arriba, en la ortodoxia del régimen. Sus editoriales fueron en ocasiones de inserción obligatoria en periódicos como ABC, por orden de Juan Aparicio. Pero se vivían los últimos tiempos de apogeo del falangismo. La crisis de 1956, el fracaso de los proyectos políticos de Arrese y el ascenso de los tecnócratas, provocaron cambios. Adolfo Muñoz Alonso, filósofo y falangista más amable, se hizo cargo de la Escuela Oficial de Periodismo y asumió la dirección de El Español desde 1959 a 1962. La publicación no varió: apología de Franco y del desarrollo económico, la unidad de la patria y el catolicismo, en un forzado ambiente de felicidad general. En el verano de 1962, Ignacio Agustí fue nombrado director de El Español, pero la revista no tuvo éxito y cerró en 1968.
Lo que queda de aquel semanario franquista fue la nómina de escritores y periodistas que pasaron por sus páginas, o que iniciaron en ella su carrera. Camilo José Cela publicó por entregas “Pabellón de reposo” (1943). José Díaz de Villegas, Coronel de Estado Mayor y Director General de Marruecos y Colonias, firmaba unos estudios muy completos sobre el norte de África y cuestiones militares con el seudónimo de “Hispanus”. También desfilaron por sus páginas Pedro Álvarez Gómez, Rafael García Serrano, Pedro de Lorenzo, Gonzalo Torrente Ballester, Miguel Villalonga y Juan Antonio de Zunzunegui, junto a Eugenio d´Ors, Sánchez Mazas, Eugenio Montes, Josep Pernau, o Emilio Carrere. También publicó Josep Pla, que se quejaba irónicamente de los cambios que Aparicio hacía en sus textos. Y Manuel Vázquez Montalbán, cuyo primer artículo salió en junio de 1960 describiendo la convivencia de unos estudiantes –él mismo- con unos campesinos. El escritor catalán publicó un total de 52 artículos, hasta que en mayo de 1962 fue detenido en una manifestación antifranquista por la que cumplió 18 meses de condena.
Esa fue la penúltima etapa de la cabecera histórica de El Español, muy distinta de las pasadas y presente, en las que procuraron que el propósito de un país mejor, más instruido y consciente de su entorno, no se alejara un centímetro de la libertad.
***Jorge Vilches es doctor en Ciencias Políticas y Sociología y profesor de Historia de Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la UCM.