La mirada de los fotoperiodistas sigue cumpliendo, en un momento de sobreexposición de imágenes, una labor fundamental: la inclusión en el relato informativo de realidades que, de otra manera, quedarían fuera de nuestra agenda. En este sentido, la elección de temas y enfoques nunca es casual, y responde a un sentido que, en muchas ocasiones, viene acompañado por un espíritu de denuncia y de poner a la luz lo que la gran mayoría preferiría seguir desconociendo.
Esa intencionalidad en la elección de los temas ha estado siempre ahí, desde el nacimiento del fotoperiodismo en la segunda mitad del siglo XIX. Pero, claro, entonces los motivos eran bien distintos. Y si no, basta con fijarse en uno de los primeros grandes fotorreporteros de la historia, Félix (o Felice) Beato (nacido alrededor de 1832, quizá en Venecia o en Corfú, y muerto hacia 1909, quizá en Florencia, aunque de nacionalidad británica), quien, desde muy pronto, comprendió que el enorme interés despertado en Occidente por los lugares más exóticos, especialmente Asia, le abría un mercado que, por entonces, estaba por explotar.
Así, no es extraño que terminara convirtiéndose, además, en uno de los primeros fotógrafos de guerra. En su condición de lo que hoy llamaríamos reportero "empotrado", acompañó a las tropas británicas en la guerra de Crimea y en la represión de la rebelión de la India en 1857. Beato fue todo un innovador: adoptó el panorama (llegó a realizar algunos que empalmaban numerosas instantáneas, hasta alcanzar varios metros de longitud) y buscó el dramatismo y la expresividad hasta límites nunca vistos.
De hecho, se afirma que la primera fotografía en la que se pueden observar cadáveres la habría realizado en 1857, donde inmortalizó las consecuencias del asalto de las tropas británicas en Secundra Bagh (Lukow), donde los espeluznados observadores podían distinguir cómo el suelo aparecía sembrado de esqueletos. Algunos testigos acusaron a Beato de haberlos colocado allí ex profeso para aumentar el dramatismo de la escena. En todo caso, parece que ése se convirtió en un auténtico modus operandi para él, como ocurriría en la Segunda Guerra del Opio, en China (1856-1860): en muchas ocasiones tiraba de sus contactos en el ejército para retrasar la retirada de los cadáveres, como en el caso del asalto a los fuertes de Taku, que documentó paso a paso. Eso sí, siempre eran cadáveres de enemigos, nunca de soldados occidentales. En este caso, el mensaje no buscaba denunciar ninguna injusticia, sino demostrar la profunda superioridad europea, y especialmente británica, frente a los extraños y bárbaros que osaban no estar de acuerdo con subyugarse ante potencias extranjeras.
Sin embargo, su gran éxito empresarial vendría ligado a un registro muy diferente, ajeno a lo bélico. Hacia 1863 se trasladó a Yokohama, en Japón, donde creó con el historietista Charles Wirgman la sociedad Beato & Wirgman, Artists and Photographers. En el país nipón permanecería hasta 1884, y allí logró una libertad de movimiento sin precedentes. A lo largo de todos esos años no sólo retrató las ciudades principales, sino que también logró adentrarse en zonas rurales donde no sólo fue la primera vez que llegaba un fotógrafo sino que, en muchos casos, era directamente el primer occidental que veían sus habitantes.
Su obra, en ocasiones coloreada a mano, es un registro de enorme importancia por cuanto documenta la variada, contradictoria y, en muchos casos, medieval sociedad japonesa, en un momento en el que sus élites se debatían entre mantener las esencias o adoptar determinados aspectos de la cultura occidental. Sus fotos causaron sensación en Europa, y para multiplicar el beneficio, Beato desarrolló una técnica no muy refinada pero sí eficaz que le permitía sacar muchos negativos, mediante la fotografía directa del original (de hecho, es posible ver los alfileres que sujetaban la instantánea en varias de sus imágenes). Sus álbumes alcanzaron precios astronómicos.
El dinero ganado por sus fotografías le convirtió en un auténtico potentado, con diversas inversiones inmobiliarias y empresariales en Yokohama, pero finalmente terminó perdiéndolo todo. Volvió a acompañar a las tropas en Sudán y Birmania y ejerció como profesor en Inglaterra pero, a partir de 1899, se pierde su pista. Sólo se sabe que, en 1907, liquidó su empresa, F. Beato Ltd., y que debió morir poco después. Hoy, sus fotografías transmiten toda la fuerza visual y estética de un momento en el que Occidente quería extenderse por todo el mundo; pero, sobre todo, sus instantáneas japonesas parecen, como trozos de ámbar, encapsular un momento perdido para siempre.