El 27 de septiembre de 1942, un grupo de cazas alemanes se abalanzó sobre un aeródromo en Stalingrado. Un solitario Yak-1, las flamantes aeronaves creadas por Aleksandr Yáklovev que terminarían decidiendo la suerte de la guerra en el aire para la Unión Soviética, sobrevolaba en ese momento la pista, y parecía que tenía las mismas opciones que una paloma sobre la que descendiera una nube de halcones. Sin embargo, contra todo pronóstico, el caza ruso logró maniobrar, disparar contra los atacantes, derribar un Messerchmitt y aterrizar sano y salvo.
Cuando el piloto alemán, que había saltado del aparato y resultó ser un as lleno de condecoraciones, fue capturado, tuvo que someterse al ritual de conocer quién había sido el responsable de su derribo. Para su sorpresa, ante sus ojos apareció una joven pizpireta de veintiún años, que había retocado personalmente su uniforme de piloto para que se ajustara mejor a su silueta femenina, contraviniendo todas las normas castrenses y que, también siguiendo una arraigada costumbre, pasó a relatarle en el lenguaje internacional de gestos común a todos los aviadores, cómo había sido el combate. En un momento dado alzó las manos, indicando cómo había ascendido casi verticalmente, y en ese momento exclamó en ruso "'¡Ahí va eso!", expresión que se acabaría convirtiendo en su divisa. El alemán, visiblemente impresionado, le entregó su reloj de pulsera en señal de reconocimiento.
Aquella joven se llamaba Lilia Litviak, y en el corto período de tiempo que siguió viva, se convirtió en todo un símbolo para sus camaradas. Tras ganarse el apodo de la Rosa Blanca de Stalingrado y la celebridad mundial en varios combates, fue finalmente abatida sobre Kursk, el 1 de agosto de 1943. Litviak es, probablemente, la piloto de caza femenina más famosa de la historia, pero el libro "Las brujas de la noche", de Lyuba Vinogradova (Pasado & Presente), revela que no fue, ni mucho menos, un caso aislado. De hecho, la URSS fue, durante un tiempo, la primera nación que contó con el único regimiento mundial de caza compuesto exclusivamente por mujeres, el 586º. Las fuerzas aéreas soviéticas contaron, además, con mujeres pilotando y formando parte de la dotación de bombarderos en picado y pesados, así como numerosas mecánicas y personal de tierra.
Esa presencia femenina, inédita en ningún otro país, fue la consecuencia de la enorme afición por los aviones, en un país inmenso en el que ese medio de transporte se convirtió en imprescindible, y de la política implementada desde los años treinta por el Komsomol, las juventudes del Partido Comunista, de favorecer la igualdad total en el acceso a cualquier oficio o profesión, una campaña en la que se incluía un cartel en el que se lanzaba la consigna "¡Chicas, a pilotar aviones!". También tuvo mucho que ver la figura de Marina Raskova, integrante como navegante, junto con Polina Osipenko y Valentina Grizodúbova, del vuelo que en septiembre de 1938 pulverizó todos los récords al ir de Moscú a Komsomolsk, más de 6.000 kilómetros, en 26 horas y media. Raskova, que tuvo que saltar del avión antes de que éste hiciera un aterrizaje forzoso, permaneció perdida durante varios días, y cuando finalmente fue rescatada se convirtió en una heroína nacional.
Precisamente fue Raskova la que tomó la iniciativa, ante la invasión alemana de la URSS, de poner en pie el primer regimiento aéreo exclusivamente femenino en la ciudad de Engels. Aunque famosa, en realidad no tenía tantas horas de vuelo como cabría suponer, pero su ascendencia ante Stalin y su pertenencia al NKVD, la siniestra organización responsable de las purgas y que luego se transformaría en el KGB, le dio carta blanca para poner en marcha una iniciativa que tuvo que vencer la desconfianza de algunos sectores de las fuerzas armadas.
Pero, finalmente, de ella surgieron nombres esplendorosos como los de Galia Dokutóvich, Katia Budánova, Klava Necháieva y tantas otras, muertas, como la misma Raskova, durante el conflicto. Otras, como Masha Dólina, quedarían como testimonios vivientes de una página única en la historia militar mundial.
Una página que tampoco escapó de las contradicciones del régimen estalinista, como demostró el final de la propia Lilia Litvak. Desaparecida tras ser abatida por los alemanes, fue acusada, como era práctica habitual por entonces, de haberse pasado al enemigo, lo que imposibilitó que fuera reconocida con el máximo honor de Heroína de la Unión Soviética. Su mecánica, Inna Pasportnikova, no cejó, sin embargo, de buscarla, y en la década de los setenta afirmó haber encontrado los restos de un avión, cuyo piloto descansaría en una fosa común. Según ella, era el aparato de Litvak. Fuera así o no, el anuncio permitió que, finalmente, su país tributara el homenaje que le debía a la Rosa Blanca de Stalingrado.
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