¡Y todavía hay gente que dice que para qué sirve la ciencia! Concretamente, la astronomía, una de las primeras disciplinas puestas en marcha por el hombre y que, desde sus inicios, tuvo entre sus principales cometidos encontrar la forma de confeccionar un calendario útil y exacto. Y la tarea no es baladí: puede parecer que perder un segundo al año no tiene mayor consecuencia, pero con el paso de las décadas puede tener consecuencias muy graves, incluso revolucionarias. Y desde luego, nada teóricas.
Hay quien ha tildado de ocurrencia la última medida que el Gobierno de Venezuela ha implementado para afrontar la situación de excepción económica en la que se encuentra, y que establece una inversión de la sucesión habitual de los días de la semana: así, ahora, a dos días laborables les seguirán cinco días festivos.
La última medida de Venezuela no es inédita: ya en 1873, Japón hizo algo mucho más revolucionario para afrontar la situación de excepción económica
Al menos, en la Administración. Es lo que se llama enfrentar con el calendario situaciones bien concretas, incluso ominosas. Y sin embargo, no es lo más radical a lo que haya acudido un Gobierno para salir del paso en una situación de emergencia nacional. En 1873, Japón hizo algo aún mucho más revolucionario para evitar el colapso.
Como cuenta Jürgen Osterhammel en el monumental La transformación del mundo (Crítica), el siglo XIX vivió, entre otras muchas revoluciones, la del tiempo. Al inicio de la centuria, no existía nada parecido al tiempo universal, no sólo en lo que se refiere en las horas (fue hacia el final del siglo cuando se llegó al acuerdo para unificar el tiempo con la instauración de las franjas horarias), sino incluso en el calendario. Como él mismo dice, "'nuestro' siglo XIX sólo empezó en Occidente". Y ni siquiera en todos los países occidentales el 1 de enero de 1800 llegó a la vez.
Caos y calendarios
Ello se debía a que todavía había muchos no habían adoptado el calendario gregoriano y aún seguían rigiéndose por el juliano, creado por Julio César, y que tenía el problema de ir acumulando un desfase, al principio imperceptible, que con el paso de los siglos amenazaba con que el verano cronológico comenzase en primavera, o aún peor. Para colmo, intentos racionalistas, como el del particular calendario de la Revolución Francesa o el propuesto por Auguste Comte, que establecía años de 13 meses de 28 días, basados en el calendario lunar, con un día adicional para completar los 365, y con nombres de meses tomados de los de benefactores de la humanidad como Moisés, Arquímedes, Carlomagno, Dante o Shakespeare, no dejaron de añadir más diversidad a un panorama de por sí tremendamente complicado.
Fuera de Occidente el caos aún era mayor. Gran parte de los países musulmanes se regían por el calendario lunar, establecido por Mahoma, y que también tenía trece meses: Turquía, por ejemplo, lo mantuvo hasta 1927, porque además permitía a la Administración estar muy pegada al ritmo de las cosechas, lo que facilitaba el cobro de los tributos correspondientes. Otras naciones mantenían un calendario occidental "oficial", mientras que los súbditos seguían guiándose por el lunar tradicional. Y había aún más calendarios, alguno de ellos aún vigente, como el de los bahaí en Irán, con años de diecinueve meses, y meses de diecinueve días.
Desde la revolución Meiji de 1868, Japón había optado por ir asimilando y conociendo cada vez más los conceptos de Occidente poder hacer frente al impulso imperialista
Japón era una de las naciones que mantenían el calendario lunar. Pero, desde la revolución Meiji de 1868, había optado por ir asimilando y conociendo cada vez más los conceptos de Occidente, no para perder su esencia, sino para poder hacer frente al impulso imperialista que, por ejemplo, había hecho de China un país títere de los occidentales. Un esfuerzo que se tradujo en unos enormes gastos, entre otras cosas por las fuertes inversiones militares, y que amenazó con llevar al colapso a la Hacienda nipona.
Unos de enero
Como medida desesperada, un edicto imperial estableció, por sorpresa, que el tercer día del duodécimo mes del calendario lunar se convertiría en el 1 de enero de 1873. La medida fue anunciada como un paso adelante hacia la modernización del país, pero las razones últimas eran bastante más pragmáticas: de un plumazo, desaparecía un mes, porque los trece del calendario lunar se convertían en doce en el gregoriano, con lo que las arcas del Estado pudieron ahorrarse una paga anual de los funcionarios.
Los trece del calendario lunar se convertían en doce en el gregoriano, con lo que las arcas del Estado pudieron ahorrarse una paga anual de los funcionarios
Aunque no sin causar confusión entre la población: como explica Osterhammel, "el nuevo año se adelantó de golpe 29 días, sin tiempo para que las amas de casa, perplejas por el cambio, pudieran cumplir con la tradicional limpieza del hogar. La incorporación de Japón al calendario estandarizado más influyente del mundo supuso también que la corte ya no necesitó a los astrónomos para determinar el calendario correcto". Seguramente, en la sede de nuestro Ministerio de Hacienda lamentan profundamente que nosotros ya incorporáramos el gregoriano en 1582; por una vez, en algo fuimos adelantados.
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