Xavier Corberó Olivella, Claris 40
Artista internacional, amigo íntimo de Dalí y de Duchamp, creyente de que "sin gran voluntad, no hay talento" y fumador incansable desafiando al oncólogo. Él decía que sólo "intentaba hacer poesía".
18 mayo, 2017 17:19De pequeño, durante la guerra, su padre en el frente, su madre muerta, le dijeron “niño, tú te llamas Javierito Corberó Olivella Claris 40” y de tal guisa se llamaba a sí mismo. Claris 40 que era el nombre de la calle donde vivía, le gustaba porque le sonaba a submarino alemán.
Xavier Corberó era un escultor catalán genial y clarividente. Últimamente, harto del nacionalismo, castellanizaba su nombre: “El nacionalismo es el último refugio de los sinvergüenzas, es como una enfermedad, es que ser independiente no quiere decir nada”, decía cuando lo entrevisté hace casi dos años.
El nacionalismo es el último refugio de los sinvergüenzas, es como una enfermedad, es que ser independiente no quiere decir nada
Parecía que en su vida todo le había venido dado; de joven, sin un duro en Londres, se presentó ante el director del gremio de orfebres que no sólo lo recibió sino le pagó los estudios en Saint Martins y le facilitó la visita, aprendizaje y trabajo en los mejores talleres; fue a Cadaqués a conocer a un importante galerista americano y, al poco, aterrizaba en Nueva York, principal mercado del arte; su amistad con Duchamp y Dalí que fue su primer cliente; la reverencia de su oncólogo cada vez que iba a revisión pues le había pronosticado seis meses de vida y llevaba treinta y cinco sin dejar de fumar cigarrillos sin filtro, y tantas cosas más.
Sin voluntad no hay talento
Pero lo conseguía sobre todo con su trabajo, su capacidad de seducción y su actitud vital: "Sin gran voluntad, no hay gran talento" decía, citando a Pascal. Xavier Corberó fascinaba a todos con independencia de la edad. Dandi, singular, sugerente, divertido, provocador, valiente, en constante desmitificación de la trascendencia creía que “el arte no es nada más que la vida”.
Visitarle en su casa de Esplugues de Llobregat (Barcelona) era una aventura; te sumergía en un mundo lleno de sorpresa, juego y refinamiento donde cada objeto, liberado de su uso convencional, estaba colocado con intención e imaginación: desde un Rolls en un salón a maletas, sombreros, alfombras, esculturas suyas, muebles, miniaturas. Sus escenografías, el cuidado de la escala y del mínimo detalle, la sutil relación entre los objetos y su disposición creaban un ambiente único.
“Lo que está bien es la escala, si consigues la escala apropiada, el espacio deja de ser espacio para convertirse en mente”
Me gustaría destacar de entre su obra repartida por medio mundo, el originalísimo conjunto de Esplugues que además alberga una extraordinaria selección de su escultura colocada con una elegancia no exenta de sentido del humor.
A lo largo de 47 años, en un espacio que hoy alcanza casi la hectárea, fue esculpiendo su obra más singular. Una gran construcción de hormigón, escultura arquitectónica o arquitectura escultórica compuesta por centenares de arcos entre edificios, jardines y patios: “Lo que está bien es la escala, si consigues la escala apropiada, el espacio deja de ser espacio para convertirse en mente”.
Este laberinto comenzó en torno a un patio hexagonal que fue primero adentrándose en la tierra y luego expandiéndose hacia los lados mientras los árboles, a través de huecos, crecían subiendo por los pisos: “He intentado hacer poesía”. Hace 9 años empezó a construir la parte nueva, vacía, donde los arcos de hormigón se multiplican y los techos son plateados para lograr reflejos sutiles.
El árbol muerto
Le pregunté cómo era su proceso creativo: “¡Todo esto! ¿Por qué lo he hecho? Porque necesitaba hacerlo, pero necesitaba hacerlo porque te viene dado, naciste para hacerlo y tú sólo cumples… Por ejemplo, yo soy capaz de estar sin oxígeno y a gatas irme allí a cortar una hierba que me molesta porque me jode toda la composición esta que es complicadilla [el ventanal de su cuarto daba a uno de los patios ajardinados donde no había ni una hoja seca] porque claro, no hay un orden prescrito, hay un orden aparte y con esto se nace".
Sentados en su cuarto, tras un largo rato hablando tan intenso como estimulante, nos quedamos en silencio mirando por la ventana: “A mí me gusta este árbol muerto, me recuerda que voy yo después de él. Quiero que me metan un poco más allá y que ponga en una piedra: siéntese y no haga cumplidos.” Me despidió con estos versos del Don Juan: "Siempre vive con grandeza quien hecho de grandeza está".
Cuando hace poco volví a visitarle, el árbol seco ya no estaba.