Dos manos asoman de un bordillo como ramas desobedientes de un árbol. Aparecieron de la noche a la mañana en Helsingør (Dinamarca), donde Shakespeare ambientó las sangrientas intrigas de Hamlet. Algunas brotan en el asfalto, entre los adoquines, otras emergen del agua con cautela o aparecen con impulso enérgico como si la tierra las hubiese escupido del mismo modo que un anciano escupe las pipas mientras ve fútbol. Son siniestras: debajo se intuye un cuerpo que no aparece por ningún lado. Piden ayuda a Europa. Vienen de la guerra. Los chiquillos que pasan por ahí observan las esculturas y llaman a sus madres, algunos se agarran a las manos y tiran con fuerza.
Creo que habría gente capaz de venir a mi casa y tirar ladrillos para romper mis ventanas, o hacerme pintadas
Un chico danés de veintisiete años observa la escena desde el banco que hay frente a las estatuas mientras toma café y piensa dónde colocará su próxima figura. Las construye en el poco tiempo libre que le queda tras dar clases en el instituto —es profesor de psicología— y ejercer de padre. Por la noche, cuando se escapa de casa para inseminar la ciudad con manos esculpidas, procura no hacer ruido para no despertar al bebé que duerme en la cuna. Un amigo y el perro de éste acompañan al vándalo en sus fechorías artísticas. Cuando viene alguien, el can ladra. Solo así ha conseguido mantener su anonimato durante todos estos meses en los que mucha gente se hacía la misma pregunta: ¿quién es el misterioso autor de estas esculturas en homenaje a los refugiados?
JB es el nombre tras el que se esconde este artista escurridizo, iniciales que hacen honor a la escritora feminista Judith Butler, de la que se declara admirador. No quiere dar su nombre real porque teme las consecuencias que sus “actos vandálicos” puedan tener en su vida privada. “En Dinamarca el tema de los refugiados es muy peliagudo. Creo que habría gente capaz de venir a mi casa y tirar ladrillos para romper mis ventanas, o hacerme pintadas. Tengo un bebé y no quiero que esto afecte al terreno personal. Mi única intención es abrir un diálogo en el espacio público”, explica a EL ESPAÑOL en una charla por Skype.
En septiembre de 2015, el gobierno danés publicó un anuncio en los periódicos en el que informaba a los refugiados de que había restringido los derechos para solicitar asilo —igual que Reino Unido, Dinamarca tiene una cláusula según la cual no está obligada a cumplir los acuerdos sobre asilo que pacten el resto de países de la Unión Europea—. Ahora, además, está tratando de sacar adelante un proyecto de ley para confiscar objetos de valor a los refugiados para financiar su mantenimiento.
Eligió la escultura para "confundir" a la gente. Dice que las personas consideran que el grafiti es vandálico y que casi nadie lo considera arte. Sin embargo, para él poner esculturas en la calle sin permiso de las autoridades es "tomar el espacio público" igual que con un grafiti. “Por algún motivo la gente considera la escultura un arte refinado". Esto ha hecho que su obra sea más respetada que si hubiese elegido hacer grafitis sobre refugiados.
Camino a la libertad
“Considero que Europa representa la libertad, no solo para nosotros, también para ellos. ¿Cómo podíamos aplaudir la primavera árabe y ahora negar a los sirios que vengan a nuestro país en busca de un futuro mejor?”, señala JB. Para difundir su discurso, este danés licenciado en Psicología se apropia de la calle para establecer un debate entre los ciudadanos. Decía Saskia Sassen (Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2013) que el espacio público es un lugar donde hay “una condición momentánea de igualdad” entre las personas. La socióloga defiende el derecho a desacralizar las calles, desproveerlas de su condición de espacios neutros y violar los códigos que indican qué se debe hacer y qué no. Es decir, convertirlas en objeto político.
JB aborda sin permiso a los viandantes con la intención de hacerles reflexionar, zarandear su pensamiento cómodo y entablar una charla desprovista de eufemismos y correcciones políticas: “A veces me molesta el arte contemporáneo en tanto que no se compromete. Observar algo bello o estético está bien, pero llega un punto en que se vuelve aburrido. Hay que arriesgarse. No le pido a la gente que piense como yo, simplemente que piense. Y que me conteste, que me muestre su opinión”, algo que se puede hacer a través de la cuenta de Instagram que ha habilitado para ello.
Es realmente difícil partirla, no así el resto de dedos. Como resultado, la mano está diciéndole “jódete” al que intentó romperla
En noviembre de 2015, tras una manifestación en Helsingør contra la llegada de refugiados a Dinamarca, algunas de las esculturas de JB amanecieron rotas. Alguien había decidido responder con una fechoría al ya conocido como el “Banksy danés”. Mientras en redes sociales como Facebook o Twitter los usuarios de diversos países compartían imágenes de las misteriosas manos intactas de Helsingør, periódicos como Politiken alertaban de que una persona —o un grupo de ellas— se rebelaba contra el mensaje que JB llevaba meses predicando. Una de las figuras más significativas, la que está situada en el puerto y que parece germinar del mar, fue la más dañada, pero también la que se ha convertido en un icono indócil y maleducado.
“Alguien rompió todos los dedos excepto el corazón. Me atrevo a decir que lo intentó, pero no pudo. Para construir esta mano [cuyos materiales son cobre, hormigón y latón] y mantenerla erguida puse una barra de hierro en el interior que iba de la muñeca al extremo del dedo corazón. Es realmente difícil partirla, no así el resto de dedos. Como resultado, la mano está diciéndole “jódete” al que intentó romperla. Si yo instalo estas figuras por la calle, alguien puede intentar destruirlas. Esto es un diálogo. Ambos somos vándalos en cierta forma, y tengo que asumirlo. Es decir, tienen derecho a hacerlo. Pero me resulta maravilloso que la propia escultura contestara por sí misma a este tipo”, señala JB.
El acto no va a quedar sin respuesta por parte del autor, que propone seguir el juego a aquellos que han destrozado su obra. Ha preparado una nueva mano que sustituirá a la que han mutilado, pero la atornillará unos centímetros más abajo. Si vuelven a romperla, moldeará otra que colocará aún más abajo, y así cada vez que alguien intente frustrar la llegada a la superficie de estos refugiados de cobre que huyen de la guerra. “Espero no tener que instalar una de estas figuras debajo del agua. Sería doloroso”, cierra.