El psiquiatra franquista Antonio Vallejo-Nájera se pasó la vida en busca del gen rojo. No entendía el hombre que, con lo hermoso que podía ser un mundo remachado de nazismo -al que él era tan afecto- existiese esa raza inferior e indeseable de apetitos libertarios. "Es que son hasta más feos", se justificaba. Su discurso pseudocientífico trataba de demostrar que el marxismo era una enfermedad, una malformación, una inferioridad intelectual. "La perversidad de los regímenes democráticos favorecedores del resentimiento", sostenía, "promociona a los fracasados sociales con políticas públicas, a diferencia de lo que sucede con los regímenes aristocráticos donde sólo triunfan socialmente los mejores".
Ah, esa masa gregaria de imbéciles sociales. Gentes sin espíritu. Un espíritu, claro, definido como "militarismo, que quiere decir orden, hispanidad, disciplina, sacrificio personal, puntualidad en el servicio". Esos "degenerados de la raza española" gestados durante la República no eran, para el doctor, más que una plaga a exterminar.
Por rojas y por mujeres
La "eugenesia positiva" con la que fantaseaba Vallejo-Nájera -"multiplicar los selectos y dejar que perezcan los débiles"- pasaba por separar a los hijos de los rojos de sus padres, para que no pudieran mamar el mismo cáncer ideológico. "Sin embargo, siempre se ha conocido más la situación de los presos que de las presas, por esto del masculino universal", sostiene Alexandra López, comisaria de la exposición Cuando la memoria fue silencio, que abre el proyecto Bienal miradas de mujeres 2016 y trata la eugenesia femenina en la época franquista -puede verse en el Espacio de igualdad María de Maeztu del 1 al 27 de mayo, después pasará al de María Zambrano y al de María Telo-."Con la investigación nos hemos dado cuenta de que las penas no eran iguales: a ellas se les castigaba, uno, por ser rojas, dos, por ser mujeres".
Y el médico, claro, lo secunda en sus textos viejos: "A la mujer se le atrofia la inteligencia como las alas a las mariposas de la isla de Kerguelen, ya que su misión en el mundo no es la de luchar en la vida, sino acunar la descendencia de quien tiene que luchar por ella". El psiquiatra no acababa de entender la "activísima participación del sexo femenino en la revolución marxista", por lo que dedicó uno de sus estudios a cebarse con 50 presas políticas recluidas en Málaga.
Vallejo-Nájera determinó que éstas participaban en política para "satisfacer sus apetencias sexuales" y que, además, tan alto grado de implicación sólo indicaba una cosa: la característica femenina de la "debilidad del equilibrio mental", la "menor resistencia a las influencias ambientales" y la "inseguridad del control sobre la personalidad". Por eso intentó paliar su estupidez subversiva con directrices católicas como estacas: de ahí una de las fotografías de la exposición, que muestra a un grupo de presas arrodilladas en misa obligatoria.
Ropas llenas de sangre
Cuenta López que el régimen aprovechaba las cárceles femeninas para llevar a cabo la segregación infantil. "Dejaban a los niños con las madres hasta los 3 años, máximo 5, y después pasaban a ser adoptados por familias afines al franquismo que no podían tener hijos", explica. "Los llevaban a instituciones religiosas y allí las monjas se encargaban del reparto. Luego se les perdía el rastro, porque a las madres las inscribían en las cárceles, pero a los niños no". La comisaria relata que las mujeres sólo podían pasar entre media y una hora al día con sus hijos, especialmente en período de lactancia.
Hay testimonios que cuentan que los carceleros se llevaban a los bebés y al rato bajaban a la celda con las ropas llenas de sangre para dejar a las madres imaginar...
"Al principio decían que las madres tendrían reducción de pena, o cierta sobrealimentación para poder dar el pecho... pero eso nunca se hizo. Nunca tuvieron control sobre sus hijos, no sabían qué hacían con ellos ni cómo los trataban", sostiene López. "En la cárcel de Ventas, por ejemplo, hay testimonios que explican que los carceleros se llevaban a los bebés y al rato bajaban a la celda con las polainas y las ropas llenas de sangre para dejar a las madres imaginar... aunque solían llegar manchados por algún disparo de gracia".
También había cárceles que no aguardaban a presas políticas, sino, directamente, a mujeres inmorales. "Las prisiones de prostitutas eran puros reformatorios de conducta. No entendían que, en muchos casos, ese despunte de prostitución era por la miseria y la pobreza de la posguerra. Estaban solas, sus maridos habían sido encarcelados o fusilados...".
Guía de la buena esposa
Cuando la memoria fue silencio recoge diferentes fotografías del Archivo Fotográfico de Barcelona y el Archivo regional de la Comunidad de Madrid: niños -uniformados- en fila en la pared del presidio, reclusas rezando, siendo santificadas por un sacerdote o aferrándose a sus hijos. Pero la comisaria ha querido incluir también la Guía de la buena esposa (11 reglas para mantener a tu marido feliz), publicada por Pilar Primo de Rivera en 1953. "Todo, absolutamente todo eso, formaba parte del plan de modelación de la identidad femenina para enfrascar a la mujer en el sistema patriarcal del fascismo", reflexiona López. "El régimen exprimió la situación de desarraigo de estas mujeres, inmersas en la posguerra, para hacer de ellas los seres manipulables que les convenía".
Ten lista la cena, luce hermosa, sé dulce e interesante, arregla tu casa, hazlo sentir en el paraíso, prepara a los niños, minimiza el ruido, procura verte feliz, escúchalo, ponte en sus zapatos, no te quejes, hazlo sentir a sus anchas... estos son algunos de los mandamientos para ser la mujercita idílica del caballero franquista.
Ten lista la cena, luce hermosa, arregla tu casa, hazlo sentir en el paraíso, prepara a los niños, minimiza el ruido, escúchalo, no te quejes
Claro que Pilar Primo de Rivera no olvidó concretar estas sugerencias: "déjalo hablar antes, recuerda que sus temas son más importantes que los tuyos", "a la hora de su llegada, apaga la lavadora, secadora y aspiradora e intenta que los niños estén callados", "no lo satures con tus insignificantes problemas" y, por favor, "quítale siempre los zapatos". En definitiva, un microclima franquista dentro del franquismo, un hogar de silencios y sonrisas tensas, de belleza artificial, de corrección enferma, de sumisión, de sectarismo, de insuficiencia.
"Cuanto más investigo sobre esa época, más me consta que el machismo de ahora es hijo directo del de entonces", sugiere López. "Uno cree que hay algunas cosas que se hacen de forma automática, pero no es así. Durante mucho tiempo -y a muchas generaciones- se les ha dicho que las cosas deben ser de un modo. Ahora todo eso lo llevamos dentro". Retumba a ratos en la España presente el evangelio de Pilar Primo de Rivera. "Las mujeres nunca descubren nada; les falta el talento creador reservado por Dios para las inteligencias varoniles", decía la dama de boca apretada. Quizá aquí el verdadero gen, señor Vallejo-Nájera. Y no era rojo.
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