A Simone le habían robado el derecho a expresar su deseo ya desde la niñez. Un contexto social represivo y un ambiente familiar decadente amenazaban con aplacar una personalidad arrolladora. Su padre, culpable en parte del hundimiento del ilustre apellido familiar, le había repetido lo mucho que le dolía no haber contado con un varón entre sus hijos que pudiera sacarles a flote. Le achacaba, quizás inconscientemente, su condición de mujer. Es en ese momento cuando nace su rebeldía, la necesidad de contarle al mundo que una mujer también tiene derecho a desear.
No había terminado su padre, un amante del teatro y de la buena literatura, de censurar la trayectoria de Simone cuando ésta ya había roto todas las barreras académicas: se había convertido en una de las mentes más brillantes de Francia gracias, en parte, a la censura y al gusto de su progenitor. Para colmo, por su camino se cruza otra de las grandes mentes del siglo XX: Jean Paul Sartre. La inquietud intelectual de Simone se complemente a perfección con la sabiduría del escritor parisino. Estaba lista para llegar a la cumbre.
Nada pudo detener el desarrollo de la idea con la que Simone de Beauvoir había crecido: la libertad como principio en cualquier relación humana
Ni el declive de su apellido, ni el panorama social, ni las trabas que la vida errante de Sartre traía consigo... nada pudo detener el desarrollo de la idea con la que Simone de Beauvoir había crecido: la libertad como principio en cualquier relación humana. Se marchó el 13 de abril de 1986. Simone había podido expresar su deseo.
Una vida dedicada a la lucha
Simone se sintió dueña muy pronto de un destino que no le pertenecía. Su fascinación por Sartre se tradujo en una relación abierta, no sólo sexualmente (ambos compartían cama con otros individuos sin que esto variara un ápice el cariño que se profesaban), sino también a la hora de desarrollar su pensamiento y su obra. Por su fuera poco, ejerce como respetada profesora de Filosofía en la Sorbona, un ambiente que propicia el despegue de su carrera literaria.
Pero la vida no resulta fácil cuando no se acepta el papel que te han asignado. Pronto comprendió que la estricta sociedad francesa no asumía el modo de vida que ella había elegido y, después de algún altercado con Sartre relacionado con asuntos amatorios, vio cómo se truncaba su carrera docente a través de una denuncia de una madre que no había soportado el escarceo sexual entre su hija y la propia Simone.
¿Habría ocurrido lo mismo en caso de haber sido un hombre el protagonista del supuesto delito?
El hecho de haber nacido mujer le penalizaba nuevamente. Para colmo, la Segunda Guerra Mundial irrumpía en la historia chocando frontalmente contra la filosofía predicada por la pareja. Fueron acusados de no involucrarse demasiado en la lucha contra el nazismo y de no rebelarse contra la ocupación alemana. Pero lo cierto es que reanudó su trabajo como profesora sin cambiar ni una frase de su discurso y que, además, trabajó para la radio libre emitiendo mensajes de esperanza para la población francesa.
Proclama su ateísmo y se compromete más que nunca con el feminismo
Terminó la guerra y con ella, el poco miedo que Simone pudiera sentir por un futuro cada vez más turbio. Es ésta la época en la que su conciencia se libera. Predica con el comunismo, lo que le hará visitar aquellos países en los que la ideología ha triunfado. Se fotografía con el Che, con Mao o con Fidel. Proclama su ateísmo y se compromete más que nunca con el feminismo, publicando algunos títulos que han pasado a la historia como obras cumbre del movimiento.
De ella nos queda una obra epistolar magnífica con el escritor norteamericano Nelson Algren
Ya nadie maneja el timón de su pensamiento. Tampoco Nelson Algren, un escritor norteamericano con el que mantiene una estrecha relación. De ella nos queda una obra epistolar magnífica y la certeza de aquello que, por aquel entonces, todo el mundo ya imaginaba: tras una disputa por celos, Simone decide refugiarse en los brazos de aquel al que siempre había admirado, su querido Sartre.
Mantiene una última lucha contra la escala de valores de la sociedad europea cuando se decide a publicar las pocas intimidades que la relación entre Sartre y ella todavía escondía. Son los últimos años de su vida y Simone ya es irreductible. Nada ni nadie podrá evitar que Simone de Beauvoir sea libre. Ni siquiera el recuerdo de aquel al que amó.
La Biblia del feminismo
Desde sus primeros párrafos, la obra de Simone de Beauvoir está orientada a traducir la libertad que su vida personal le había dictado. Empezando por los pequeños textos escritos durante la Segunda Guerra Mundial y terminando por la magnífica Los mandarines, la primera fase de su carrera literaria se basa en la independencia intelectual, en una conciencia férrea y en un firme deseo de libertad que desembocaría en un existencialismo feroz.
Precisamente en Los mandarines, una novela que le valdría el premio Goncourt, Simone dibuja un contexto político desencantado, incapaz de aprender de los errores que desencadenaron las grandes guerras de principio siglo. Este fracaso se debe, en parte, a la renuncia a conceptos tales como la igualdad de género (feminismo siempre está presente) o la libertad para elegir un camino vital.
"Sí, la guerra había terminado; al menos para él; esta noche era una fiesta de verdad, la paz comenzaba, todo renacía: las fiestas, los ocios, el placer, los viajes, quizá la dicha, seguramente... la libertad"- Los mandarines (1954).
Pero su compromiso no se acaba con la última página de cada novela, es tan firme que parte de su producción literaria se mueve en un plano que también afecta a su vida. Por eso encuentra un filón en su correspondencia, en sus diarios y en sus pasajes autobiográficos. La ficción y la realidad van de la mano en prácticamente toda la obra de Simone porque tiene la necesidad de creer en cada letra que publica.
Es así como se gesta quizás el ensayo feminista más importante del siglo XX. Hablamos de El segundo sexo, bautizado por algunos como la Biblia del feminismo. En esta obra, Simone de Beauvoir aboga por librar a la mujer de la cárcel en la que se ha visto encerrada. Este encarcelamiento lo reprueba exponiendo ejemplos históricos de represión femenina.
Afirma rotundamente que el papel secundario que la mujer desempeña sólo es justificado por la sociedad y no por la naturaleza del ser humano. Aporta datos biológicos, psicológicos, sociológicos... todo un tratado en favor de la independencia de la mujer, uno de los pilares del existencialismo.
"La devaluación de la mujer representa una etapa necesaria en la historia de la Humanidad, porque no era de su valor positivo, sino de la debilidad del hombre, de donde ella extraía su prestigio; en ella se encarnaban los inquietantes misterios naturales: el hombre escapa a su influencia cuando se libera de la Naturaleza"- El segundo sexo (1949).
Los últimos días de Simone
Sartre se había despedido de Simone legando todo su patrimonio a su hija adoptiva, Arlette Elkaïm-Sartre. Destruido por el alcohol y las drogas, el filósofo había buscado el camino del agravio con la que había sido su mejor compañera. Castor, que así apodaba Jean Paul a Simone, se tomó cumplida revancha haciendo lo propio con Sylvie Le Bon, futura heredera del imperio De Beauvoir.
Con Sartre ya descansando en Montparnasse, a Simone le quedaba un último conflicto con el que lidiar: demostrar que no era cierto aquel desapego con el escritor del que todo el mundo hablaba. Así publica La Ceremonia del adiós, donde expone por última vez el existencialismo ateo del que Sartre había renegado en la recta final de su vida. Finiquita la relación con él emitiendo un sencillo: "Mi muerte no nos reunirá".
Para entonces, además de haber escrito el gran tratado feminista, ya había fundado la Liga de los Derechos de la Mujer, la asociación "Choisir la cause des femmes" (Elegir la causa de las mujeres) y se había convertido en una activista feroz en favor de los derechos humanos.
Seguía siendo ella, la gran luchadora, la misma a la que no le habían permitido desear. Se marchó el 14 de abril de 1986, fecha de la que se cumplen ahora 30 años. Fue enterrada en Montparnasse, junto a su querido Sartre. Todavía hoy resuenan los ecos de su libertad de pensamiento, el legado de la gran musa del feminismo. El grito de una pluma que, por mucho que lo intentaron, no consiguieron callar.
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