De soldado a obrero: las construcciones más espectaculares de los legionarios romanos
'La ingeniería del Ejéricto romano' (Desperta Ferro), libro ilustrado de Jean-Claude Golvin, descubre y recrea la vida de los militares cuando cambiaban el gladius por el pico y la pala.
21 marzo, 2021 03:11Noticias relacionadas
En el año 55 a.C., durante la guerra de las Galias, los enemigos de Julio César se burlaron de Roma esgrimiendo que su poderío hallaba límite en la inviolabilidad del Rin. El general estaba ansioso por cruzar el río y lanzar una incursión de escarnio en territorio bárbaro. Los ubios, un pueblo transrenano aliado, ofrecieron numerosas embarcaciones para facilitar el paso de las legiones a la otra orilla. Pero el futuro dictador rechazó esa ayuda al considerar que hacer la travesía en naves no era lo suficientemente seguro ni "acorde con su dignidad y la del pueblo romano".
César, para salvar las aguas profundas e impetuosas, ordenó a sus legionarios construir un puente de madera de 400 metros. Los soldados se dispersaron por los bosques cercanos para talar encinas, desbastar los troncos y transportarlos hasta el lugar de las obras. Se crearon máquinas flotantes para izar los anclajes dobles inclinados, con una separación de 12 metros, sobre los que se sustentaría la pasarela. En diez días remataron la prodigiosa obra de ingeniería. El ejército romano cumplió sus objetivos bélicos y una semana después volvió a atravesar el Rin. César no solo había salvado su dignitas al mantener los pies secos; también había sorprendido al mundo. Y en una controvertida decisión final, mandó derruir la estructura.
Las invencibles legiones no solo se dedicaron a ganar batallas y conquistar nuevos territorios para el Imperio. Este fascinante episodio es un ejemplo extremo de la pericia arquitectónica de los soldados romanos en campaña. No obstante, sus dotes y su esfuerzo también fueron requeridos para acometer importantes obras de la ingeniería civil en beneficio de las poblaciones locales erigiendo calzadas, acueductos, canales, acequias, puentes, etcétera; o directamente fundando nuevas ciudades. Además, los militares fueron destinados a otras tareas menos nobles como el trabajo en las minas o en las canteras, el drenaje de ciénagas o la plantación de viñedo.
En tiempos de paz, el pilum y el gladius se cambiaban por el pico y la pala. Así lo resume el arqueólogo, arquitecto e ilustrador Jean-Claude Golvin en la introducción de La ingeniería del Ejército romano (Desperta Ferro). Se trata de un libro fabuloso que descubre con erudición las contribuciones de los legionarios al paisaje urbanístico en momentos de inactividad, un campo bastante olvidado de la Antigua Roma, y que con sus estupendos dibujos provoca una sensación de admiración absoluta: nada mejor que imaginarse —ver— al soldado en plena faena para otorgar todavía más valor a la realización de aquellas monumentales obras que han perdurado hasta la actualidad.
De forma análoga a Julio César, el emperador Trajano, en los primeros años del siglo II d.C., firmó un excepcional proyecto de infraestructuras terrestres y fluviales en el valle del Danubio. En el desfiladero de las Puertas del Hierro, que hoy en día separa Rumanía, al norte, y Serbia, al sur, se culminó un camino tallado en la roca vertical, con plataformas de madera ancladas en la pared en las zonas que era imposible excavar, que dominaba la orilla derecha del río. En esa misma garganta, plagada de rápidos, cataratas y torbellinos, los militares excavaron un canal de 3,22 kilómetros para esquivar estos accidentes naturales. En uso hasta el siglo VI, fue empleado para el transporte de tropas durante la conquista de Dacia y por barcos comerciales.
No obstante, la verdadera proeza técnica del reinado de Trajano fue un puente de 1,135 kms sobre el Danubio a la altura del asentamiento de Drobeta, en Rumanía. La estructura se elevaba unos 14m sobre el río y se sostenía sobre 20 pilas de piedra que soportaban unos enormes arcos de madera cuya crujía alcanzaba los 50m de eje a eje. La plataforma sustentaba una calzada de 12m de ancho que permitía el tránsito simultáneo en los dos sentidos. Dion Casio dice que el emperador "nos regaló otras muchas obras magníficas, pero esta las supera a todas".
"Es obvio que las numerosas obras realizadas en el Imperio beneficiaron a las poblaciones locales. Sin embargo, su principal objetivo fue siempre exhibir ante los habitantes de las provincias la omnipresencia y la grandeza de Roma. Y el ejército, sin lugar a dudas, era el instrumento que materializaba la omnipresencia del poder imperial de una manera más eficaz", explican Golvin y el conservador Gérard Coulon, quien también firma los textos del libro. "Todos estos proyectos grandiosos afirmaban la gloria de un soberano que, si prestamos crédito a las inscripciones grabadas para la ocasión, era el único individuo capaz de someter a los elementos naturales". Una inscripción sobre Trajano, por ejemplo, presumía de haber "cortado las montañas".
Obras en Hispania
No todo el mundo podía engrosar las filas del Ejército romano. En uno de sus tratados, Vegecio descartaba a aquellas personas que "tengan alguna ocupación propia de mujeres". Se preferían los brazos fornidos de herreros, artesanos, cazadores o carniceros. Debían ser hábiles con las manos para levantar campamentos. Según las fuentes epigráficas, los soldados se ocupaban de distintos oficios relacionados con la construcción de tipo técnico —arquitecto, geómetra nivelador y agrimensor— y manual —albañil, carpintero, estucador, pintor, cantero y colocador de tejas—. Estos inmunes u obreros especializados podían representar hasta una décima parte de los efectivos de una legión, entre 500 y 600 hombres.
La Península Ibérica testimonia la implicación directa de los legionarios romanos en la ejecución de obras civiles. Por tres miliarios documentados en el Barranco de Valdecarro y Castiliscar, en Zaragoza, se sabe que tres legiones —la X Gemina, la IV Macedonia y la VI Victrix— participaron en la construcción o reparación de la calzada que unía Caesaraugusta, ciudad que habían fundado como veteranos de las guerras cántabras bajo el reinado de Augusto, y Pompaelo (Pamplona). Estas tres unidades también aparecen relacionadas con la erección del puente de Martorell o del Diablo, que permitía a la Vía Augusta salvar el río Llobregat y conectar Barcino (Barcelona) y Tarraco (Tarragona). En Chaves, Portugal, los militares de la Legio VII Gemina proporcionaron la mano de obra para levantar otro puente en 79 d.C., en tiempos de Vespasiano.
Los yacimientos auríferos del noroeste de Hispania proporcionaron gran riqueza a Roma. Estas minas empezaron a excavarse a finales del siglo I a.C., aunque sería en época de los Antoninos, entre 96 y 192, cuando la explotación alcanzó su máximo apogeo. Una docena de documentos epigráficos revelan la participación del ejército en estos trabajos. Pero los legionarios no eran empleados como mineros —solo se conoce un caso en este sentido: una referencia de Tácito sobre una explotación en Germania—, sino que sus tareas consistían en vigilar a los indígenas que trabajaban en las minas, controlar la producción de los metales preciosos o participar en el estudio, la designación de la ubicación y la perforación de los pozos y las galerías a través de los ingenieros militares.
Golvin y Coulon inciden mucho en una cuestión que transmiten las fuentes clásicas: los legionarios y auxiliares romanos acometieron estas grandes obras de ingeniería civil principalmente para acabar con la inactividad que tanto preocupaba a los generales y gobernantes. El mayor ejemplo de esto lo constituye el emperador Probo (276-282), quien emprendió un sinfín de obras públicas para mantener ocupados a sus soldados, "a los que nunca permitió que se mantuvieran ociosos" porque consideraba que "no debían comer gratuitamente los alimentos que se les proporcionaban". Le salió mal la jugada: los militares acabarían por amotinarse y darle muerte.
Asimismo, existen evidencias de la participación de los legionarios en la construcción de anfiteatros —se ha contabilizado una veintena de ellos asociados a guarniciones militares, en donde los gladiadores distraían y adiestraban a la tropa— y acueductos. Entre estos últimos destacan los de Cesarea de Judea, una de las ciudades más importantes de la parte oriental del Imperio, construido durante el reinado de Adriano; y el de Lambèse, en Argelia. Los testimonios físicos de otra y admirable historia de las legiones más allá de los campos de batalla.