Batalla de Montsegur.

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La gran herejía que hizo frente a la Santa Sede: así nació la Inquisición en Europa

El papa Lucio III, con el fin de acabar con estas creencias que provenían de Oriente, creó este instrumento de represión que se iría desarrollando con el paso de los años.

12 abril, 2021 01:58

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La extinción del Imperio romano de Occidente supuso el inicio de una nueva era en nuestra historia. La gran civilización había caído, y junto con su debacle daba comienzo la Edad Media, una época en la que el cristianismo supo hacerse un hueco y ocupar todos los rincones de la sociedad.

Las ciudades se vaciaron y el mundo conoció un nuevo orden. En este sentido, el autor J. Vilmont ha publicado recientemente Historia desconocida de la Edad Media (Almuzara), donde recorre las luces y las sombras de un periodo en el que resurgirían las ciudades, se construirían grandes catedrales y se descubrirían rutas y técnicas comerciales.

En todos estos avances de un periodo que duró un milenio, el cristianismo estaba inmiscuido. La alfabetización y el arte permitían a la religión hacerse un hueco entre las gentes, y lo mismo sucedía en las universidades. Los distintos papas incluso disputaban el poder a los reyes y emperadores, tal y como deja claro Vilmont en la obra que repasa la historia de la Edad Media.

'Escena de Inquisición', de Francisco de Goya

'Escena de Inquisición', de Francisco de Goya Real Academia de San Fernando

No obstante, mucho antes de Martín Lutero y de la existencia de la Santa Inquisición, hubo figuras discordantes que alzaron la voz y no se dejaron someter al poder político y religioso. La Santa Sede, por su parte, tenía clara su postura: "Si alguien después de haber recibido el bautismo, aun conservando el nombre de cristiano, niega con obstinación o pone en duda algunas de las verdades de la fe divina que hay que creer, este católico es hereje".

Priscilio

Uno de estos movimientos tuvo lugar en la actual Galicia. Prisciliano formó parte de los últimos resquicios romanos antes de adentrarse en lo que los historiadores denominan la Edad Media. Nació en el año 345 e hizo carrera eclesiástica llegando a ostentar el obispado de Ávila.

Sin embargo, pronto comenzaría a disentir de la doctrina convencional. Tal y como señala Vilmont, el priscilianismo contenía reminiscencias y vestigios tanto maniqueos como gnósticos. Sus palabras llegaron a los oídos de la jerarquía eclesiástica, la cual le acusó de brujería y magia.

"De este modo, el díscolo gallego fue privado de su cabeza y se convirtió en la primera víctima de la persecución de la Iglesia contra los herejes, muchos siglos antes de la creación de la Santa Inquisición", escribe el autor. Así, en el año 400, el priscilianismo, impregnado por un fuerte contenido social y crítica a la jerarquía, fue condenado oficialmente por el Concilio de Toledo.

La herejía casi perfecta

Esta mirada alternativa, que pretendía derrumbar el statu quo imperante, nunca llegó a exterminarse. Entre esta oposición heterogénea llamó la atención Pedro Valdés, conocido entre los suyos como Valdo. "No se trataba de un pedigüeño, mendigo o cualquier otro marginado medieval; era un próspero comerciante afincado en la localidad francesa de Lyon", resalta el autor de Historia desconocida de la Edad Media.

Repartía, junto a sus fieles, todas sus riquezas. También traducía los Evangelios a lengua vulgar para que todo el mundo pudiera acceder al conocimiento de Cristo. En resumen, criticaban el elitismo de la Iglesia hasta el punto de que tuvieron que abandonar Lyon y refugiarse en distintas ciudades francesas para sobrevivir a la persecución que se les había impuesto.

Entre estas fuerzas que irrumpían, apareció una "herejía perfecta" que amenazaba realmente al papado. Se trataba de un movimiento religioso traído por los nobles que habían participado en la Segunda Cruzada (1145-1149) y tras su éxito surgiría la primera fórmula de inquisición en la Iglesia. El papa Lucio III, con el fin de acabar con estas creencias que provenían de Oriente, creó este instrumento de represión que se iría desarrollando con el paso de los años. Estos heréticos cátaros, conocidos como los "puros" o "albigenses", denunciaban toda la organización piramidal eclesiástica y los sacramentos establecidos.

Los cátaros, expulsados de Carcasona.

Los cátaros, expulsados de Carcasona.

Este movimiento de los cátaros sería adoptado por la nobleza del sur de Francia que, liderados por Raimundo VI de Tolosa, lograron protegerse de la Iglesia y crearon una estructura eclesiástica propia que llegó a contar con media docena de sedes episcopales.

El Papa envió al representante e inquisidor Pedro de Castelnau a aquellas tierras donde la palabra de Dios se interpretaba de manera alternativa. Castelnau tenía la misión de convencer a los herejes de volver a abrazar la cruz. "Antes de terminar de pronunciar la última palabra, un escudero del conde Raimundo dio un paso adelante y atravesó súbitamente con su espada al enviado del Papa", relata Vilmont.

Así, en 1209, la nobleza del norte de Francia y el Papa se enfrentaron a los heréticos:  "El peso de la espada cayó con toda su fuerza sobre las gentes que poblaban el sur de Francia. Sin distinguir entre noble o campesino, judío o cahorsino, cátaro o cristiano; todo habitante del Midi francés sin excepción fue considerado enemigo de la Iglesia".

En este ambiente, incluso el Papa ordenó ejecutar a todos los prisioneros que tomaban a medida que conquistaban las tierras del sur, independientemente de su fe. "Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos", alegaba. Pedro II de Aragón, que había decidido defender a su vasallo Raimundo, también sucumbió en la batalla de Muret (1213).

Tras esta debacle en el campo de batalla, los últimos cátaros se refugiaron en el escarpado castillo de Montsegur donde resistieron hasta 1244. Finalmente, los hombres del Papa entraron y quemaron vivos a 200 de ellos. "Fue esta la herejía que más resistencia opuso a la Iglesia, que como hemos comprobado tuvo que echar mano de toda una Santa Cruzada para erradicarla a golpe de espada", apunta el escritor.

"Con la eliminación de los cátaros, la Cristiandad disfrutó de cien años de cierta tranquilidad en lo que respecta el desafío del dogma establecido por la Santa Sede", narra. Este tipo de revueltas, empero, no desaparecerían del todo. En la Edad Moderna, el luteranismo y demás vertientes del cristianismo se enfrentarían, con victoria incluida, a los hombres del Papado. Roma se vería amenazada, tal y como había sucedido siglos atrás. Y la Santa Inquisición aún estaba por llegar.