Enrique Reguero es plegador. Su oficio consiste en convertir enormes pliegos de papel en hojas de diversas medidas con las que otros operarios hacen diccionarios, poemarios y cuentos. De sus manos, sin coger un lápiz ni rozar un teclado, han salido muchas obras infantiles. Ninguna para la Feria del Libro de Madrid. Porque la Editorial Everest, empresa donde este leonés de 51 años trabajó durante dos décadas, cerró en octubre.
Everest se parecía a muchas imprentas españolas: pequeñas o medianas sociedades familiares a las que les cuesta adaptarse a un mercado, el de las artes gráficas, muy dinámico. Según la Clasificación Nacional de Actividades Económicas, de 2008 a 2015 cerraron en España 4.000 empresas del sector.
Crisis, una mayor conciencia ecológica y los cambios tecnológicos han reducido la mano de obra un 30%
Es difícil determinar qué parte de ese declive es “culpa” del libro, pues en el mismo gremio se agrupan editoriales, discográficas y las fábricas que hacen el papel: el que se usa para fabricar libros pero también el de fumar, el de embalar y hasta el del váter.
Lo que sí identifican con claridad sus protagonistas son las causas: la crisis, una mayor conciencia ecológica y los cambios tecnológicos han reducido la mano de obra un 30%. La cifra, de la Confederación Internacional de Impresión e Industrias Auxiliares, coloca a España como el tercer país europeo con más despidos en el sector, sólo por detrás de Grecia y Reino Unido.
Despidos e impagos
“Yo ganaba 1.000 euros brutos al mes en Everest”, explica Reguero, responsable del sector por UGT en Castilla y León, que habla de que una prima de destajo le arreglaba el jornal. “Había otras, pero sólo las cobraba el responsable de máquina, así que en realidad eran un incentivo para que agitara el látigo.”
El año pasado el sector al completo amenazó con una huelga. No se celebró porque se acordó un nuevo convenio laboral. Pero algunas empresas tienen convenio propio, hay 58 en el sector en España, y la conflictividad es patente. Lo días 11 y 12 de abril los trabajadores de Heliocolor hicieron un paro total por impago de salarios. No son los únicos.
A Reguero le pasó lo mismo en Everest. Habla con EL ESPAÑOL el día después de ir a juicio con la empresa en la que pasó veinte años y que culpa a los empleados del cierre. “Dicen que los 104 días de huelga que hicimos hicieron mucho daño. No sé si saben el que hacían ellos cuando acumulábamos seis meses sin cobrar”.
Problemas en las empresas
Los talleres tampoco pasan un buen momento. Hasta UGT destaca que los empresarios de este sector lo han tenido muy difícil. Neobis, Asociación de la Comunicación Gráfica, habla de cierta recuperación y de un aumento del 1% en la facturación. Pero todavía hay 2.400 empresas que registran pérdidas y muchas han desaparecido.
“En el sector han confluido dos crisis, la económico-financiera y un cambio tecnológico hacia un modelo digital”, explica Víctor Trillo, director general de Liberdúplex, imprenta con 50 años de experiencia que dedica un 90% de su producción al libro. La impresión digital es de los pocos servicios que crece pero requiere maquinarias muy costosas y en España, durante la crisis, hasta un 17% de empresas del sector no consiguió ni un euro para financiar la renovación de sus equipos.
El volumen de ejemplares se ha reducido en más de un 15%, sin embargo los pedidos han crecido un 5%
También las tiradas han mermado. “En nuestro caso, el volumen de ejemplares se ha reducido en más de un 15%, sin embargo los pedidos han crecido un 5%”, explica Trillo. Esas cifras suponen que un título del que antes hacían 5.500 ejemplares, ahora sólo tiran 3.500.
Lo que no ha tenido el sector es problemas de morosidad. Al menos así lo confirma Álvaro García Barbero, presidente de Neobis: “En este sentido, siempre ha habido buena sintonía entre el sector de la edición y la comunicación gráfica”.
La culpa relativa del libro digital
“Cuando empezó a haber problemas, Everest nos habló de la crisis y de que el libro digital nos perjudicaba”, explica Reguero. El Observatorio del Libro dice que esa tendencia fue cierta un tiempo, pero en 2014 la edición en papel creció y el e-book cayó un 1,9%. Y la Encuesta de Hábitos y Prácticas Culturales indica que sólo el 17,7% de los lectores opta por el libro electrónico.
“La canibalización que parecía se iba a producir del papel por el libro electrónico se ha frenado”, confirma el director general de Líberdúplex y García Barbero considera que hay que acabar con la idea de que el libro electrónico es una amenaza. “El de papel, aunque despacio, vuelve a crecer”.
La empresa de Trillo cree que el libro tradicional debe ofrecer servicios y acabados que no están al alcance del digital. Eso es lo que pueden hacer por el producto. En cuanto a la gestión, su empresa ha optado por la exportación para paliar la bajada de facturación y evitar despidos: “Hemos pasado de un 10% a un 25% en cinco años con proyecciones de alcanzar el 35% en los próximos dos”.
Pero no todas las compañías tienen esa capacidad de reacción y UGT señala que se debe a la falta de formación en gestión de los industriales españoles. Para Neobis, otra solución pasa por la concentración de empresas, algo que se da en las más grandes, pero muy poco en las pequeñas, que constituyen más del 90% del sector.
Lo más barato
El precio de fabricación de un libro depende de la calidad del papel, del número de páginas, del acabado y del tamaño. Liberdúplex lo sitúa entre el 5 y el 10% del precio de venta del ejemplar. De esa forma, a la editorial le cuesta uno o dos euros convertir en objeto un texto que en el mercado costará 20.
Una imprenta que trabaja para sellos independientes y que pide que no aparezca su nombre asegura que el gasto de la impresión es el más pequeño de todo el proceso de producción de un libro. Pero en algunos casos no es cierto: el proceso de edición también tiene trabajadores precarios. Traductores y correctores, por ejemplo, como ya informó EL ESPAÑOL.
En 2015 Bertelsmann vendió sus imprentas, Eurohueco y Rotocobrhi, a Walstead Capital
“Nuestro trabajo le salía a la empresa a euro por libro”, dice Reguero pero puntualiza que Everest era editorial y fábrica al mismo tiempo, circunstancia que abarata el coste. Pero ahora la tendencia es deshacerse de los talleres. En 2015 Bertelsmann vendió sus imprentas, Eurohueco y Rotocobrhi, a Walstead Capital, la empresa del sector de las artes gráficas que más factura en España y que también hace libros.
Competencia y externalización
Sin talleres, no hay trabajo para los operarios. Y unos y otros están sometidos a una fortísima competencia. “El problema es que no compiten con talleres de aquí, sino con los de China o la India”, explica Carmen Fernández, presidenta del comité de empresa de McGraw Hill. Fernández explica que en esos países no se cumplen convenios laborales como los españoles ni normativas medioambientales tan estrictas como las europeas.
El ahorro les merece la pena aunque suponga apretar al trabajador o despedirlo
Para ella, esa competencia hace que las imprentas bajen mucho las tarifas. Otro motivo, dice, es que ya muchas ya no tienen encargos de las instituciones públicas que, por respeto al medio ambiente o recortes de presupuesto, han optado por las comunicaciones digitales. “La competencia se ha vuelto atroz”, dice Fernández que señala que a muchas empresas ni les importa que, por venir de tan lejos, los encargos lleguen tarde. “El ahorro les merece la pena aunque suponga apretar al trabajador o despedirlo”.
Reguero resopla al hablar de la externalización. En los últimos años de Everest, explica, llegaban camiones con productos de China. “Palés enteros con, por ejemplo, cuentos de Navidad. Los sacábamos y le poníamos nuestra etiqueta. Eran libros que podíamos hacer en nuestro taller.”
¿Falta relevo?
Según la Drupa, los empresarios creen que sus plantillas están envejecidas y que “la imagen del sector” no atrae a los jóvenes. El jefe del Departamento de Artes Gráficas de la Escuela del Trabajo de Barcelona, Antoni Fidalgo, contradice esa idea. “Los estudiantes de grado superior vienen con las ideas claras y el índice de abandono es nimio.”
Quizás no sea un problema de imagen. La crisis no ha mermado las matrículas de las artes gráficas como sí le pasó a la construcción pero como en otros grados superiores, los estudiantes deben cursar 350 horas de prácticas para obtener el título. No son remuneradas. “Les decimos a las empresas que les paguen al menos el transporte, pero no están obligadas”.
En la industria, explica un docente con 26 años de experiencia, la tendencia es que el mismo que retoca la imagen compagine una página y diseñe el logotipo. Y pasa igual en la fábrica. “Los puestos ya no están tan especializados”. El trabajo de los alumnos de Fidalgo será muy distinto del que hacía Reguero, pero no los sueldos, que han estado congelados cuatro años. A UGT le complace que al menos se hayan actualizado las categorías profesionales, inamovibles durante casi cuatro décadas.
Otra queja de lo empleadores es que no encuentran personal cualificado, ni “nativos digitales” pero las palabras y el programa académico que imparte Fidalgo confirman que el problema no es la formación: “Ya no enseñamos revelado de fotos pero tenemos muchas aulas con ordenadores.”
Un agravio histórico
Escribió Simone Weil que el trabajo manual, “el trabajo propiamente dicho”, tiene algo de servidumbre que “ni la más perfecta equidad social podría borrar”. Resumiendo: se hace por necesidad, nunca por gusto. Algo así le paso a Enrique Reguero, que estudiaba Relaciones Laborales cuando empezó en Everest y un empleo que tenía que ser una ocupación de verano se convirtió en el de toda una vida.
El gremio de los impresores nunca lo tuvo fácil. Prueba de ello es que Madrid, ciudad junto a Barcelona que más empresas de artes gráficas ha albergado, fue un foco de conflictividad laboral y social ya en el siglo XIX. Allí se fundó la Compañía de Impresores y Mercaderes de Libros en 1763. En el frontispicio del número 82 de la calle San Bernardo todavía está la placa.
Esto es el capitalismo, en el cual nuestros libreros ya habían entrado y nuestros impresores, a la altura de 1763, descubren en toda su crudeza
Según el historiador Celso Almuiña, el gremio fue “una encerrona” de los libreros a los impresores, que coparon la directiva con el objetivo de monopolizar el mercado. Asegura que utilizaron a los dueños de los talleres, pues ponían a disposición una maquinaria carísima y los libros pero no podían tomar decisiones. Los ejemplares, además, debían vendérselos a los socios de la Compañía a un precio muy reducido. “Esto es el capitalismo, en el cual nuestros libreros ya habían entrado y nuestros impresores, a la altura de 1763, descubren en toda su crudeza”.
Hoy, esa dureza la padecen especialmente los operarios, nacionales y extranjeros. Y los que, como Enrique Reguero, han perdido su trabajo para siempre. Él, tras 20 años de oficio, es incapaz de verse otra vez plegando hojas para hacer libros. “No es que no quiera, es que con 51 años y como está el sector es imposible”.
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