Borges era un hombre contra el mundo, pero como quien no quiere la cosa. Podía defecar en la religión, en el fútbol, en los poetas, en el peronismo, en los viejos amores, pero dilapidaba con una socarronería tan suave que rayaba en la complacencia. También fisiológicamente estaba hecho para detestar con elegancia: hablaba con los ojos pusilánimes -entrecerrando levemente el izquierdo- y un gesto afectuoso y sencillo que iba a romper en dentadura postiza.
A Borges sólo le caía bien Borges, y a ratos tampoco. Respondía siempre ácido a los elogios y se sacudía las importancias. Si caminaba por Buenos Aires y le gritaban "¡Borges, sos más grande que Maradona!", él murmuraba: "Eso estaría bien si lo gritaran en Estocolmo; tal vez podría influir en que los académicos suecos me otorguen el Premio Nobel". Si una señora le besaba las manos y le decía "¡Ay, señor Borges, usted es inmortal!", él sonreía: "Pero por favor, señora, no hay por qué ser tan pesimista". Si le hablaban de la genialidad de su obra, se tildaba de "gran plagiador". Se lo pasaba en grande cuando le confundían con Ernesto Sábato.
La guerrilla del genio
Esas salidas suyas, ese garbo por lo bajo, esas ironías como genialidades enquistadas las recoge el poeta bonaerense Roberto Alifano -que pasó cerca del autor los diez últimos años de su vida- en El humor de Borges (Renacimiento). Dice que durante mucho tiempo fue un tímido irreductible, un temeroso de los demás, pero que la fama le trajo una seguridad social de sí mismo que le hizo ganar desparpajo. Y fue ese reconocimiento el que le dio agallas para decir -¡en París!- que Guy de Maupassant era "un escritor que nació tonto y murió loco", que las greguerías de Gómez de la Serna no eran más que la estupidez de "pensar en burbujas" y hasta para maldecir el tango en Buenos Aires. Repartía cera a Carlos Gardel ("crea miserias, sensiblerías... es una de las formas de decadencia de este país"), a Antonio Machado ("No sabía que Manuel tuviera un hermano") y hasta al intocable García Lorca, al que llamó "andaluz profesional".
Borges dijo de Lorca que "se esforzaba todo el tiempo por agradar a los demás" y que era "un amanerado insoportable"
En El humor de Borges, Alifano explica por fin por qué ese desencuentro. El argentino y el granadino se conocieron en la década del treinta, cuando Lorca vivió más de seis meses en Buenos Aires. Quedaron varias veces, acompañados por otros autores, en el hotel Castelar, allá por la avenida de Mayo. "Era un exhibicionista insoportable", decía Borges. "Se dirigía a nosotros en un tono jocoso que a mí me incomodaba. Era un actor que sobreactuaba". Lorca llegó a vacilarle al padre del Aleph. Le dijo que toda su preocupación -más que la poesía, más que el teatro- estaba puesta en ese momento en el personaje que él consideraba el más importante del siglo.
"¿Cuál es ese personaje?", preguntó Borges. Y él le respondió que se trataba de alguien en quien se podía leer toda la tragedia de Estados Unidos. Le pidió que arriesgara. "No sé", titubeó. "Melville, Whitman, Twain, Poe...". "No, mucho más importante que esos: Mickey Mouse". Aquella tomadura de pelo no le sentó nada bien a Borges, que diría de Lorca que "se esforzaba todo el tiempo por agradar a los demás" y que era "un amanerado insoportable". De su poesía dijo que estaba llena de "pintoresquismo", que intenta "ser visual", pero que "parece hecha en broma". Del teatro ni hablemos. Una vez acompañó a una amiga a ver La casa de Bernarda Alba y a la mitad se aburrió tanto que salió de la obra.
Contra el fútbol y la política
Borges inescrutable; raspa sin descanso. Durante el mundial de 1978, el escritor se reunió con César Luis Menotti, director técnico de la Selección Argentina de Fútbol. Después dijo de él: "Es un hombre amable, respetuoso. Pero, ¿no le parece raro que una persona inteligente se empeñe todo el tiempo en hablar de fútbol?". Se dejaba caer sin llegar nunca al insulto: en realidad, apenas se tomaba la vida en serio. Vino aquí a jugar, y por eso es fácil encontrar fotografías suyas en las que aparece como un niño dulce que muta a gnomo perverso, riéndose de sus reflexiones, descoyuntado por su propia opinión de la vida.
Cuenta su amigo Alifano que nunca intentó ser gracioso, pero que para él los diálogos eran una fiesta llena de ocurrencias. En una ocasión fue a almorzar con un político que pretendía que Borges fuese icono de su partido. "Estamos viviendo una época muy difícil, pero si ganamos las elecciones sacaremos al país del pozo en el que se encuentra", espetó, muy solemne, el político. "Yo tengo fe, señor Borges. Se puede tocar fondo, y a veces es necesario tocar fondo, para después salir a la superficie". El autor levantó la cabeza y sonrió: "Bueno, yo no soy tan optimista, doctor. Como el espacio es infinito, es probable que sigamos cayendo indefinidamente". Y no cedió a su petición.
Contra el ejército, los mediocres y Dios
Ofendió a las Fuerzas Armadas allá en la Guerra de las Malvinas ("es un disparate más de los uniformados argentinos; una huida hacia delante de nuestros temerarios militares"); al poeta Oliverio Girondo ("No creo que ni sus peores enemigos puedan imputarle el calificativo de 'talentoso'") y hasta al Dios que propone la fe: "Me siento incapaz de creer en un Dios que es además tres personas", resoplaba. "Pero puedo creer en algo que dijo Bernard Shaw: God is in the making, Dios está haciéndose. Yo estuve en Japón hace poco, conversé con sacerdotes sintoístas, y ellos me dijeron que se limitaban a ocho millones de dioses, una cantidad excesiva tal vez", hizo una pausa y ríó: "Quizá dado el estado del disparatado mundo en que vivimos esa cantidad sea una miseria, ¿no?".
Eso sí: con el autor de El retrato de Dorian Gray se echaba las risas. Compartía con él su visión del matrimonio. "Recuerdo una frase muy graciosa de Oscar Wilde que decía: 'Ella no me debe querer tanto, ya que se casó conmigo'. Y otra: 'En el matrimonio, las mujeres buscan su felicidad y los hombres pierden la suya'". El humor de Borges se resume, en realidad, en una de las anécdotas que cierran el libro.
Dijo que la Guerra de las Malvinas era "un disparate más de los uniformados argentinos; una huida hacia delante de nuestros temerarios militares"
En una cena, se puso a criticar duramente al pintor Emilio Pettoruti. Al salir del restaurante, un señor se levantó de una de las mesas para saludarle: "Soy el sobrino del pintor Emilio Pettoruti, y, en nombre de mi tío, que lo admiraba mucho, quiero besarle la mano". Cuando se despidieron, el acompañante del escritor le dijo a Borges: "Mire lo que son las casualidades, usted no lo recordó bien a Pettoruti y al parecer él lo quería mucho". La respuesta del argentino sintetiza la relación del universo con el genio: "Bue-ee-no. Un amor no correspondido".