"Junto con los peligros reales y el buen sexo, la carretera es una de las cosas que te hacen estar cien por cien vivo en el presente". Gloria Steinem (Ohio, 1934) lo ha tenido todo en contra para ser libre y nómada: es mujer, judía, feminista, hermosa -se le echó en cara que así era difícil tomarla en serio- y no sabía conducir. La niña de puño levantado y gafas tintadas que fumaba compulsivamente mutó un buen día de periodista a la caza de historias a activista itinerante.
Estaba dispuesta a derribar la idea de que los hombres encarnan la aventura y las mujeres el hogar: hasta Dorothy, de El mago de Oz, soñaba compulsivamente con volver a Kansas, y hasta Alicia en el País de las Maravillas despertaba de su periplo justo a tiempo para el té. Daba la sensación de que todos los viajes emprendidos por mujeres acababan mal, desde el real de la avioadora Amelia Earhart hasta el ficticio de Thelma y Louise. En ¡Viva Zapata! -el retrato hollywoodiense del gran revolucionario mexicano-, el protagonista monta a caballo para salir en busca de su destino y su mujer se le agarra a las botas, dejándose arrastrar sobre el polvo, y le implora que se quede en casa.
Asumió que le interesaba más hacerse a la mar que calentar el hogar "interpretando el papel de madre o esposa" y que jamás se convertiría en obstáculo para la libertad de un hombre
En Mi vida en la carretera (Alpha Decay), Steinem cuenta que asumió pronto dos cosas: una, que le interesaba más hacerse a la mar que calentar el hogar "interpretando el papel de madre o esposa", y dos, que jamás se convertiría en obstáculo para la libertad de un hombre. "Incluso el diccionario define aventurero como 'persona que vive o busca aventuras' mientras que aventurera es la 'mujer que recurre a medios inmorales para procurarse riquezas o una posición social'", escribe.
La rebelión que se mama
Por no hablar de que, ya sea por muertes a cuenta de la dote en la India, crímenes de honor en Egipto o violencia de género en EEUU, los datos revelan que una mujer tiene muchas más probabilidades de ser agredida o asesinada en su casa a manos de un conocido que viajando. "Estadísticamente, para la mujer el hogar es más peligroso que la carretera", guiña Steinem. "Tal vez el acto más revolucionario para una mujer sea emprender un viaje por iniciativa propia y ser bien recibida cuando vuelva a casa".
Mamó el amor a la inestabilidad de su padre, un comerciante que la hizo pasar los diez primeros años de su vida en una carretera. El único futuro que era capaz de intuir era el espacio que apuntaban los faros de su coche viejo. Pero también la dejaba comerse el helado sin haber acabado el primer postre, dormir cuando y donde le diera sueño y "soportó todas mis quejas por no ir al colegio como los demás niños; sin embargo, años después de su muerte me di cuenta de que eso me había ahorrado las limitaciones de género que la escuela imponía a las niñas por aquel entonces".
Gloria Steinem creció como las adolescentes reaccionarias: no quería envejecer prematuramente como su madre ni vivir pegada al asfalto, sin ton ni son, como su padre
Su madre, que había sido una de las primeras mujeres periodistas, renunció a su trabajo y sus ambiciones por atender a su familia y se sumergió en una depresión. Gloria Steinem creció como las adolescentes reaccionarias: no quería envejecer prematuramente como su madre ni vivir pegada al asfalto, sin ton ni son, como su padre. Por eso eligió su propia manera: viajar -acompañada- por tierra, mar y aire, y con un sentido, el de escuchar, comprender y contar historias. Después de la universidad, huyó a la India dos años. Escuchó a Indira Gandhi, persiguió a Martin Luther King cuando encabezaba una marcha en Washington.
Habló con mujeres negras -"gracias a la señora Greene pude comprender los paralelismos entre raza y casta, y que los cuerpos de las mujeres se utilizaban para perpetuar ambas cosas: prisiones con una misma llave"- y entendió que, si en su promoción de 1956 no había ni una sola estudiante afroamericana era porque, como le respondió un empleado de secretaría, "debemos tener mucho cuidado con eso de dar educación a las negras; porque no hay suficientes negros con estudios con los que emparejarlas". En 1971 fundó -junto a Pat Carbine- Ms., una revista feminista dedicada, en palabras de la gran Florynce Kennedy, "a preparar la revolución y no sólo la cena".
Las conquistas
Steinem ha desarrollado a lo largo de toda su vida un periodismo feminista y comprometido en revistas como Help! -ahí su artículo más célebre sobre cómo se coló en la Mansión Playboy-, Vogue, Glamour, New York o Cosmopolitan. Asumió que "lo político es personal", se sentó junto a McCarthy y le puso contra las cuerdas, hizo campaña por Bella Abzug -que se presentó al Congreso por Manhattan en una época en la que muchas feministas se manifestaban todavía en contra de ese órgano- y en 1984 abrió los ojos ante lo inédito: Geraldine Ferraro, primera candidata a la vicepresidencia en la lista de un partido mayoritario, con posibilidades reales de ganar.
"Había padres que subían a los hombros a sus hijas para que vieran el futuro, y más de una mujer lloraba. No estaban siendo testigos de la victoria de una mujer, sino de lo que ellas también podían llegar a ser".
1992 -además del Año de la Mujer por el significativo salto de mujeres presidentes en el Congreso- fue también el momento en el que se impulsó "una nueva conciencia a nivel nacional de que la intimidación sexual se utilizaba para mantener a las mujeres en una posición subordinada". "El país entero descubrió que el acoso sexual era ilegal", escribe Steinem. "Millones de mujeres descubrieron que no estaban solas: usar el sexo como arma para humillar y dominar no volvería a considerarse algo normal".
Aprendió que "votar no es lo máximo que podemos hacer, pero sí es lo mínimo" y que "para tener una democracia hay que quererla"
Apoyó a Hillary Clinton sólo porque "Obama no me necesitaba para ganar; pero ella podría necesitarme para perder". La acusaron por hacer prevalecer "el sexo antes que la raza", y, con todo, luchó contra los comentarios sexistas en prensa. Aprendió que "votar no es lo máximo que podemos hacer, pero sí es lo mínimo" y que "para tener una democracia hay que quererla". Tiene 82 años y continúa siendo una de las voces más autorizadas de la teoría feminista. "Una mujer sin un hombre es como un pez sin una bicicleta". Y se sigue quedando tan ancha.
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