A los que no somos aficionados al fútbol nos llama la atención el énfasis con el que se abuchea, cuando no entra la pelotita, al mismo al que se aclamaba cuando entraba la pelotita. La pelotita en cuestión es como el pulgar de los emperadores en el circo: si baja, no hay piedad. Ahora estamos en la fase de que al seleccionador Vicente del Bosque se lo coman los leones. Salvo que lleguemos a la final de la Eurocopa y entre la pelotita.
Quizá a Del Bosque le ha pasado lo mismo que a Obama con el Nobel de la Paz: le dieron el marquesado por sus hazañas futbolísticas demasiado pronto, cuando aún había tiempo para que acaudillara derrotas futbolísticas. Su rama familiar habría llegado entonces a la aristocracia y a la decadencia en una sola generación. Pero el entrenador de fútbol es un tipo de guerrero peculiar: no es imprescindible que sea vigoroso, sino que puede salir tranquilón y panzudo. Como es el caso de Del Bosque.
En teoría, es en la cabeza donde se cuece todo en un míster. Ahí puede tener entablado el combate mientras abandona el cuerpo en el sofá. Y por las dimensiones de la de Del Bosque, menudo combate. Hablar del físico es siempre de mal gusto, aunque con Del Bosque resulta pertinente: no en vano, Florentino lo echó del Madrid por feo. O mejor dicho: porque no hacía bonito entre los galácticos. Por aquel tiempo oí una retransmisión brasileña en la que los locutores decían que cómo podía ser entrenador de un equipo tan prestigioso un hombre con semejante ‘barrigão’.
Uno podría pensar que el españolito medio se identificaría más fácilmente con alguien tan parecido a él, pero no: los Landas y Sazatorniles de nuestros bares se visualizan como Guardiolas, Mourinhos y Simeones. Son capaces incluso de buscarse los ladrillitos del vientre ante el espejo, como si fuesen Cristianos. Y es ese mismo españolito medio el que, durante la Eurocopa, acariciará y depositará su papeleta electoral... (Cada voto es un gol que puede ser autogol).
Si bien el PP no es el partido con el que más simpatiza Del Bosque, el candidato al que más se aproxima es Rajoy. Están las canas comunes, el aspecto talludito y el que no sea la “chispa” lo que los caracterice precisamente. Comparten además la poca costumbre de dimitir tras las derrotas. Y la obstinación: el mantener el trantrán a lo que salga, con el convencimiento al menos de que será siempre su trantrán.
Un trantrán clásico de Del Bosque es su insistencia en Casillas, al que ha vuelto a convocar pese a que en el Oporto es suplente. Aunque ahora que ha estallado el escándalo de Torbe está bien contar con un chico al que uno no se imagina en orgías. Con él (y con el míster) no se sabe si a la Roja le entrará la pelotita del contrario, pero al menos mantendrá la portería a salvo del vicio.