Lo que nos faltaba era un Nerón en el imperio, y ahí tenemos a puntito a Donald Trump. Parece que Estados Unidos no quería quedarse fuera esta vez del circuito del fantasma que recorre el mundo y ha decidido ofrecerse a lo grande: proporcionando un populista que deja pequeños a los otros. Qué exótico brote valleinclanesco en Nueva York el de esta mezcla de Mussolini, Jean-Marie Le Pen y Ruiz-Mateos, con pelo entre de Anasagasti y Alaska, o quizá incluso de Rosa Villacastín (¡tiene mucho mérito ese pelo: ensaimada frita con brillos de cruasán!).
Los extremos se tocan, y este rebrote abrupto de masculinidad caduca podría desfilar en el Orgullo Gay con notable éxito, entre las drags. Trump tiene pinta, de hecho, de estar formando siempre parte de un desfile estrafalario; aunque, para ser exactos, a él le pegaría más el de gigantes y cabezudos (iría en este segundo sector), con su escayola de colores chillones y su gestualidad rígida. Trump, tan ostentóreo, está al completo, a pequeña escala (es una manera de hablar) en nuestro Gil y Gil, que fue un Trump avant la lettre: ambos se enriquecieron con el negocio inmobiliario, hicieron el macaco en televisión y dijeron burradas que "conectaban" con el pueblo. Está escrito que, si Trump sale presidente, dejará Estados Unidos como Gil dejó Marbella.
Otros extremos que se tocan: el xenófobo Trump, el despreciador de mexicanos y latinoamericanos en general, es lo más parecido que hay hoy en Estados Unidos a un fantoche de los que de vez en cuando gobiernan (¡triste herencia española!) los países de América Latina. Trump de presidente sería lo más parecido a un Pinochet, a un Trujillo, a un Fidel Castro o a un Hugo Chávez (¡Maduro tendría al fin a un interlocutor de su nivel!). En el caso de Trump, naturalmente, con el freno de un Estado de derecho; justo el que él trataría de burlar.
Pero todos sus equivalentes quedan eclipsados por Nerón, del que parece un retrato vivísimo. Es como si la palabra “imperio” que desde el siglo pasado se aplica al dominio estadounidense hubiese estado invocando a un personaje así desde el principio. El que apareciera era solo cuestión de tiempo. Por el momento hay que esperar a ver si ha llegado la hora definitiva: la suya y la de todos.
Como Nerón, entre excentricidad y excentricidad, acabaría incendiando Estados Unidos y el mundo; aunque para empezar al que ha dejado chamuscado con su triunfo en las primarias es a su partido. Cuyo símbolo, por cierto, es un elefante como los del antirromano Aníbal. Ya solo Hillary Clinton, esa especie de Cleopatra, puede salvar a Roma.