La eterna guerra entre el bien y el mal ha encontrado su enésimo campo de batalla en la sala del Tribunal 5 de Lansing (Michigan). Allí la luz ha superado a la oscuridad una vez más al mandar a Larry Nassar a una celda para el resto de sus días. Quien fuera gurú de la medicina deportiva durante décadas en el equipo olímpico estadounidense de gimnasia y en la Universidad de Michigan State, con suerte, no volverá a ver la luz del sol. Es la condena por sus pecados -abusar sexualmente de cientos de niñas aprovechando su posición-, la que le ha impuesto la jueza Rosemarie Aquilina, la nueva heroína contra los abusadores, la cara de la justicia, esta vez más justa que nunca.
Novelista en sus ratos libres -ya ha publicado Triple Cross Killer y su próximo libro saldrá en breve al mercado editorial-, la juez Aquilina es uno de esos personajes necesarios, de los que sociedad necesita aunque la sociedad no lo sepa. Fue ella quien en sus ratos libres envió un razonamiento jurídico perfectamente argumentado a Barack Obama en contra de la declaración de bancarrota de la ciudad de Detroit argumentando que constituía una violación de la constitución del Estado. Un síntoma de su forma de ser, ejemplificada de maravilla en su lema personal.
"Defiendo a la gente y digo: 'Vamos a hacer lo correcto'". Una frase para identificar a una persona, a una luchadora, a una inmigrante en los Estados Unidos de Donald Trump -llegó al país de pequeña, junto con sus padres, él de Malta y ella alemana-, a una mujer, que ha encontrado en los cientos de casos de violación de Larry Nassar no sólo la oportunidad de "hacer lo correcto" sino la oportunidad de hacer pedagogía, de mostrar al mundo los lugares oscuros donde nadie quiere ir, los recovecos de una sociedad que permite a un médico abusar de niñas que sólo querían hacer gimnasia para ser felices.
Da lo mismo si eran atletas olímpicas como Simone Biles, Aly Raisman, Gabby Douglas y McKayla Maroney o deportistas desconocidas que jamás llegaron a unos Juegos olímpicos o a una competición de su condado. Larry Nassar abusó y agredió sexualmente de cientos de niñas aprovechando su posición dominante y la juez Aquilina le obligó a escuchar, a sentir remordimientos por cada una de sus acciones, a ver las caras de quienes fueron sus víctimas y a, quizás de verdad, sentir lo que hizo.
Hasta 135 víctimas pasaron por el tribunal para contar su historia -se estima que los abusos son extensibles a más de 300 mujeres y niñas-. Del "me robó la inocencia, la privacidad, la seguridad y la confianza" de Jade Capua al "traicionó mi confianza, se aprovechó de mi edad y abusó de mí cientos de veces" de Alexis Moore, pasando por la fuerza y las ganas de revancha de Aly Raisman, campeona olímpica en Londres 2012 y Río 2016: "Este grupo de niñas, ahora mujeres, es ahora una fuerza. Y tú no eres nada. Tenemos voz, y no vamos a ninguna parte". Testimonios todos ellos opacados por las palabras de Donna Markham, quien relató cómo su hija se suicidó a los 23 años a consecuencia de las secuelas que le provocaron los abusos de Nassar.
Y con cada declaración un gesto, un leve asentimiento de cabeza, un mínimo pestañeo, cada vez mayor, como su indignación, como su consciencia de estar ante una oportunidad de hacer justicia y de levantar la voz. "Puede ser duro (escuchar las declaraciones), pero nada es tan duro como lo que soportaron sus víctimas durante cientos de horas", dijo la jueza en un momento del juicio. "Nunca fuiste el problema, pero eres parte de la solución", le dijo a otra de ellas. "Morirá en prisión, su próximo juez será Dios", sentenció después de escuchar a otra de las víctimas, supervivientes como ellas mismas se definen. Y la frase final: "Tengo el honor y el privilegio de sentenciarle".
Nassar se disculpó por destruir "emocionalmente" a sus víctimas justo antes de escuchar esa frase, justo antes de que Aquilina le sentenciase a la vida en la cárcel, a una condena de entre 40 y 175 años en prisión, aunque el depredador sexual más grande de la historia del deporte tampoco podría haber salido a la calle mucho antes, pues ya cumple una condena de 60 años por un delito de pornografía infantil. Por suerte, Nassar ya no podrá hacer daño a más niñas, ni siquiera podrá amenazarlas y aunque lo hiciera ahí estaría Rosemarie Aquilina, conocida de sobra por una sentencia en la que envió a un violador en serie a prisión y este, en su últimas palabras en público, le juró que "enviaría a alguien a buscarla". Que se atreva.
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