Hay días en que cambian las jerarquías, las eras y los ciclos. Y, este sábado, definitivamente, fue uno de esos. Y lo fue porque Messi, quizás el mejor jugador de la historia, le cedió el trono del fútbol mundial a su próximo heredero. Kylian Mbappé tomó el relevo con tres acciones para la historia: una cabalgada desde su campo que acabó en un penalti convertido por Griezmann y un doblete final. El delantero francés, de pronto, con la zancada de Ronaldo el ‘gordo’ y el talento de Henry, dio el pase a cuartos a Francia y hundió a la Argentina de Leo en el mejor partido de este Mundial hasta la fecha [narración y estadísticas: 4-3].
No desmereció el cartel, ni los actores, ni el escenario. Y, sobre todo, no se puede quejar el espectador. Minuto 13 y fuegos artificiales. ¿El protagonista? Mbappé, que fue el primero en hacer aparición -y aguantó su papel de héroe hasta el final-. El delantero francés recibió la pelota y, como el mejor Ronaldo, metió la primera, la segunda, la tercera, la cuarta, la quinta y todas las que podía desde su campo. Se plantó en el área de Franco Armani y cayó por un empujón de Marcos Rojo. Griezmann le pidió la pelota e hizo resto: colocó la pelota, la mimó, miró al firmamento, se conjuró con él y metió el cuero dentro de la portería. Los galos, mejores de inicio, pegaban primero.
Pero aquellos fuegos artificiales fueron tan solo el principio de la mucha traca que estaba por llegar. Argentina, que había vuelto a cambiar la alineación –cuatro en cuatro partidos–, fue de menos a más. Con Higuaín y Dybala en el banquillo y Pavón en la alineación titular, se vio, de primeras, sobrepasada por el juego de Francia –y, sobre todo, por Mbappé, que aparecía por cualquier lado–; y de segundas, desorganizada. Sin saber qué hacer con la pelota o a qué jugar. Es decir, los problemas habituales. Y Messi, mientras, desaparecido.
Pero la tónica cambió. Francia bajó los brazos momentáneamente y la albiceleste lo aprovechó. O, mejor dicho, lo hizo Di María. Banega se la puso al ‘fideo’ en la frontal del área y éste no se lo pensó: miró a la escuadra, fijó el objetivo y la puso donde no llegan a aparecer las telarañas. Un golazo en toda regla. El partido, ya decimos, no desmerecía, y no pensaba bajar el ritmo. Primera mitad de infarto y todos al vestuario.
Y, nada más comenzar la segunda mitad, más leña al fuego: Messi dispara desde dentro del área, le pega a Mercado –aunque él hace por darle– y el balón se mete dentro. Argentina, que había empezado peor, de pronto, se ponía por delante: 1-2 y a seguir. Pero no por mucho tiempo, porque Francia se rehízo rápidamente. Primero, con una ocasión de Griezmann, que estuvo a punto de aprovechar un despiste entre Fazio –que había entrado por Marcos Rojo– y Armani; y después, anotando el empate. Esta vez, con un golazo de Pavard, que la engancha –como Nacho contra Portugal– y la coloca en la escuadra izquierda.
Y, después, turno para el hombre del partido: Kylian Mbappé, que hizo dos para enterrar a Argentina y hundir a Messi. El primero, con un disparo cruzado desde fuera del área; y el segundo, en una jugada descomunal de Francia entre Griezmann, Matuidi, Giroud y el delantero del PSG. Y fin de la historia -pese al gol de Agüero-. El trono del fútbol mundial ya tiene a su nuevo Rey. El nombre, a estas alturas, no es necesario volver a nombrarlo.
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