¿Cuándo nace una estrella? ¿En qué momento emergen tipos como Maradona, Pelé o Zidane? ¿Cómo se les puede reconocer? Seguramente, no hay una respuesta firme a ninguna de estas preguntas. Al fin y al cabo, una exhibición individual no dura de por vida. Sin embargo, lo hecho por Mbappé contra Argentina (4-3) se debe parecer a la explosión de cualquier futuro Balón de Oro. Sólo así se puede explicar que un chico de 19 años –casi 20– sea capaz de desarmar a la albiceleste con un físico descomunal, un talento sin medida –nadie puede atisbar dónde está su límite– y un porvenir que transige entre las estrellas del firmamento del fútbol mundial -con detalles cincelados de Ronaldo y Henry-. Ese es su camino: abrazar los astros con toda la intensidad con la que deslumbra insultantemente a una edad a la que muchos adolescentes aspiran a subir al primer equipo. Y él, en fin, lidera a su selección en un Mundial.

Ante Argentina, apareció en el minuto 13 -ya anticipaba algo malo para la albiceleste-. Entonces, el primer destello: una carrera desde su campo que termina en el área de Franco Armani y finaliza en penalti y gol de Griezmann desde los once metros. De repente, Mbappé convertido en Ronaldo Nazario. Desde la retirada del brasileño no se había vuelto a ver nada igual. Jamás esa zancada, esa potencia, ese regate, ese apartar rivales, esa elegancia… Hasta este sábado, contra Argentina y en unos octavos de final, en el mejor escenario y contra el mejor rival posible.

Mbappé celebra su gol con Dembélé. Reuters

Su objetivo está claro: ocupar el trono de oro del fútbol mundial, enterrar a Messi –aunque es posible que ya lo haya hecho con esta explosión en los octavos de final– y tomar el relevo de Cristiano Ronaldo. Por precio (160 millones le costó al PSG), calidad, talento, edad y determinación, lo merece. Puede ser cualquier cosa. Lo tiene todo. Ya lo demostró en el Mónaco, nada más subir al primer equipo, capitaneándolo en la Champions League y llevándolo hasta semifinales. Algo impensable, pero real.

Mbappé celebra su gol con Francia. Reuters



Aquella temporada en el Mónaco ya lo perfiló como una posible estrella del fútbol mundial, como un talento por explotar, como un diamante en bruto. Lo quiso el Madrid. Y el Barcelona. Y la Juventus. Y el Bayern de Múnich. Todos llamaron a su puerta. Pero, finalmente, fue el PSG el que pagó los 160 millones de euros y le puso un sueldo a su altura. Pero en esta primera temporada no ha deslumbrado como se esperaba. Mbappé ha sido uno más junto a Neymar. Ha destacado, obviamente, en determinados partidos, pero no ha eclipsado al brasileño.



Ahora, tras su exhibición en estos octavos de final del Mundial, sí se puede postular a cualquier cosa. Por capacidad no va a ser: cuenta con lo mejor de Ronaldo –la potencia, la determinación y el físico– y de Henry –la técnica, el talento y la elegancia–. Es la mezcla perfecta entre dos de los mejores jugadores de la historia. Y, además, a su edad (19 años), su ascensión hacia el firmamento acaba de empezar. Es más, Mbappé tiene todavía otros tres partidos en el Mundial –si Francia llega a la final– para demostrar por qué merece aspirar al Balón de Oro esta temporada. 

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