Los milagros no existen. Un día después de perder agónicamente en semifinales de los Juegos Olímpicos contra Juan Martín Del Potro (dejando escapar la ocasión de asegurarse la medalla de plata), Rafael Nadal cedió la de bronce (2-6, 7-6 y 3-6 contra Kei Nishikori) en un cruce que perdió, pero que peleó con rabia hasta el final porque su espíritu competitivo es de los más grandes que ha visto la historia del deporte.
Lo que ocurrió fue un ejemplo más del gen Nadal, todo corazón. Ni con el partido completamente fuera de control, cuando perdía 2-6, 2-5 y saque de su rival, el español sacó bandera blanca. Todo lo contrario: rompió el servicio del japonés, ganó el suyo y volvió a quebrar el de su rival para colocar el 5-5 y ganar el tie-break, demostrando que no se rendiría ni aunque fuese su última opción en la tierra. La remontada dejó mudo al mundo entero.
Al mallorquín, desquiciado porque la organización permitió que su rival se marchase al baño más de 10 minutos antes de comenzar la tercera manga y enfurruñado con el continuo transitar del público por los asientos entre los juegos, se le fue la victoria en un tercer parcial que encaró con el gesto torcido, intentando borrar de su cabeza un pensamiento que nunca logró ahuyentar: el de que su contrario le había parado el encuentro cuando mejor estaba.
De arranque, las manos rápidas de Nishikori desarbolaron a Nadal y dejaron al descubierto su estado actual. El japonés, que había perdido el día anterior con Andy Murray casi sin oponer resistencia, imprimió un altísimo ritmo de entrada, llevando al mallorquín de lado a lado. Como si fuese un juego de niños, el número siete se subió encima de la bola para golpearla en trayectoria ascendente y le quitó un precioso tiempo de reacción a su contrario, agravando sus problemas en las piernas.
Nadal, tieso como un palo, se movió muy lento. Al español no le respondió el cuerpo y le costó un mundo aguantar los intercambios con Nishikori desde el fondo de la pista. Llegar tarde al encuentro con la pelota provocó lo más lógico: el mallorquín acumuló un puñado de errores con su derecha y poco a poco se fue haciendo pequeño en el partido, perdiendo la batalla por la iniciativa (vital con un rival tan veloz como Nishikori) y alejándose del bronce, al que el japonés llegó con autoridad y tiros fantásticos.
Vacío tras una semana de alegrías (medalla de oro en dobles junto a Marc López), decepciones (a tres puntos de asegurar la plata en un durísimo partido que el argentino Del Potro le arrebató en el tie-break decisivo) y físicamente destrozado (más de 22 horas de competición en menos de una semana), Nadal intentó agarrarse al bronce con lo poco que tuvo y fue insuficiente, aunque por momentos sea aferró con fe ciega al triunfo.
A Nadal le pueden fallar las piernas, los golpes o incluso la cabeza, pero jamás la capacidad de lucha. Dos veces sacó Nishikori por la medalla (con 5-2 y 5-4) y dos veces se encontró con Nadal parándole los pies con un mensaje que entendieron hasta las piedras: estabas muy equivocado si pensabas que me ibas a ganar fácilmente. Cuando parecía que el mallorquín estaba muerto y enterrado, una remontada fabricada con inteligencia. Sin gasolina, el balear se lo jugó todo a una carta, dando un paso al frente en agresividad para evitar más desgaste y fiándolo todo a las líneas.
“¡Rafa! ¡Rafa!”, gritó la gente para animar al número cinco mientras Nishikori se marchaba al baño, consumiendo muchos minutos en volver y frenando la reacción del mallorquín. “¿Te parece bien que alguien esté fuera 11 minutos?”, le dijo Nadal al supervisor del torneo, echando humo. “¿No pasa nada? ¿Esto lo permite la organización?”, cargó de nuevo el número cinco, que sin el desgaste de toda la semana habría podido jugar el parcial decisivo como un tenista de cuerpo entero, y no con una fatiga tan grande que le costó la derrota.
Para el japonés, finalista del Abierto de los Estados Unidos en 2014 (perdió contra Marin Cilic), fue probablemente uno de los mejores días de su carrera, con la medalla de bronce colgada al cuello en una fotografía histórica. Para Nadal, que llegó a Río envuelto en mil dudas tras estar casi tres meses de baja por una lesión en la vaina cubital posterior de la muñeca izquierda, supuso el broche a unos Juegos de los que se marcha con un botín impensable: peleando hasta el último momento en individuales y con un valioso oro en dobles. Como siempre, y una vez más, lo de Nadal no tiene nombre.