Francia tembló en el primer tiempo de la final de su Mundial ante Noruega, pero acabó arrasando en la segunda parte a los sorprendentes escandinavos (33-26) para conquistar su sexto cetro planetario y su undécima medalla internacional.
La consagración para la generación de Nikola Karabatic, a quien, hasta ahora, faltaba ganar un Mundial en su tierra para emular a la de Jackson Richardson, que lo hizo en 2001 como punto culminante de otra camada de jugadores de excepción.
El exjugador del Barcelona, quizá el mejor del mundo, lideró a un equipo en el que emerge una nueva generación, los Fabregas, Remili o Mahe, que aseguran al balonmano francés años venideros de esperanza.
Perfectos a lo largo de toda la competición, los franceses sintieron por vez primera el peligro de la derrota en la final, cuando durante la primera parte se vieron sorprendidos por el descaro de una Noruega que jugaba su primera final internacional y que, por momentos, hizo soñar a todo un pueblo.
Pero finalmente la defensora del título supo imponer sus galones, su experiencia y la calidad de su guardameta Vincent Gérard, probablemente el jugador más determinante del Mundial, que a base de actuaciones brillantes ha hecho olvidar al mítico Thierry Omeyer, uno de los dos supervivientes, junto a Daniel Narcisse, del título de 2001.
El meta del Montpellier emergió en el tramo final de la primera mitad para relanzar a un equipo que no sabía cómo buscarle las vueltas a una Noruega sólida en la zaga y eficiente en el ataque, mucho más de lo que podía esperarse de una selección que no estaba en el Mundial por méritos propios, sino gracias a una invitación de la Federación Internacional.
Merced a su meta, Francia pudo irse al descanso por delante en el marcador y rematar la remontada en un inicio espléndido de la segunda mitad.
Desde el inicio, Noruega pisó el parqué de Bercy para sacar su descaro y con la intención de aguar a los locales la fiesta que se preparaba en las gradas.
Su defensa se reveló como una muralla contra la que solo Karabatic y Mahé desde los 7 metros mantenían el tipo.
Noruega se mostraba más eficaz en ataque, gracias sobre todo a Tonnesen, lo que permitió a los escandinavos lograr una ventaja de hasta tres goles que pintaba el pánico en la cara de los aficionados franceses.
Fue la máxima ventaja noruega, que se repitió en varios momentos del primer tiempo, pero que no supieron incrementar.
Los galos parecieron por fases febriles, incapaces de mostrar la superioridad que habían evidenciado durante todo el campeonato, forzando acciones ofensivas sin éxito.
Pero en el último intervalo los escandinavos no supieron aprovechar una superioridad numérica tras la exclusión de Fabregas y, posteriormente, emergió Gérard bajo los palos para frenar el empuje noruego.
Dos buenas paradas del meta del Montpellier relanzaron a Francia, que acabó con un parcial de 5-1 que le permitió irse con una renta de un gol al descanso.
La misma serie que repitieron en su habitual tromba de salida de los vestuarios los hombres de Didier Dinart, gracias sobre todo a tres tantos de Michael Gigou, que les dieron una ventaja de cinco goles, una losa para los noruegos contra la mejor selección del momento.
Se obstinaron los de Christian Berge en mantener vivo el encuentro, pero Francia había recuperado su serenidad y le bastaba ya con controlar el juego para no perder el control del partido.
La joven formación noruega se fue descomponiendo a medida que se acercaba el final, amilanados por una Francia que con el paso de los minutos fue creciendo ante la euforia de su público.
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