Brisbane

—No sabía que teníamos salas recreativas en Brisbane.

—Sí, y son geniales. Cualquier cosa que necesites ve a Albert Street. Ese es tu sitio.

—¿Has jugado a videojuegos?

—He ido todas las noches con mi preparador físico. Solíamos jugar durante una hora y media a las motos, coches, baloncesto… Parecíamos niños grandes, tengo algunos vídeos. Puede sonar infantil, pero me he ido a la cama cada noche sintiéndome muy bien. Ha sido muy divertido, pero al mismo tiempo estaba muy concentrado y he jugado bastante sólido todos mis partidos. No recuerdo la última vez que me sentí tan bien dentro y fuera de la pista.

La conversación tiene lugar el domingo por la noche entre un periodista australiano y Grigor Dimitrov. El búlgaro acaba de ganar el torneo de Brisbane (6-2, 2-6 y 6-3 a Kei Nishikori), su primer título desde 2014 (Queen’s). Hacerlo le ha obligado a derrotar a tres top-10 de forma consecutiva (Dominic Thiem, Milos Raonic y Nishikori). Es, oficialmente, la salida de un túnel bastante largo. Después de llegar a las semifinales de Wimbledon en 2014 y alcanzar su mejor ránking (número ocho), Dimitrov perdió la brújula. No se desplomó, pero la crisis de juego que atravesó le llevó a una situación crítica: el jugador que iba camino de comerse el mundo estaba en un punto muerto. Emborracharse de expectativas es fácil. Arreglarlo, también.

“A veces, cuando un jugador es joven y llega al nivel de top-10 le cuesta entender en qué situación está”, explicó Daniel Vallverdu, entrenador de Dimitrov, curtido durante años en los banquillos de Andy Murray y Tomas Berdych. “Es algo nuevo para ellos, tanto fuera como dentro de la pista”, añadió el técnico venezolano, que aceptó el desafío de trabajar con el búlgaro el pasado verano. “Los jugadores pasan por situaciones personales que no todo el mundo sabe y eso también influye en el nivel de juego en la pista. El problema estaba en que intentaba buscar su identidad en la pista y no la encontraba. Ha pasado un año en el que le costaba identificarse como jugador, no sabía qué tipo de jugador era”.

Dimitrov celebra un punto en la final ante Kei Nishikori. Dave Hunt EFE

Dimitrov le dijo hola al mundo en Rotterdam 2009, cuando recibió una invitación de la organización y le arrebató un set a Rafael Nadal, que acabó salvando aquel partido de milagro. El vestuario ya había oido hablar de él, por sus conquistas en la Orange Bowl (2006) y en Wimbledon júnior (2008), dos prestigiosos torneos de menores. Poco tiempo después, Dimitrov estaba entre los 100 mejores jugadores del mundo (2011), ganando títulos (Estocolmo 2013) y amenazando con hacer mucho más.

Todo el mundo daba por hecho que sería número uno y que su colección de grandes sería bastante importante. Él, al que todo el mundo comparaba con Roger Federer (Baby Federer, un apodo que le perseguirá toda la vida) por las similitudes técnicas entre ambos, con un revés a una mano casi idéntico, tenía que ser el elegido para tomar el testigo de la generación del suizo. Un error del tamaño de un castillo.

“La comparación con Federer viene de fuera, pero son cosas que escucha cada día y es difícil que no se le termine metiendo en la cabeza”, reconoció Vallverdu. “No le ayudó para nada. Sobre todo cuando te están comparando con el mejor jugador de la historia del tenis. Es algo muy desproporcionado, más con un tenista que es muy joven y que no ha logrado nada ni siquiera parecido a lo de Federer”, continuó. “Los jugadores se ponen presión sobre ellos mismos, pero en este caso también tenía presión externa”, aseguró el entrenador venezolano, culpable directo de la recuperación del búlgaro, aunque su aventura empezase hace relativamente poco.

Dimitrov v Nishikori Match Highlights (Final) | Brisbane International 2017

En 2016, y tras caer hasta el 40 del mundo, Dimitrov dijo basta, estamos a tiempo de arreglarlo. Se recompuso. Contrató a Vallverdu y juntos iniciaron un camino para reencontrarse dentro de la pista, ser feliz fuera de ella y con ese balance poder aspirar de nuevo a cosas importantes. “Nos sentamos a finales del año pasado con mi equipo y dijimos: ‘Bueno, tienes 25 años. Obviamente, te has demostrado a ti mismo que puedes jugar al tenis. Entonces, ¿cuál es el siguiente paso?”, confesó el número 17 mundial, que con el título en Brisbane subirá dos posiciones (15) y se acercará al top-10 de nuevo.

“Necesitaba tiempo para poder procesar esa situación por la que tuvo que pasar”, confesó Vallverdu. “Ha madurado mucho. Ya ha estado a ese nivel y cuenta con todo para hacerlo de nuevo y regresar ahí. Será un trabajo constante, de muchos meses, y tendrá que bajar la cabeza, pero estoy convencido de que lo conseguirá”, añadió.

“Estamos en la primera fase de trabajo todavía. No puedes crearle hábitos a un jugador en tres o cuatro meses. Crear hábitos es un trabajo de ocho, 10 o 12 meses haciendo las cosas bien. Y, sobre todo, tener los hábitos correctos en los partidos importantes. Dimitrov ha jugado partidos importantes, pero quiero ver qué ocurre en las rondas importantes de un Grand Slam. Ahí es donde se ve si los hábitos están donde tienen que estar”.

Dimitrov devuelve una pelota durante la final de Brisbane. Dave Hunt EFE

“Entonces, ¿vas directo a buscar salas recreativas en Melbourne?”, le dijo otro periodista al búlgaro al final de la rueda de prensa. “Absolutamente”, respondió Dimitrov, que no competirá en Sídney y empezará a preparar el Abierto de Australia. “Mañana por la noche, salas recreativas. Necesito encontrar una, así que si queréis darme algún consejo…”.

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