“Esto no se ha acabado”. Tras llegar a las semifinales del Abierto de Australia, las segundas de su carrera después de Wimbledon 2014, Grigor Dimitrov lanzó ese demoledor aviso, respaldado por su impresionante arranque de temporada. El búlgaro, invicto hasta ahora (10-0), llega al partido ante Rafael Nadal con el título de Brisbane como confirmación de una recuperación que empezó a construir el verano pasado y que ahora encara su fase final. Dimitrov, que pagó una crisis de identidad durante casi año y medio (cayó hasta el 40 del mundo, hoy es el número 15), ha dejado atrás esos días y representa un peligro enorme para el campeón de 14 grandes: está jugando de dulce, su argumentario de recursos es casi infinito y la presión no será un problema, porque no tiene ninguna.
“Tengo las herramientas necesarias para llegar más lejos, mi trabajo aún no ha terminado”, se arrancó el búlgaro después de superar al belga Goffin en cuartos de final. “Tengo muchas ganas de jugar mi partido del viernes. Creo que estoy preparado para llegar lejos”, añadió. “No quiero esconderme. Tengo la confianza suficiente como para decir que estoy bien físicamente y también en la pista. Aquí me he ido sintiendo mejor partido a partido, creo que ahora es una cuestión natural, algo que viene solo”.
Dimitrov se llevó por delante a tres top-10 de forma consecutiva en Brisbane (Dominic Thiem, Milos Raonic y Kei Nishikori) para sumar su primer título en casi tres años (Queen’s 2014). En Melbourne, durante las cinco victorias que ha necesitado para llegar a semifinales, el búlgaro ha ido demostrando que nada es casualidad. La contratación de Daniel Vallverdú, que pasó por los banquillos de Andy Murray y Tomas Berdych, le ha aportado disciplina y orden (dentro y fuera de la pista) para que su congénito talento vuelva a brillar, porque de eso va más que sobrado.
“Algo ha pasado en algún año de su carrera para que no haya estado donde todos esperábamos, pero evidentemente lo ha dejado atrás”, explicó Nadal sobre el búlgaro, al que domina 7-1 en el cara a cara. “Ha empezado la temporada jugando a un nivel altísimo, ganado a rivales de máximo nivel”, continuó el mallorquín. “Es un candidato a luchar por todo este año porque está en una clara fase de ascensión. Y es un jugador que va a ser top-10 dentro de nada y va a pelear por las primeras posiciones del ranking en 2017”, vaticinó el balear.
“Me he vuelto a enamorar del tenis”, confesó Dimitrov. “Siento emoción, mariposas en el estómago antes de salir a un partido… Valoro mucho esos momentos y casi los aprecio más que las victorias”, añadió el número 15 del mundo, que sufrió mucho por no poder las altísimas expectativas que le habían impuesto desde fuera de su propio entorno. “Solo necesitaba encontrar la inspiración para jugar otra vez, el camino a seguir y divertirme de nuevo. Y eso es lo que estoy haciendo”.
Antes de empezar el torneo, y según la lógica del ranking (que se ha ido cumpliendo hasta semifinales), Nadal tendría que haberse jugado el pase a la final con Novak Djokovic, sorprendido en segunda ronda por el uzbeco Istomin. El mallorquín puede respirar tranquilo porque su némesis está en casa, pero sin perder la cautela: a día de hoy, Dimitrov es capaz de todo, incluso de privarle del partido por el que tanto tiempo lleva trabajando.
“Partidos como el de Raonic me ayudan a salir a la pista con más tranquilidad”, aseguró Nadal antes de cruzar con el búlgaro. “Tengo la oportunidad de competir dentro de un día y medio y espero estar preparado para ello. Hablar de dinámicas… este año evidentemente llevo una buena dinámica. Hay que intentar luchar para mantener ese nivel mental de exigencia y ojalá que físico también”, continuó. “Espero que estas semanas hayan sido positivas para el resto del año, pero ahora mismo solo pienso en el siguiente partido que es lo que realmente me importa. Quiero ganar”.
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