Por cuarta vez en la historia, dos españoles se disputarán el título de Montecarlo. Las victorias en semifinales de Albert Ramos (6-3, 5-7 y 6-1 a Lucas Pouille) y Rafael Nadal (6-3 y 6-1 a David Goffin) garantizaron que el trofeo de campeón volverá a quedarse este domingo en manos de un jugador de La Armada en el tercer Masters 1000 del año. Tras lo sucedido en 2002 (Juan Carlos Ferrero y Carlos Moyà), 2010 (Nadal y Fernando Verdasco) y 2011 (Nadal y David Ferrer), y con la gira europea de arcilla recién nacida, 2017 volvió a confirmar que la hegemonía del tenis español en tierra batida sigue intacta.
Una decisión arbitral rompió el inmenso arranque de Goffin. Para el belga, que comenzó tocando la bola con la facilidad de los elegidos, se terminó el encuentro cuando Cedric Mourier (el juez de silla) decidió corregir a uno de sus líneas y señalar como buena una pelota de Nadal que se había marchado de largo claramente. La rectificación le negó a Goffin el 4-2 en el marcador, encendió a la grada (rota en abucheos desde ese momento, dirigidos al árbitro y también a Nadal) y cambió el cruce: tras sostener el tira y afloja (más de 15 minutos consumieron los dos oponentes en ese sexto juego), el balear le arrebató el saque a su rival (3-3) y le propinó un 10-1 de parcial, con el que accedió pidiendo paso a semifinales.
“Lo único extraño ha sido la reacción de la grada”, explicó luego Nadal a este periódico. “El rival marca una bola fuera, el árbitro baja y la marca buena. Yo estoy en la otra punta de la pista. Si ocurre en mi lado, el silla la canta mala y la veo buena, pues se la doy, como he hecho muchas veces”, prosiguió el mallorquín. “Desde 25 metros no puedo ver eso. La reacción de la grada es extraña, pero Goffin sabe que yo no he hecho nada raro, incluso le he pedido perdón cuando se iba a sacar. Su frustración es con el árbitro, no conmigo”.
Mientras los aficionados silbaban a coro, recordándole al árbitro su error (le despidieron entre insultos), y a Goffin le quemaba en la cabeza la ocasión que le habían quitado, sin encontrar la forma de aparcar el enfado y ponerse a jugar como al principio, Nadal volaba. El campeón de 14 grandes, sobrepasado de inicio, mutó a una versión más directa ayudado por su derecha, con la que generó espacios, abriendo ángulos ofensivos. Cuando el número siete se decidió a soltar el brazo, cuando optó por ser más directo, Goffin dejó de existir, cargando con la polémica y con la brillantez de su oponente.
Ya en la final de uno de sus torneos preferidos (nueve veces campeón), la cuarta de 2017 (Abierto de Australia, Acapulco y Miami), Nadal tiene mucho a favor para celebrar el título que se le ha escapado en los tres meses de curso. El mallorquín, que se enfrenta a un novato en partidos de la máxima exigencia al que domina en el cara a cara (2-0), tiene a tiro la oportunidad de mejorar su notable arranque de curso, en el que ha recuperado su mejor versión, a falta de celebrar una copa que lo subraye.
Antes, Ramos y su sueño de hadas. El torneo del español se resume fácilmente con los tres pasos de gigante que ha dado en tres días. Sin experiencia, pero a toda velocidad: sus primeros cuartos de Masters 1000, su primera semifinal, su primera final. El español, vencedor contra Andy Murray y Marin Cilic en las dos rondas anteriores, le quitó brillo al mágico juego de Pouille con sus armas de tierra batida, las que le ayudaron a remontar dos cruces que tenía perdidos (0-4 perdía con el británico en la tercera manga, 0-2 con el croata en ese mismo parcial definitivo) y plantarse en unas semifinales que compitió con el aplomo del que se sabe favorito, aunque posiblemente no lo era antes de comenzar a jugar.
El francés, un virtuoso de los más impresionantes que hay en el vestuario, intentó hechizar a Ramos mezclando sutilezas y agresividad, la fórmula con la que se ha hecho un hueco entre los mejores, y si no que se lo pregunten a Nadal, derrotado por el francés en cinco mangas en los octavos de final del pasado Abierto de los Estados Unidos.
Pouille, capaz de tirar 10 líneas seguidas y luego acabar el intercambio con una dejada fabricada a medida sin tiempo para elaborarla, vivió de la inspiración, como todos los jugadores que están cortados con el patrón del talento. A ratos fue un vendaval, a ratos no vio forma de ganarle los puntos a su contrario y finalmente terminó desesperado por la solidez del español.
“Allez Lucas!”, animó la gente a pulmón partido al final de la segunda manga, dando alas al francés para lanzarse a empatar la semifinal. “Allez Pouille!”, le gritó su banquillo, lleno de puños cerrados que le pedían garra, lucha, que siguiese insistiendo a ver si la resistencia de Ramos bajaba un poco, lo necesario para volver a la batalla por la final.
Tras conseguir empatar el partido, Pouille se deshizo, aunque no fue culpa suya. Por tercera vez esta semana, la respuesta de Ramos bien mereció ser enmarcada: un comienzo arrollador en la manga final (3-0) que dejó al francés destrozado, físicamente (con problemas en la zona lumbar) y mentalmente apagado, con la lengua fuera por el esfuerzo y las dudas echándole un pulso en su interior.
Ahora, el premio a la constancia de Ramos es también un peligro enorme: el domingo le espera Nadal en la final, el mayor reto de la historia en tierra batida.
“La final confirma la hegemonía de Nadal”, dijo Ramos a este diario tras su victoria. “Siempre hay un español u otro, pero Rafa está en todas. Todos conocemos lo que ha hecho”, añadió. “De momento, yo he llegado a una final, no sé si voy a hacer más resultados de estos aunque lo voy a intentar. Ahora estoy pensando en lo de mañana: tengo por delante el partido más difícil de todos”.
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