Se acabó la razón, es hora de empezar analizar la historia sin que la lógica tenga nada que ver. Abierto de brazos sobre la tierra batida de una de sus pistas predilectas, Rafael Nadal celebra que es 10 veces campeón del torneo de Montecarlo (6-1 y 6-3 a Albert Ramos), que ha superado a Guillermo Vilas en número de títulos sobre tierra batida (50) para quedarse solo en la primera posición, que tiene 29 Masters 1000 (a uno de los 30 de Novak Djokovic) y 70 trofeos en total, más cerca de los 77 del estadounidense McEnroe. El mallorquín, que tras ceder sus tres primeras finales del año (Abierto de Australia, Acapulco y Miami) levanta un trofeo que confirma su buen momento y su candidatura a todo, sabe desde hoy que mucho deben cambiar las cosas para que la gira de tierra que acaba de comenzar no acabe marcada de principio a fin con su huella inmortal. [Narración y estadísticas]
“Siempre quise jugar en Montecarlo cuando era un niño”, se arrancó Nadal tras convertirse en el primer jugador de la Era Abierta (desde 1968) que gana 10 veces el mismo torneo, un disparate estadístico que será un milagro que alguien logre repetir. “Es difícil de creer que haya conseguido 10 victorias aquí”, prosiguió el balear, por primera vez campeón desde el pasado Conde de Godó, hace casi un año. “Creo que después de muchos años de experiencia en el circuito aprendes a disfrutar de cada momento. Hoy es un día para disfrutar y mañana será otro día para pensar en mi siguiente cita. No hay mucho tiempo para celebrar nada en esta parte de la temporada, pero sí para estar muy feliz, relajarme y tener una buena cena con mi equipo y mi familia. Mañana será el momento de entrenarme en Barcelona”, se despidió el español.
“Ha jugado su mejor partido este año en Montecarlo”, aseguró a este periódico Carlos Moyà, uno de los técnicos del balear. “Siempre hay margen de mejora, pero ha sido una semana espectacular en tierra, sobre todo para ser la primera del año. Hay que seguir por esta línea en los próximos torneos para que consiga alcanzar su mejor tenis cuando llegue Roland Garros”, siguió el ex número uno del mundo. “Está claro que los automatismos se van cogiendo con el paso de los partidos. Obviamente, Nadal lo tiene mucho más fácil, pero ir ganando siempre da confianza. Ahora vuelve a jugar casi de memoria de nuevo”.
Al inicio, Ramos busca la victoria huyendo del cuerpo a cuerpo y apostando por atacar en la mayoría de los intercambios, un plan que le cuesta errores por pura precipitación. Obligado a salvar tres bolas de break en su primer juego al saque de la final (0-40), el catalán cede su servicio en blanco al siguiente turno y se ahoga porque Nadal no le da un solo respiro: si Ramos sale de la caseta con la idea de mandar y ser agresivo, Nadal triplica esa propuesta con el éxito que no tiene su contrario y el encuentro se acaba bien pronto.
El mallorquín, que con diferencia juega su mejor partido en toda la semana, aprieta a Ramos en cada punto, le exige, le presiona, le lleva al límite y le termina reduciendo a pedacitos. Obligado a buscar soluciones para las brutales acometidas de su oponente, Ramos ve nacer problemas por todas partes. La leyenda de Nadal hace el resto: cuando el balear se anota la primera manga en 30 minutos da un paso de gigante hacia la copa porque a Ramos le parece imposible remontar el encuentro, aunque por momentos lo intenta, con más amor propio que juego.
A Ramos, que con los 600 puntos que sumará este lunes estrenará su mejor ranking de siempre (19 del mundo), le cuesta horrores mantener el ritmo del mallorquín. La velocidad de la pelota de Nadal, intensa como en sus mejores tardes en tierra, convierte el cruce en un mal rato para Ramos, que tampoco consigue restar los saques de su rival (solo suma nueve puntos de los 41 que disputa sobre el servicio de Nadal) y acaba mareado con los cambios de dirección que el mallorquín va realizando con su saque. Una pesadilla.
“Nadal es mejor que yo en todos los aspectos, así que la diferencia se nota más”, valoró Ramos tras la derrota. “Soy un jugador similar a él, pero con el nivel más bajo. Competir contra alguien que está acostumbrado a jugar tantas finales y a ganarlas casi siempre lo dificulta todo más”, se lamentó el español. “Aunque era difícil, tenía la esperanza de poder ganar. La realidad es que él es justo vencedor. Me habría gustado hacer un partido más igualado para irme con mejores sensaciones, pero así es el tenis”.
Nadal, que con la victoria volverá este lunes a ser número cinco (ganando dos posiciones), juega la final a la altura de lo que su carrera dice que ha conseguido en arcilla. Las maravillas que va construyendo (¡cómo rodea con las piernas la bola para tirar con su derecha y arrollar de arriba a abajo a Ramos constantemente!) son producto de su naturaleza de tenista de arcilla, pero también de una evolución gradual que comenzó hace unos días en Montecarlo, cuando arrancó su parte más importante de la temporada.
Después de sus cuatro primeros partidos sobre tierra en casi un año, superados con sufrimiento (Kyle Edmund en el debut), oficio (Diego Schwartzman, en unos cuartos que terminaron de noche) y buenas sensaciones (Alexander Zverev y David Goffin, en octavos y semifinales), Nadal ha encontrado la complicidad con el albero, lo que en el vestuario llaman automatismos. Una vez listo para jugar de carrerilla, el campeón de 14 grandes es un jugador al que hace falta un milagro para ganar en tierra batida. Y ahí está la historia para dar fe.
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