“Me vine a confesar y Dios me perdonó”. En las semifinales de Barcelona, Horacio Zeballos se acordó de aquella frase porque esta vez el final fue distinto. A diferencia de Viña del Mar 2013, cuando le ganó a el título de campeón a Rafael Nadal aprovechando que el mallorquín venía de más de ocho meses alejado de las pistas por una rotura parcial del tendón rotuliano y una hoffitis en la rodilla izquierda, el argentino se encontró con un jugador que le negó la victoria (6-3 y 6-4) para llegar a su quinta final del año, una muestra más de que va muy en serio. Este domingo, Nadal buscará su décimo trofeo en el Godó contra Dominic Thiem, que inclinó 6-2, 3-6 y 6-4 a Andy Murray en otro encuentro gris del número uno, y ya van unos cuantos. [Narración y estadísticas]
“El partido no estaba nada bonito porque hacía mucho viento”, explicó el número cinco en los micrófonos de Teledeporte tras enfrentarse a otro día feo, con mucho aire cambiante y algo de frío. “Al final, en semanas así es importante tener la capacidad de aceptar y asumir la dificultad en cada momento, sabiendo que es complicado jugar a tu mejor nivel por las condiciones. Hay que saber agarrarse”, prosiguió el balear, que domina 2-1 el cara a cara con su próximo oponente en la pelea por la copa. “Estoy muy contento de estar en otra final. Thiem es un especialista en tierra, de los mejores jugadores del mundo. Espero estar preparado para pelear por el título”.
Zeballos preparó el partido con la ilusión de luchar por la victoria, pero también desde una profunda admiración por su rival. Para el argentino, Nadal es un espejo en el que mirarse a todos los niveles, y solo hay que ver cómo se deshizo en elogios hacia su oponente antes del encuentro de semifinales y cómo tras perder le pidió una foto al balear sobre la pista, un gesto tan extraño (por inédito) como revelador, por todo lo que significó.
Con la pelota en juego, sin embargo, el número 84 del mundo no tuvo forma de parecerse al campeón de 14 grandes, que ha ido creciendo desde que empezó la gira de tierra batida europea hace unas semanas hasta convertirse en un tenista que podría competir muchos tramos de los partidos con una venda en los ojos sin que eso tuviese consecuencias en el marcador. Nadal, que como consecuencia del viento sufrió para restar con profundidad los saques de Zeballos y neutralizar los dos primeros puntos de los intercambios, llegó a la final arremangado: sin ninguna brillantez y jugando mal, pero con la tranquilidad de tener la confianza a su lado, algo que se ha ganado a pulso.
Tras dejar atrás nueve partidos en arcilla, y ganar varios de ellos jugando lejos de su mejor versión, Nadal está en un punto dulce que será difícil volver amargo en la final de Barcelona, y luego en Madrid, Roma y Roland Garros, sus próximos torneos. Contra Zeballos, el único que le había arrebatado un título en albero junto a Roger Federer, Novak Djokovic y Andy Murray, el español graduó su nivel según lo que le fue pidiendo el cruce y nunca se descuidó, en constante alerta para evitar problemas inesperados.
El argentino, zurdo y con revés a una mano, se desenganchó pronto de la primera manga y discutió con bastante más intensidad la segunda, fabricándose algunas situaciones interesantes que Nadal fue gestionando con buenos golpes y mucho tacto, tan delicado estaba el día, tan malas eran las condiciones para intentar algo más que lo necesario. Así se clasificó el español para la quinta final de 2017, donde mañana buscará un nuevo imposible contra Thiem: el de sumar otro 10 una semana después de hacerlo en Montecarlo. Increíble.
Noticias relacionadas
- Nadal y el arte de rectificar a tiempo ante Chung
- Nadal y la rutina de la victoria
- Nadal no para de ganar
- Nadal y la quimera del triple 10
- Nadal rompe la lógica: 10 veces campeón de Montecarlo
- Nadal y Ramos se citan en la cuarta final española de la historia en Montecarlo
- Nadal, semifinalista de Montecarlo tras superar un día desagradable
- Nadal, en busca de su látigo de tierra