Madrid

Cerca de cumplir 31 años, y tras bailar con mil problemas durante dos temporadas que muchos aprovecharon para señalar como el principio de la retirada, Rafael Nadal consiguió este domingo algo inédito en su carrera: al derrotar 7-6 y 6-4 a Dominic Thiem en la final del Mutua Madrid Open, el mallorquín arrancó por primera vez la gira de tierra batida europea ganando los tres torneos iniciales (Montecarlo, Barcelona y Madrid), llegó a 72 títulos (tres este año), empató en número de Masters 1000 con Novak Djokovic (30, récord absoluto de siempre), recuperó la cuarta posición del ranking y confirmó su indiscutible favoritismo para levantar el próximo mes de junio la Copa de los Mosqueteros en Roland Garros, por si todavía quedaba alguna duda danzando por ahí suelta. [Narración y estadísticas]

“Ha sido difícil desde el comienzo”, dijo el vencedor, con la copa de campeón a su lado. “Suerte que he remontado el break en el primer set. A partir de ahí, el partido ha sido un poco más lógico, me he serenado y he jugado mejor, compitiendo bien los puntos importantes”, prosiguió Nadal. “Sabía que el comienzo del segundo era importante, que tenía que empezar fuerte. Eso ha sido clave a la hora de ganar. Es un día para estar satisfecho y disfrutar del título

“Ha empezado un poco nervioso, con malas sensaciones”, reconoció Carlos Moyà, uno de los entrenadores del balear. “Ha ido a remolque hasta que ha devuelto el break. Quizás, el nivel no ha sido el de los días anteriores, pero así y todo ha conseguido imponerse a un rival muy incómodo”, continuó el ex número uno del mundo. “Poco a poco, Nadal ha hecho su juego, aunque Thiem nunca se ha dado por vencido. Es una victoria con un valor enorme”, cerró el campeón de un grande.

“Es una inmensa alegría”, celebró Toni Nadal, tío y técnico del español. “Lo que demuestra el título en Madrid es que está atravesando un gran momento de forma, que está jugando muy bien. Será uno de los claros aspirantes a ganar en Roma y también en París, pero habrá otros”, añadió. “Cuando empieza Roland Garros todo lo jugado cuenta menos”, cerró el preparador.

Nadal, celebrando un punto en la final ante Thiem. Felipe Sevillano Mutua Madrid Open

Con la llegada de la luz artificial, que apareció de la mano de la tarde, la grada se quedó ronca, tanto gritó la gente, tanto animaron los aficionados. Alimentándose de la energía de los suyos ("¡Rafa! ¡Rafa!"), Nadal se sacudió los nervios y recuperó la viveza que le faltó de entrada para ponerse a jugar con Thiem de tú a tú. Con profundidad en sus tiros, el campeón de 14 grandes aguantó todo lo que le propuso Thiem, jugó de dulce y coronó una tarde para cabezas muy fuertes, duras, casi de hierro. 

La aparición de Thiem en su primera final de Masters 1000 respondió a la lógica más pura del mundo: el austríaco, que hace unas semanas también le disputó el título a Nadal en el Conde de Godó, está para pelear por cosas importantes en tierra batida, su superficie predilecta y la que mejor se adapta a sus condiciones de juego, aunque también tenga títulos en hierba y cemento. Pese a que todavía le queda por pulir un aspecto fundamental, que es aumentar la capacidad de sufrimiento cuando los peloteos se endurecen, Thiem debería terminar grabando su nombre en un trofeo de los que garantizan plaza en la historia, y raro sería que no acabase siendo así.

En Madrid, beneficiado por la altitud (667 metros sobre el nivel del mar), el austríaco planteó una estrategia similar a la de Barcelona y esta vez el encuentro se endureció muchísimo hasta convertirse en una obra de arte para paladear con gusto y tranquilidad. Durante la 1h18m que duró la primera manga, Nadal y Thiem construyeron un partido fantástico de tierra batida. Decidido a dejarse la fuerza en la arena, el número nueve mundial le zurró a la bola con violencia, obligando al español a defenderse en todas las posiciones posibles, en los rincones de la pista más esquinados, haciendo escorzos que la física no podría explicar.

A Thiem, que mandó 2-1 y saque en la primera manga y tuvo dos bolas de set en el tie-break, se le hundió el alma tras ver cómo su oponente le arrebataba el set. Nadal, claro, le obligó a jugar una bola extra continuamente, siempre puso una pelota más en juego. Dio igual si Thiem pegaba cinco líneas seguidas, soltaba un misil con la derecha o buscaba algo distinto con el cortado. El español, muy mejorado con respecto al jugador que estuvo se levantó de la lona el primer día con Fabio Fognini, le ganó a su rival por tenis, por cabeza y por persistencia, que tuvo mucha.

Como en la final de Barcelona, Nadal imprimió un ritmo alto sin perder una pizca de solidez, incluso cuando el austríaco se procuro cuatro pelotas de rotura cuando el balear fue a cerrar el encuentro. Lanzado tras la victoria del día anterior contra Djokovic, el mallorquín buscó la corona tras darse ese baño de confianza ante el serbio, una inercia que seguro le acompañará en las próximas semanas.

Si el Nadal que le ganó a Thiem el título del Godó fue el mejor de 2017 hasta ese momento, y es algo que reconocieron sus entrenadores, el que se marchó de la Caja Mágica lanzó un aviso que cada vez parece ir más en serio: a falta de lo que ocurra en Roma la próxima semana, la Copa de los Mosqueteros de Roland Garros pasa por su raqueta. 

Nadal, tras vencer a Thiem en Madrid. Felipe Sevillano Mutua Madrid Open

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