Un grito de Nick Kyrgios mirando a su madre rasgó la noche y cerró su pase a las semifinales del Masters 1000 de Cincinnati (le espera David Ferrer, vencedor 6-3 y 6-3 del austríaco Thiem) tras derrotar 6-2 y 7-5 a un Rafael Nadal desconocido de arriba a abajo. Sin chispa, sin tenis y sin ideas, al mallorquín solo le quedó entregarse a pelear con el corazón y con eso no le alcanzó, aunque le valió para salvar las tres primeras bolas de partido de su rival (dos al saque con 5-3 y una al resto con 5-4), poner el 5-5 en el marcador y soñar durante un segundo con la remontada. Un minuto después, y tras perder su saque en blanco en un juego terrible, Nadal dijo adiós en un día negro y empezó a pensar que llegará al Abierto de los Estados Unidos (desde el próximo 28 de agosto) como número uno, pero sin haber sido capaz de ganar tres partidos seguidos en toda la gira previa de pista dura.
“He ido a remolque todo momento”, explicó el balear a este periódico tras la derrota. “He empezado muy mal, y empezar muy mal contra un rival como él hace que luego sea complicado volver”, prosiguió Nadal, que en menos de 10 minutos había perdido dos veces su saque. “La realidad es que he mejorado en algunos momentos, pero después he vuelto a jugar un juego muy malo en el segundo set, en el que me he hecho break yo solo. Incluso así he sido capaz de llegar al 5-5, pero luego he tenido otra vez un juego horroroso y ha sido imposible”, añadió el número dos, que por la mañana había ganado Albert Ramos sin acercarse a su mejor versión. “Tengo que aceptar que es un torneo complicado para mí, que históricamente no se me ha dado bien. Siempre me ha costado tener buenas sensaciones en Cincinnati”.
En 18 minutos, el australiano ganaba 5-1 a un Nadal lento y pesado, incapaz de mover con la pelota. El mallorquín, que acumuló un error tras otro, no pudo hacerle ni un rasguño a su oponente, tirando corto y sin mordiente. Sin hacer nada especial, salvó mantenerse conectado al arranque con su saque, Kyrgios se encontró caminando por una alfombra roja hacia las semifinales del torneo y entonces creció, agitado por la oportunidad y desatado en un escenario de los que hacen brillar su juego imprevisible, cargado de talento y no apto para consumidores sibaritas.
Como un niño que pasa la tarde en el cuarto de juegos, Kyrgios se lo pasó en grande experimentando con sus tiros y haciendo travesuras que llegaron a costarle los abucheos de la grada. Durante la primera manga, mientras le estaba bailando a Nadal (4-0), el australiano decidió pegar una pelota por debajo de las piernas cuando no lo necesitaba y la gente entendió que eso era pasarse de la raya. El número 23, sin embargo, encajó bien la reprimenda y siguió a lo suyo: martilleando un saque tras otro, atacando las líneas con brutalidad y aullándose a sí mismo como un gorila enjaulado para recordarse que iba por delante.
“¡Ánimo Rafa!”, apoyó una espectadora, haciendo esfuerzos para que su acento americano no estropease el sentido de la frase. “¡Tú puedes!”, le siguió otra, mientras el público aplaudía a coro para intentar rescatar al español del lío en el que se había metido. En una atmósfera eléctrica, totalmente en contra, Kyrgios voló (6-2 y 4-2 en 50 minutos) y el balear se desquició torciendo el gesto, agotado por la frustración de verse tan poco competitivo, tan lejos de su rival, con tan pocas opciones de alcanzar las semifinales ante un oponente cargado de tiros maravillosos que debería haber puesto a prueba de verdad, y no con timidez.
La mayoría del tiempo, Nadal jugó contra Kyrgios, pero también contra sí mismo. Incapaz de encontrar un nivel de consistencia mínimo, el mallorquín no pudo hallar soluciones para los problemas que le planteó su contrario (27% de puntos ganados al resto) sin arreglar antes los suyos (26 errores no forzados), que fueron muchos, y todos importantes en el desenlace del encuentro.
Un ejemplo sirve para resumir el partido entero: tras estar con el agua al cuello toda la noche, el español rompió el servicio de Kyrgios por primera vez cuando su contrario sacaba por la victoria y se colocó 5-5. Inmediatamente, el australiano entró en colapso, cuando hasta ese momento se había mantenido sereno y calmado, concentrado en su raqueta. Disparando insultos a su banquillo, con los demonios subiéndole por el cuello, Kyrgios amenazó con irse del encuentro. Nadal, que cualquier otro día se habría colado por esa rendija hasta convertirla en un boquete y remontar, firmó un juego horrible (tres errores seguidos) para haber forzado el tie-break, entregó su saque y acabó marchándose derrotado. La lógica de una noche complicada para el próximo número uno del mundo.
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