Las dudas se empiezan a despejar con victorias contundentes. En su primer partido oficial desde el pasado mes de noviembre en la Copa de Maestros de Londres, el primero también de 2018 después de someterse a un tratamiento para curarse de una carga de estrés en el tendón rotuliano de la rodilla derecha, Rafael Nadal llega a la Rod Laver Arena y se pone a jugar como si esa lesión nunca hubiese existido, como si estar parado no le hubiese creado dudas, como si no haber jugado ningún torneo previo al Abierto de Australia le importase lo mismo que la visita de un mosquito a la casa de un elefante. El triunfo del número uno mundial (6-1, 6-1 y 6-1 a Víctor Estrella Burgos) le lleva a la segunda ronda del torneo (jugará con Leonardo Mayer, vencedor 6-2, 7-6 y 6-1 del chileno Jarry) con una certeza muy importante: el campeón de 16 grandes necesita mejorar mucho más, pero está listo para poder hacerlo. [Narración y estadísticas]
“Siempre hay un poco más de nervios tras tiempo sin competir, pero ha sido un buen comienzo”, explica Nadal después del debut, igualando su mejor arranque en un Grand Slam (6-0, 6-3 y 6-0 ante el estadounidense Ginepri en Roland Garros 2014 y triple 6-1 contra Sam Groth en 2016, también en París). “He hecho lo que me tocaba: ganar, y con buenas sensaciones más o menos”, añade el balear. “Para mí, ahora mismo lo importante es ir pasando. Sé que lo lógico es sentirme cada vez mejor si sigo avanzando porque la base es buena. He entrenado bien en Melbourne, a un nivel alto”, recuerda el tenista. “Lo que necesito son partidos de competición para coger confianza y recuperar algunos automatismos”.
“Ha salido todo como habíamos planeado para ser el primer partido del año, el primero además que jugaba en los últimos dos meses”, reconoce Carlos Moyà, uno de los entrenadores del mallorquín. “Obviamente, siempre se puede afinar un poco más, pero le falta ir jugando más encuentros y entrar en ritmo de competición. Si salva las dos o tres primeras rondas mirará el torneo de otra manera”, avisa el ex número uno del mundo.
Desde el arranque, Estrella Burgos demuestra que el partido le viene grande, enorme, imposible de abarcar. Pasan 15 minutos y Nadal gana 5-0, una auténtica paliza a toda prisa. El mallorquín juega largo y profundo, pero tampoco hace nada de otro mundo para merecer una distancia en el marcador tan amplia en tan poco tiempo. Su rival, que camina perdido en la inmensidad de una pista desconocida para él, no puede con el peso de la derecha del número uno, se muere cada vez que el español le ataca su revés a una mano y manda al limbo la mayoría de los tiros si el intercambio se vuelve un poco exigente, lo que ocurre casi siempre.
“¡Vamos, Viti!”, anima un espectador cuando Estrella Burgos suma su primer juego en el encuentro (para 5-1) y evita que Nadal le gane el parcial inicial en blanco. Ese poquito de aliento, claro, no detiene lo irremediable. El número uno se hace con la primera manga a ritmo de crucero, domina la segunda con la misma contundencia (otro 5-0 en el arranque) y celebra la tercera sin dejar que el 79 mundial respire apenas un segundo.
Seis metros tras la línea de fondo, una posición muy atrasada para enfrentarse al mallorquín, Estrella Burgos se asfixia a si mismo. A los 37 años, y aunque cuenta con un físico privilegiado, el dominicano corre resoplando de lado a lado, intenta defenderse sin éxito de la pelota alta que le cae con fuerza sobre su revés cortado y acaba desfondado ante ese esfuerzo inútil, porque decidirse por ese golpe estando tan lejos es como tirarse desde un tercero y esperar mantener el cuerpo de una pieza.
El dominicano, en cualquier caso, va sobrado de garra, amor propio, ganas de batallar pese a tener claro que la victoria está fuera de su alcance. Con 1-6 y 0-5, Estrella Burgos se procura seis pelotas de break que celebra cerrando el puño y agitándolo al aire, mirando a su banquillo para decirle a los suyos que sigue ahí abajo dispuesto a luchar contra Nadal, aunque eso no le vaya a dar ninguna recompensa al final de la noche.
Efectivamente, la felicidad que le produce romperle el saque al número uno (1-5) le dura un suspiro al dominicano, que al siguiente juego cede el segundo parcial al resto (en blanco) y se encuentra de repente con un 0-3 en el tercer set, padeciendo una sensación de impotencia que solo provocan los mejores jugadores del planeta.
A Nadal todavía le falta por recorrer mucho camino, pero la forma de dar los primeros pasos en Melbourne habló de tres cosas: seguridad, tranquilidad y convicción para aspirar a su segundo título en el Abierto de Australia, el del récord. Nadie en toda la historia pudo conquistar al menos dos veces los cuatros grandes.
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