Por un momento, el característico ruido de los cubiertos del restaurante VIP del torneo de Montecarlo, ubicado en uno de los fondos de la pista central, se detuvo porque todos los que se citaron allí el miércoles a la hora de comer quisieron ver el estreno de Rafael Nadal en el tercer Masters 1000 de la temporada, la segunda cita que el balear juega este curso después del Abierto de Australia. El número uno, que llegó a la gira de tierra batida europea con solo siete partidos disputados en 2018 después de pasarse 73 días alejado de las pistas por una lesión en el psoas-ilíaco de la pierna derecha, firmó un poderoso estreno ante Aljaz Bedene (6-1 y 6-3), demostrando músculo y clasificándose para octavos, donde jugará con Karen Khachanov, vencedor 6-2 y 6-2 del francés Simon. [Narración y estadísticas]
“Es un comienzo positivo, por supuesto”, se arrancó Nadal tras el triunfo. “Para mí es importante ganar partidos. Necesito pasar días en la pista. Desde el año pasado en Shanghái no he estado el suficiente tiempo compitiendo. Por eso, cada partido que ganó es una gran noticia. Significa confianza y la oportunidad de jugar otro día”, prosiguió el balear. “Cuando juegas mucho te sientes más cómodo, más seguro y mejor físicamente, menos cansado porque te acostumbras a una intensidad alta”, añadió. “Son las sensaciones normales de competir de forma muy seguida”.
Por mucho que haya demostrado en su carrera, y ha demostrado cosas que serían imposibles para cualquier otro, la capacidad del español para arrancar en Montecarlo con una exhibición sin haber jugado prácticamente nada este año provocó palabras de asombro entre los tenistas que estaban en el vestuario. El campeón de 16 grandes, que durante los días previos realizó entrenamientos de calidad y contra Bedene pudo trasladar todo lo bueno que hizo practicando, avanzó a octavos entre una lluvia de preguntas de difícil respuesta.
¿Cómo es posible que Nadal reapareciese el pasado fin de semana en la eliminatoria de Copa Davis entre España y Alemania y destrozase a dos rivales de nivel como Philipp Kohlschreiber y Alexander Zverev? ¿Cómo es posible que debutase en Montecarlo manteniendo esa inercia ganadora, que suele adquirirse con el paso de los encuentros? ¿Cómo es posible que la inactividad no le arrebate intangibles del tamaño de la confianza, la determinación y el olfato competitivo?
Seguro que Bedene intentó descifrar todos esos interrogantes mientras Nadal atacaba con una derecha afiladísima, movía la pelota de esquina a esquina para abrir la pista y orillar a su contrario y se desplazaba con total comodidad sobre la tierra, perfectamente adaptado a una superficie que podría dominar con una venda en los ojos, y quizás hasta con las manos atadas.
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