“¡Ya llega Rafa!”
El lunes por la mañana, el rugido del Mercedes AMG-GT de Rafael Nadal avisó a Philipp Krebs, responsable de transporte del Mallorca Open, de la llegada del tenista al aparcamiento que está a escasos metros de la entrada del torneo. Rápidamente, el austríaco retiró una valla de plástico amarilla para que el número dos del mundo pudiese estacionar cómodamente y le dio un apretón de manos. Unos minutos después, pasadas las 11, el español apareció por la pista número cinco del Mallorca Open con Carlos Moyà, uno de sus entrenadores, Rafael Maymò, su fisioterapeuta, y Benito Pérez-Barbadillo, su jefe de prensa, para pisar por primera vez la hierba este año, pensando en hacer una buena transición de la tierra batida al césped y con la vista puesta en Wimbledon, que arranca el próximo 2 de julio en Londres.
Al igual que en 2017, Nadal decidió a principios de la semana pasada renunciar al torneo de Queen’s tras ganar Roland Garros y optó por preparar su asalto a Wimbledon en las pistas del Mallorca Open, sin tener que salir de la isla. El plan fue idéntico al del curso anterior, con el que el jugador quedó más que satisfecho: atracar el Beethoven, su barco, en Port Adriano y recorrer cada mañana en coche los 10 minutos hasta Santa Ponsa, evitando los 72 kilómetros que separan Calvià de su casa de Porto Cristo. Así Nadal se garantizó dos cosas: poder prepararse para la hierba sin perder dos horas en el camino y disfrutar del mar una semana más, alargando un poquito su principal forma de desconexión.
En consecuencia, y hasta que se marche el próximo domingo a Londres, donde seguirá con la adaptación a la hierba en Wimbledon y posiblemente jugará algunos partidos de exhibición en Hurlingham, Nadal vivirá en su yate y combinará los entrenamientos matutinos con la navegación, lo único que le permite relajarse tras pasar mucho tiempo compitiendo (27 encuentros en los dos últimos meses, con los títulos en Montecarlo, Barcelona, Roma y Roland Garros), utilizando la pesca o el buceo como forma de evasión.
Así, y mientras que Roger Federer ganaba el título en Stuttgart el domingo y viajaba este lunes a Halle para jugar por segunda semana consecutiva sobre hierba, arrebatándole entremedias a Nadal la cima de la clasificación, el español optaba por una preparación a la carta, conservadora y casera, que en 2017 le sirvió para llegar a Wimbledon bien preparado, con opciones de aspirar al título, aunque la dramática derrota ante Gilles Muller en octavos (13-15 en el quinto set) le impidiese hacerlo.
El lunes, y como siempre, la primera toma de contacto de Nadal con la hierba fue suave, sin ningún exceso, y las sensaciones estuvieron muy lejos de ser las óptimas. Durante las casi dos horas de entrenamiento que compartió con Moyà al otro lado de la red, el número dos mundial pegó varias bolas con la caña, que es como le dicen los tenistas al marco de la raqueta, falló varios tiros porque la pelota se le echó encima demasiado rápido, un clásico del césped, y no flexionó las rodillas todo lo que debería cuando debute en Wimbledon, porque en hierba se juega con el culo agachado, cuerpo a tierra, a ras de suelo.
Para eso, sin embargo, queda tiempo y Nadal sabe de sobra que le quedan muchos escalones por subir.
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