Esther Tusquets
Estoy hasta las narices de mí misma"
16 mayo, 2001 02:00Hace años, Marsé le explicó que "el futuro no existe en absoluto, que el presente existe sólo un poco y que lo único que de verdad existe es el pasado". Quizá por ello, la editora y novelista Esther Tusquets (Barcelona, 1936) ha trazado su autorretrato en Correspondencia privada (Anagrama), barajando realidad y ficción en cuatro cartas. Ahora, además, comienza a recuperar el placer de leer, gracias a la jubilación.
Pregunta: Pregunta: ¿Correspondencia privada es un ajuste de cuentas?Respuesta: No, en absoluto. Un "ajuste de cuentas" supone resentimiento, considerar que el mundo y los otros te han hecho daño y te han dado menos de lo que mereces, y ni la yo-autora ni la yo-protagonista sienten nada parecido.
P: ¿Con quién le resultaba más necesario?
R: No me resultaba necesario con nadie. Creo que el tratamiento de los personajes es entrañable, irónico y está cargado de afecto.
P: ¿Realmente lo único que existe es el pasado?
R: El pasado pesa mucho, pero es obvio que también existen para todos un presente y un futuro.
P: ¿Cómo es su presente hoy?
R: Aunque mi literatura tienda siempre al pesimismo, la verdad es que tengo un presente más que aceptable. La vida me ha dado incluso más de lo que esperaba. Mis quejas (vejez, proximidad de la muerte, desaparición de amigos muy queridos) las comparto con todo el género humano.
P: Como Cohen, Baudelaire y tantos otros, dirige la primera carta a su madre. ¿Están "definitivamente en paz"?
R: Hace mucho que se desvaneció el conflicto con mi madre, supongo que forma parte del madurar.
P: Uno de los momentos mágicos de su infancia era compartir con su madre y su hermano una lata de leche condensada: ¿probó esa magia con sus propios hijos?
R: La historia de la leche condensada y el arroz hervido sí es exacta y he aplicado esos recursos mágicos a mis hijos y pienso repetirlo con mis nietos.
P: Según su madre, usted es inteligente, pero no lista y "casi oligofrénica en el trato con los demás". ¿Tenía razón?
R: Claro que no.
P: Sus padres le inculcaron la exigencia de perfección y la prohibición de mentir: ¿qué le han supuesto ambas condiciones?
R: La exigencia de aspirar a la perfección es incómoda pero positiva. Lo de mentir o no mentir es una falacia: todos mentimos.
P: ¿Por qué la nostalgia "sin ironía" y el sentimentalismo sin humor le serían letales?
R: La nostalgia "sin ironía" y el sentimentalismo "sin humor" serían duros de soportar porque llevan a actitudes pasivas, a tomarse demasiado en serio a uno mismo, a la autocomplacencia y a esa cosa horrible que llamamos autocompasión. Es negativo para uno mismo y absolutamente intolerable para el prójimo.
P: Para usted, la nostalgia es una "enfermedad crónica e incurable". ¿Cuáles son sus síntomas?
R: Pienso que la nostalgia, aunque compartida en algún grado por todos, es algo con lo que nacemos más o menos marcados. Es congénita, aunque podamos regodearnos en ella o, con mejor o peor fortuna, combatirla. Es natural que aumente con los años, a medida que tenemos más cosas que echar de menos y menos que esperar.
P: ¿Cuando dejó de improvisar una nueva imagen con cada nuevo amor?
R: Es uno de los más fastidiosos rasgos de la condición femenina. Si te lo propones y tienes suerte o alguien te ayuda, se desvanece con la madurez.
P: En esa época leía con "una devoción y una entrega y un placer que no iban a darse en la edad adulta" ¿Por qué? ¿Ha conseguido volver a leer por mero placer?
R: En la infancia y la primera juventud vivimos en los libros y descubrimos en los libros cosas que no figuran en nuestra vida real. La literatura suple a la vida. Y luego no. En mi caso, la profesión de editora ha amortiguado el placer de leer: el editor lee muchísimo y no lo que eligiría. Espero que la jubilación lo remedie...
P: ¿Cuántas veces le ha ganado "la pasión sin reservas"?
R: A la protagonista de mi libro parece que cuatro veces. A mí bastantes más.
P: ¿Es posible recuperar "las cosas tal y como fueron, sin los aditamentos del tiempo, la culpa, el miedo, la soledad o las alegrías compartidas"?
R: Esto está en boca de Eduardo. Pienso que no es posible recuperar las cosas tal como fueron.
P: ¿Qué ha quedado de los años locos de la gauche divine?
R: Supongo que en cada persona algo distinto. Yo no estuve nunca integrada en la gauche divine. Quedan recuerdos hermosos, ideas estimulantes, buenos amigos... cierta pasión fantasiosa por el cambio.
P: ¿En qué momento se deja de vivir historias y sólo pasan cosas?
R: A la protagonista de mi libro a partir de los 40. Yo a los 64 no he renunciado a vivir historias... o no todas o no del todo.
P: ¿Por qué los editores hoy están más pendientes de los balances y los números que de la literatura?
R: Supongo que los editores están más pendientes de los números cuando ven en la editorial sólo un negocio. A mí no me ha pasado.
P: Dos medidas para acabar con este desquiciado circo editorial.
R: No creo que las haya. Editores de verdad, que quieren editar buenos autores y generar cultura los sigue habiendo. Y sigue habiendo autores que no eligen editor ateniéndose a anticipos o a los premios literarios.
P: ¿Qué es lo mejor y qué lo peor que le ha enseñado a su hija, hoy al frente de Lumen?
R: Tendría que decirlo ella. Seguramente son cosas en las que yo no he reparado siquiera. No damos lo que nos proponemos de modo consciente. Es una de las facetas de la educación que más me sorprenden y divierten.
P: ¿Dónde se reconoce más, en su obra, en sus hijos, en la editorial?
R: No sé, los hijos son muy importantes, pero no me gustaría reconocerme en ellos. De mí misma estoy hasta las narices. Supongo que inevitablemente me reconozco en mis libros. La relación con mi trabajo de editora es mucho más fría y menos personal. Lumen ha sido obra de muchos.
P: Y ahora, ¿qué?
R: Seguir.