Txomin Badiola, una exposición de escultura
SOS. E1. Nada que merezca la pena estará allí donde lo buscas
"Mi deseo era hacer una exposición de escultura” declara Txomin Badiola nada más empezar su texto en el catálogo. Un anhelo que no responde tanto a la necesidad de afirmarse como artista-escultor, como a una desconfianza mucho más profunda en la capacidad de esa disciplina expandida para signar su existencia contemporánea. Un proceso deconstructivo que Badiola anunciaba, hace más de diez años, como fruto también del deseo, y cuyo deseo y angustia (la reiteración del término es imprescindible) permanecen hoy como pasión del artista.Y, lo primero que uno debe decir es que sí, que ésta es una exposición de escultura; que lo que el espectador, al menos este espectador, siente al entrar en la sala es que la presencia de las piezas apuntala esa condición escultórica. Aun desprendidas de algunos de sus elementos constituyentes -sea, por ejemplo, los vídeos incluidos en las mismas- la estructura, la disposición, la distribución y el orden (éste dinamitado) pertenecen a la escultura.
Resulta, por otra parte, innegable la congruencia en el desarrollo formal del trabajo de Badiola desde los años ochenta y a lo largo de la última década: de las obras en metal a las superficies rectangulares de madera que tanto pueden ahormarse en recintos transitables o impenetrables, como rememorar irónicamente los principios constructivos del futurismo y el constructivismo rusos y, a la vez, deglutir o ensamblar en su aparato piezas de mobiliario doméstico y, también, imágenes serigrafiadas, impresiones ampliadas y, al límite, vídeo y sonido.
En esta ocasión, terminado el desarrollo final de una meditación iniciada en 1995 con El juego del otro y extendida, después, en su última muestra madrileña y en la instalación que ofreció en La Gallera de Valencia el año pasado, en piezas de la talla e intensidad de Sueños de otros, LM & SP (un hombre de poca moral y algo de persuasión) o Bed Song, Badiola ofrece, por así decirlo, un compendio, con voluntad unitaria, de las distintas realidades, contradicciones, puntos de referencia, intenciones comunicativas y capacidad de producción que orientan su obra.
Desde el muro decorado a lo “pop”, dice Badiola, con la ikurriña y otras referencias a una situación civil insostenible pero que no ha de provocar el pronunciamiento de los artistas, sino de “evidenciar la lógica que une unos signos”, a la comparecencia de una mitología personal ligada a la adolescencia, con sus guitarras eléctricas y la evocación del cómic, así como un intrincado, múltiple y heterogéneo universo de referencias que incluye a pensadores, Jameson o Zizek; activistas como Marx, Debray; escritores, Genet, Borges, Artaud, Montaigne; cineastas, Pasolini, Godard, Bresson; el propio círculo íntimo de amigos y, también, artistas plásticos, preferentemente aquellos cuya relación con la vanguardia asentó en los proyectos utópicos encaminados a una sociedad y a un hombre nuevos, entre los que destaca Malevitch.
La escritura de Badiola, su interés perseverante en dar a conocer sus reflexiones nos ha permitido no sólo descubrir una de las interpretaciones más lúcidas de la contemporaneidad, sino también entender algunas de las piezas fundamentales que actúan como clave en su concepción y entrega artísticas.
Sirva como por ejemplo su análisis de la existencia de un sistema social, un sistema individual/subjetivo/personal y, por último, un sistema del arte, que ha reconocido su incapacidad de transformación de los otros dos sistemas, pero que mantiene su capacidad de hacerlos visibles, de dar a ver lo que camuflan.