Txomin Badiola qué lejos de la buena forma
Three Eeros’s Nightmares, 1990. A la izquierda, Tres tipos que esperan, 1997
Apenas una leve distorsión. Un giro inesperado de la imagen. El trabajo artístico de Txomin Badiola nos confronta con la realidad cotidiana, una realidad cada vez menos neutra, filtrada por los medios de comunicación de masas. Estructurada por el cine, la fotografía, el vídeo, la música pop: por los usos espectaculares de la imagen. Naturalmente, a más de uno esto puede resultarle sorprendente, dado que estamos hablando de una figura habitualmente situada en la estela de Jorge Oteiza, uno de los más grandes artistas universales del siglo veinte. De un creador que comenzó su trayectoria en una línea constructivista de la escultura, y al que todavía hoy se le suele encuadrar dentro de la llamada “nueva escultura vasca”. Pero la exposición de Barcelona, que volverá a presentarse de nuevo en el Museo de Bellas Artes de Bilbao a partir de noviembre de este año, es ante todo un esfuerzo por sintetizar y hacer patente un cambio de rumbo, una deriva, que ha conducido a Txomin Badiola a territorios estéticos bastante distintos de los inicialmente previstos.En tres grandes salas, la muestra permite ver un conjunto de instalaciones que integran los soportes más arriba mencionados, los cuales reconstruyen el itinerario creativo de Badiola desde 1990, cuando se trasladó a Nueva York y donde residiría durante ocho años, hasta la actualidad. A estas piezas se unirá, una vez terminado, un vídeo que utilizará la propia estructura de la exposición como escenario. El título de la exposición, Malas formas, es en sí mismo toda una síntesis del proyecto artístico que Txomin Badiola ha ido poniendo en pie en un proceso de alejamiento y retorno de sus raíces vascas y constructivistas. En un primer sentido, se alude a la negación de la “buena forma”, de la plenitud formal, que inspira la búsqueda del constructivismo y significó también el punto de partida del propio Badiola. Pero el carácter abierto, “desestructurado”, de las instalaciones hace posible agregar también un segundo sentido: la idea de desmontaje, desvelamiento o deconstrucción, que flexibiliza e ironiza a la vez la pretensión de pulcritud y acabamiento de las propuestas constructivistas.
No acaba ahí la cosa. Porque de ser así, no podríamos evitar una sensación de algo excesivamente cerebral, programado. Para mí, lo realmente decisivo es un tercer plano de sentido, que integra los dos aspectos anteriores con una expresión emotiva y melancólica de distanciamiento frente a las imágenes cotidianas. éstas nos interrogan con su carga de enigma, incrustadas en construcciones a la vez próximas e insólitas. La perfección formal deja así paso a las “malas maneras”, a los comportamientos descentrados, marcados por la violencia, los estereotipos de la cultura de la imagen y de la música popular. Que se integran en una mezcla extraña y subversiva con la figura del jugador del Athletic de Bilbao, el encapuchado, el bailarín tradicional y el policía. Malas maneras, en definitiva, que nos hablan de lo alejado que está este mundo nuestro de la buena forma ideal, a la que sin embargo no podemos dejar de aspirar.