Necesitamos un Michael Moore
Entiendo los motivos por los que mucha gente detesta a Michael Moore. Es panfletario, sectario, manipulador y demagogo. Qué duda cabe. Pero todos los países deberían tener a su propio Michael Moore porque también es valiente, inteligente, incisivo y brutal. Moore ejerce el papel de Pepito Grillo y la radicalidad de sus críticas le da pleno sentido a la democracia. Uno puede estar de acuerdo con él, o no, pero nadie puede negar que agita el debate y muchas veces pone el dedo en la llaga.
Su última película, que no nueva ya que llega con casi dos años de retraso, se llama Sicko y se estrena en España el 30 de abril. Trata sobre el sistema de salud estadounidense y vuelve a ser una demostración de las mejores virtudes (y defectos) de Moore. En primer lugar, el director es un maestro a la hora de manejar las emociones de la audiencia, algunos lo llaman manipulación y algo de eso hay. Moore es uno de los cineastas del mundo que mejor montan sus películas, un especialista en el tempo y la progresión dramática que domina perfectamente los golpes de efecto.
Y en Sicko vuelve a desplegar esa habilidad superlativa para el montaje. La primera escena, en la que un hombre se cose la rodilla para ahorrarse los 3000 dólares que le cobrarán en el hospital es lo suficientemente elocuente (y trágicamente cómica, un registro habitual en Moore). Acto seguido, casi todo lo que nos cuenta la película es para echarse a llorar. Desde una madre cuya hija muere en sus brazos porque en el hospital se niegan a atenderla porque su seguro no cubre ese centro, hasta un señor al que el seguro niega el único tratamiento que le podría haber salvado la vida porque su mutua considera la operación "experimental" cuando en realidad el único problema es que es carísima.
Es evidente que Moore oculta información ya que se niega a revelar las virtudes de su sistema sanitario (alguna habrá, la medicina de Estados Unidos es carísima pero también la mejor del mundo para quien la pueda pagar) pero también que alguna razón tendrá cuando Obama se dispone a reformarla y esta vez la opinión pública (al contrario de lo que sucedió cuando lo intentó Hillary) está mayoritariamente a favor. Es posible que Moore exagere pero se cuentan más cosas terribles y ciertas: pacientes abandonados a su suerte en la puerta de los hospitales o arrojados desde un taxi a las puertas de los (pocos) hospitales públicos, que parcen más centros de beneficiencia que otra cosa.
Lo peor de Moore sale a relucir de vez en cuando. En su viaje a Francia sólo ve maravillas en el sistema de salud pública y en Canadá, tres cuartos de lo mismo. Si alguien quiere la versión contraria estaría bien que le echara un vistazo a Las invasiones bárbaras, de Denys Arcand, en la que se comapran los caros pero eficacísimos hospitales de Estados Unidos con los canadienses, gratis total pero corruptos, anticuados y atestados de gente. Desde luego, cualquiera que conozca los servicios de urgencia españoles no podrá decir que lo de aquí sea una maravilla.
Tres cuartos de lo mismo con su viaje a Cuba acompañado de varios enfermos dejados de la mano de Dios por sus seguros médicos estadounidenses. Es evidente que las autoridades cubanas estuvieron encantadas de atenderlos lo mejor posible conocedoras de la inmensa proyección pública del cineasta. Ese viajecito, con parada previa en Guantánamo, es uno de los golpes de efecto habituales en Moore que hacen sus películas más entretenidas pero también algo más simplistas y maniqueas.
En cualquier caso, sería fantástico que en España hubiera alguien que hiciera lo mismo que Moore y se atreviera a cuestionar nuestros defectos y miserias con el mismo grado de valentía que lo hace él. Es posible que muchos no estuvieran de acuerdo, pero nuestra democracia lo agradecería inmensamente.