El arte de perder
Lola Beccaria
22 mayo, 2009 02:00Lola Beccaria
Al monopolizar Sara y Enzo la trama (sólo aparecen unos pocos fugaces personajes más) resulta una novela de excluyente intimismo y de extremosa morosidad. Apenas existe acción externa y todo se reduce al intercambio verbal de la pareja (lacónico él, prolija ella) y a las explicaciones de un narrador externo. El planteamiento, en principio, es oportuno para la meta de la autora porque no busca contar una patética historia amorosa, aunque la que cuenta lo sea, y mucho. Beccaria muestra la ambición de la pedantesca Sara, "ser un alma metafísica, sin ataduras, sin tópicos, libre para configurar un prototipo único, y nuevo, de mujer", referida a las relaciones sentimentales y la sexualidad, y no a lo profesional o social. La engreída mujer quiere penetrar en "el castillo interior" y en el "drama oculto" de los hombres, en su mundo afectivo, para desnudarlos y "verlos en calzoncillos emocionales".
Enzo, el sujeto capaz de colmar un proyecto vital que suelda amor excelso, pasión arrebatadora y sexo licuante, enseguida la abisma, sin embargo, en enajenantes humillaciones. Sara convierte el sufrimiento en enredo gozoso que la pone en las fronteras infernales de la sumisión y la dependencia desde las cuales da rienda suelta a una sofisticada hermenéutica de los sentimientos. El lector, aun sin ser perito en psicopatologías, ve a las pocas páginas una relación sadomasoquista, pero Sara se empeña en sublimar su experiencia de persona atrapada por un carácter pasivo-agresivo (según define a Enzo una psicóloga) en aras de una mística del amor. Un percance final resuelve el conflicto de manera inesperada y de forma afirmativa para los intereses de la autora.
Lo curioso de esta novísima Eva es que de novedad solo tiene el empleo de las nuevas tecnologías porque repite las calenturas, los extravagantes juegos, los fingimientos de esclavitud y el agonismo impostado del amor cortés cancioneril: al fin y al cabo, se trata de una novela sentimental epistolar, solo que invierte los viejos papeles convirtiendo a la diosa inalcanzable y despótica en la amante felizmente torturada. Incluso en el nivel expresivo se conserva esa relación: Sara se recrea en mensajes enfáticos, líricos, llenos de figuras retóricas. En la novela toda predominan el estilo encumbrado, de preciosista elaboración (por eso extrañan un "habría la boca" y varias menudencias más), y el registro culto, sin otra concesión a la modernidad que el esporádico vulgarismo "polla".
Una diferencia radical sí hay entre el ayer y el hoy: antaño fueron artificios de una minoría palaciega que distinguía entre ficción y realidad; hogaño, se da al juego una dimensión real sin insuflarle suficiente verosimilitud. Es valioso el empeño de Beccaria de ensalzar la autenticidad, pero aquí fracasa en los medios: la historia resulta increíble. Además, la discursividad agobiante y la especulación reiterativa producen un ritmo lentísimo que desemboca en una novela tediosa.