Image: De charla con Pío Baroja

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El Cultural

De charla con Pío Baroja

23 octubre, 2009 02:00



Por la cuesta de Moyano, en Madrid, entre libros, mapas, polilla y papel viejo, me encuentro con don Pío. Va arropado, como siempre; abrigo, boina y bufanda.
-¿Qué hay don Pío?
-Nada, poca cosa interesante. Las condiciones en que se desliza la vida actual hacen que la mayoría de la gente que se acerca hasta esta calle sea opaca y sin interés. Conversaciones vulgares que dan la medida de la ilustración de este país. ¡Y eso que vienen a ver libros!
-Le encuentro disgustado, don Pío, cuando no tendría que ser así. No a todo el mundo le ponen una estatua en premio a sus novelas. Además, el sitio no es para quejarse; imagínese usted que se la hubiesen puesto en la acera del Santiago Bernabéu.

Hay un destello en sus ojos de bronce. Es el fulgor de un pesimismo, que en él siempre fue lúcido. De momento me mira muy fijo y me dice:
-Si nos ponemos así, somos felices de puro tontos. Lo que vengo a decir es que me considero un hombre con suerte, pues a veces me embarga una tristeza tan extraña que me parece que sería muy desgraciado si no la sintiera alguna vez. Además, a mí, la verdad, como que no me entusiasma lo de la estatua en esta calle. Madrid es frío cuando llega el invierno y más me hubiera gustado una estatua a orillas del Caribe; ¿pero qué voy a hacer yo aquí si cuando llueve me cae la lluvia en la espalda? Y no le digo nada cuando cagan las palomas. -Apunta con tono de queja.

Yo, por mi parte, no necesito ningún tipo de esfuerzo para entender a don Pío. Aún así le pido que no sea tan pesimista.
-No lo soy, tan sólo contemplo la desgracia, pues la desgracia hace discurrir más, darle al caletre, mientras que la felicidad quita todo deseo de análisis.
-Por eso mismo la felicidad es tan deseable. -Apunto yo.
-Deje las conclusiones para los idiotas, haga el favor.-Me contesta.

Ya que estamos con el tema de los idiotas le pregunto que cómo ve el futuro del libro electrónico.
-Bien, si se trata de leer el artículo de una enciclopedia, o la misma guía de teléfonos, es muy cómodo. O para los niños, para que no les pesen tanto las carteras cuando van a la escuela, -continúa diciéndome- pero no sirve para novelas. Tipografía y evasión van unidas. Le puedo demostrar que la literatura no necesita filtros para entrar directamente al cerebro. Y lo de la pantalla líquida es un filtro, además de sandez que sólo vale para ver películas.
-Entonces, por qué tanto rollo que se traen los novelistas de ahora con el libro electrónico, que se unen en sociedad para luchar contra un enemigo ciberespacial con bandera pirata que, dicho sea de paso, a mí me cae la mar de simpático.
-No sé. -Me contesta don Pío. -No sé, pero a mí las únicas masas que me interesan son las de pan. A una colectividad se le engaña siempre mejor que a un hombre. No hay que olvidar esto. Poca levadura encefálica veo yo con el tema por parte de los que hoy se dicen novelistas. Contadores de historias en este país hay muy pocos. Y mucho intruso que lo único que hace es contar los centímetros de su vanidad que suelen ir conforme al volumen de su bolsillo. Este país no tiene arreglo.

Y así le dejo, perorando por la calle donde tantas veces paseó sus humores. Corrosivo en sus palabras, que bien pensadas son verdades a la pata llana. Certezas de un hombre que contó las cosas de un natural sencillo.