Image: Juan Luis Galiardo

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El Cultural

Juan Luis Galiardo

"No me pertenezco, ahora soy patrimonio nacional"

6 abril, 2010 02:00

Juan Luis Galiardo y Javier Lara durante el ensayo de El avaro. Foto: EFE

El actor estrena este jueves en el María Guerrero El Avaro, su primer Molière

Marta Caballero
Surca Madrid Juan Luis Galiardo en un Jaguar gris plata, "un coche muy inglés". Y le produce nostalgia este automóvil, porque en uno tal que así se paseaba con su madre, fallecida cuando él era un quinceañero, por el Gibraltar de su infancia. "Es gris plata, como la vida, porque en ella hay que estar en el aurea mediocritas, o lo que es lo mismo, lejos de los extremos", comenta mientras conduce. De ese tema, del extremo de la ambición y de la codicia de dinero y poder versa El Avaro, su primer Molière, al que se enfrenta este hombre nacido actor a partir del jueves en el María Guerrero, de la mano de Jorge Lavelli.

PREGUNTA.- ¿Nunca es tarde para meterse en un Molière?
RESPUESTA.- Hacer esta obra ha sido un maratón de dos años, un preparto de 20 meses. Pero hay que estar ocupado en la vida, sobre todo cuando haces lo que te gusta. Llegué a El avaro por decisión de mi amigo Azcona y de José Luis García Sánchez, que consideran que cuando un actor está en su madurez, está en disposición de asumir ciertas cosas. En el fondo soy patrimonio de un país que ha apostado mucho por mí a través de la televisión, las instituciones... tanto, que ya no me pertenezco mí mismo, así que me toca devolver lo que me han dado. Lo asumo ahora y no estoy nervioso, pero sí respeto a la tragedia repentina y a esos 40 minutos de continuidad en el escenario que son como una vida. Moriré con la dignidad del trabajo hecho, como decía mi pobre padre.

P.- No hay por qué hablar de la muerte.
R.- No, pero nunca se sabe. Que conste que yo aún me siento una promesa de mí mismo. Aún tengo presente y futuro.

P.- Asegura haberse puesto ante Lavelli como un alumno que empieza.
R.- A Lavelli lo conocí hace unos años en el montaje de Edipo Rey, otro gran espectáculo con un éxito brutal para el montaje, para él y para mí. Descubrí que sólo él tendría que dirigirme en un gran proyecto. Él decía: "Hay que tener una total disponibilidad para hacer algo", y es lo que he hecho, estar como una esponja, no he traído El avaro hacia mí, yo he ido a El avaro. Así que en la obra está ese personaje, no mi personalidad. He cogido plastilina y he hecho un gran muñeco.

P.- ¿Qué es lo más actual de un clásico como El Avaro?
R.- El hecho de que sea un avaro de poder, no sólo del dinero. Tan codicioso es, que ocupa todo el poder que se le permita, y sólo ante gente más poderosa que él se pliega con un acto mezquino. Es la acumulación de todos los males que se pueden dar en el ser humano. Antes de aparecer la crisis ya quería yo hacer la obra, pero la situación actual ha forzado la pedagogía social que puede tener. Uno de los graves problemas del hombre es que ha querido acuñar demasiado, hay mucha gente que hace nada hablaba constantemente de comprar pisos en urbanizaciones. La obra reflejará varios sectores de la sociedad, 15 arquetipos. En el fondo Molière hace una gran sátira del poder, que le divirtió al rey porque él estaba reflejado pero salían peor parados los nobles. La obra habla de todo eso, de lo diabólico de la codicia.

P.- ¿En alguna circunstancia puede ser la codicia una virtud?
R.- No, porque es la deformación del estímulo impulsor de cualquier acción. Detrás de una fortuna, decía Baudeleaire, hay uno o varios crímenes. El equilibrio es la ley básica del universo.

P.- Tiene 70 años y lleva en la profesión varias décadas. ¿Qué ve desde las alturas?
R.- Me doy cuenta de que he buscado mucho la objetividad, por eso desembarqué en esta profesión, para encontrar mi subjetividad convirtiéndola en un gran ejercicio terapéutico. Me ha ayudado a superar mis traumas, porque soy producto de un complejo edípico. Mi madre, Isabel Montegrifo se llamaba, se murió estando yo enamorado de ella y no hubo nadie que me explicara cuál era el siguiente paso para descrubrir a la mujer. No he querido las he querido bien, les he exigido que fueran mis madres. Ahora estoy contento, con mi profesión y conmigo. Y me llevo bien con las mujeres.

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