Israel Galván
"Mi salvajismo huye de la teatralización del flamenco"
10 junio, 2010 02:00Israel Galván
Presenta este viernes 'El final de este estado de cosas, redux', en los Teatros del Canal dentro de Suma Flamenca
Salirse de los moldes del flamenco, cuando te has criado en su tuétano, no sale gratis. A Israel Galván, hijo de bailaor, esos moldes se le quedaron chicos tras un férreo aprendizaje de su ortodoxia bajo las órdenes de Mario Maya. Inició entonces su camino personal sobre las tablas. Tiró de víscera y raíz para buscarse a sí mismo, y expresarse con libertad. Pero se vio en mitad de una "travesía por el desierto", porque su propuesta radical desconcertaba a propios y extraños. "Me sentía un bicho raro, estaba en tierra de nadie", reconoce. Luego, el tiempo ha acabado recompensando sus riesgos. Ahora el público le aclama y la crítica -sector ortodoxo aparte- loa su equilibrada alquimia de vanguardia y tradición, de la que El final de este estado de cosas, redux, que el viernes presenta en los Teatros del Canal, es una de sus más logradas muestras.
Pregunta.- Dice que cuando terminas una función de El final... sientes como si te hubieras "dejado en el escenario algo de tu vida". ¿Concibe este espectáculo como un sacrificio ante el público?
Respuesta.- Es un espectáculo en el que me exijo un plus espiritual. El final... me transporta a un estado de conciencia muy profundo, e intento embarcar al público dentro de él.
P.- ¿Cómo se le ocurrió la idea de desarrollar en el espectáculo algunos pasajes del Apocalipsis?
R.- Fue algo natural. De chico mis padres me enseñaron a bailar flamenco y a leer la Biblia. Mi infancia y toda mi vida, después, ha estado muy vinculada al texto sagrado. Y la lectura que siempre me impresionó más fue los evangelios de San Juan, sobre todo el Apocalipsis, porque me siento más identificado con la muerte y es lo que más me afecta.
P.- Al principio, al público le costó asimilar sus turbadores espectáculos, pero ahora los anhelan. ¿Cómo ha vivido ese tránsito?
R.- Yo me di a conocer como bailaor con Mario Maya, en una faceta bastante ortodoxa del baile. Luego decidí seguir un camino más personal, más arriesgado. Entonces me colocaron en una especie de tierra de nadie. Los flamencos decían que lo que hacía no era flamenco. Y los de la danza decían que lo que yo hacía no era danza. Sentí que estaba cruzando un desierto. Pero poco a poco yo superé mis dudas, empecé a identificarme plenamente con lo que hacía y el público también empezó a asumir algunas de mis libertades.
P.- ¿Cómo diría que acogen los guardianes de la ortodoxia las influencias en su baile de estilos como el butoh japonés o la tarantella italiana?
R.- Yo incorporo esos estilos precisamente porque veo en ellos una raíz jonda. Del butoh tomo lo que hacía Kazuo Ohno, que se inspiraba en Antonia Mercé, La Argentina, una bailora antigua de flamenco. Y la tarantella la asocio a Carmen Amaya. Se bailaba para sudar y sacar así el veneno de la tarántula. Y eso es lo que hacía ella, porque bailar le aliviaba sus dolores. Pero, bueno, no creo que vaya a convencerles con estos argumentos.
P.- Enrique Morente ha señalado que eres "el más viejo de los bailaores jóvenes". ¿Qué le parece esa afirmación?
R.- Eso lo dijo la primera vez que me vio bailar. Él fue de los pocos que se dio cuenta que mis posturas radicales se parecían mucho a las de bailaores como el Lamparilla o Vicente Escudero. En ese momento, en cambio, me tachaban de moderno, porque no seguía lo que para muchos críticos es la tradición clásica, la que mana de la escuela de Pilar López, con representantes como El Güito, Mario Maya, Antonio Gades, Antonio Gades... Pero antes de ellos ya estaban Escudero y el Lamparilla, que son más antiguos y más clásicos. Mi radicalidad y mi salvajismo, que huyen de la teatralización del flamenco, vienen de ellos.
P.- La lectura de La metamorfosis, de Kafka, marca para usted un punto de inflexión, artístico y personal. ¿Por qué le marcó tanto esa lectura?
R.- Me sentí muy identificado con el protagonista. Después de hacer mi primer espectáculo, Los zapatos rojos, ya en carrera en solitario, me sentía un bicho raro. Mi entorno estaba preocupado por mi nueva manera de bailar. La gente le decía a mis padres: "Ay que ver, con lo bien que bailaba tu hijo, y ahora que cosas tan raras hace". Llegó un punto en que ya no quería bailar delante de mi familia, y me encerraba en mi cuarto solo. Y ahora, curiosamente, son muchísimos los que me piden que vuelva a hacer Los zapatos rojos.
P.- ¿Qué maquina ahora?
R.- Llevo ya demasiado tiempo bailando solo. En El final... llego a bailar dentro de un ataúd. Más solo ya no se puede bailar. Así que ahora me apetece el contacto con otras personas. Estoy pensando alguna idea para llevarlo a cabo. Ya veremos.