Ángela Vallvey
Presenta mañana El hombre del corazón negro, su última novela
Poeta vocacional y narradora de éxito, Ángela Vallvey (1964) intentó escribir una novela que fuese una especie de
Los Soprano "ingeniosa y mordaz", pero le resultó imposible. Tras investigar durante tres años, se le impuso un relato pesimista y abrumador,
El hombre del corazón negro (Destino), una historia sobre el creciente poder de las mafias del este en España, y su incidencia en nuestras vidas, que aborda también el drama de la trata de blancas, la violencia, la esclavitud y la corrupción. Elaborada a partir de datos, situaciones y estadísticas reales, la novela le ha hecho sufrir escribiendo "por primera vez".
PREGUNTA.- ¿Cómo se escribe una novela tan negra a partir de cinco gatitos, dos viudas, una policía con remordimientos y un puñado de rusos?
RESPUESTA.- ¡A duras penas! A veces es difícil combinar ciertos ingredientes, pero precisamente el atrevimiento de juntarlos es lo que puede resultar interesante y novedoso por eso mismo: por la desfachatez de la combinación.
No sé si, en mi caso, el fruto de mis osadías ha merecido la pena. Eso tienen que decirlo los lectores. Sí puedo asegurar que, por primera vez en mi vida, he sufrido escribiendo una novela. Y ha sido así porque
mis personajes, creo que también por primera vez, han penado mucho y se han enfrentado a cuestiones verdaderamente importantes: la muerte, la esclavitud, el maltrato... Al mundo real; al contradictorio, feroz y convulso siglo XXI.
P.- Creo que el origen del libro fue su intento de escribir una especie de
Los Soprano, con mafiosos del Este de Europa. ¿En qué momento la actualidad se impuso a la ficción, y se sintió obligada a escribir sobre trata de blancas, blanqueo de dinero...?
R.- Es cierto. Mi molesta tendencia a la sátira me hizo creer, al plantearme el trabajo, que sería capaz de escribir una historia ingeniosa y mordaz, casi divertida. Pero, durante los tres años en los que busqué información sobre el asunto,
descubrí un mundo en el que cabían pocas florituras burlescas. Un universo brutal que, mucho me temo, puede arrastrarnos a todos en algún momento de este siglo. La trata de blancas es un negocio repugnante y floreciente en nuestros días, cuando ya suponíamos que la esclavitud era solamente una mancha oscura en la historia de la humanidad. Sin embargo,
me parece que la tendencia generalizada en todo el planeta es hacia el esclavismo, a veces descarado, otras sutilmente disfrazado. No he podido bromear con algo así. Estoy convencida de que hay que luchar por la dignidad humana por difíciles que sean los tiempos. En eso, no podemos dar ni un solo paso atrás o estaremos perdidos. Más perdidos todavía, quiero decir...
P.- Tener acceso a datos tan escalofriantes como el número de mujeres secuestradas en europa (70.000) y en el mundo (700.000) para dedicarlas a la prostitución, o el dinero que se mueve (2.500 millones de euros al año) ¿ha cambiado su visión de la realidad?
R.- La ha transformado sensiblemente. Aunque siempre he sido bastante "inconsciente" en el sentido de primar por encima de todo la libertad y decir lo que pienso sin medir las consecuencias, o el coste que ello pueda tener para mí personal o profesionalmente,
ahora más que nunca sé que no hay que callarse ante las injusticias. Y que, en ocasiones, hay que llevar la contraria aunque sólo sea por romper la uniformidad del pensamiento colectivo y añadir un poco de pluralidad. Que la cobardía y su hermano pequeño, el silencio temeroso, terminan por convertirse en cómplices de la iniquidad y de la infamia. Y que de ahí a los totalitarismos va un camino muy corto como nos enseña la historia.
P.- Dedica la novela a los "liquidadores" de Chernobyl: ¿por su heroísmo, por el olvido en que han caído, porque representan quizá la ignorancia que padecemos sobre lo que realmente importa?
R.- Por todo eso a la vez.
La historia de los "liquidadores" de Chernobyl es una de las más emocionantes y oscuras del siglo XX. Solamente el impulso noble, la fuerza bruta del hombre soviético, la obediencia ciega y manipulada pero también la grandeza de aquellos cientos de miles de hombres que fueron enviados prácticamente desnudos al infierno, a cubrir el núcleo en llamas de la central nuclear accidentada-muchos engañados, otros no tanto-, fueron capaces de contener mínimamente el desastre. La pesadilla tecnológica de Chernobyl abrió una puerta al abismo. Y esos pobres hombres la cerraron -provisionalmente, malamente- y pagaron con sus vidas.
Por ellos, y por los "niños de Chernobyl", soy antinuclear. Aunque sé que eso ahora no está de moda. Me gustaría honrar su memoria. Y recordar que Chernobyl sigue siendo un problema nuclear gravísimo no resuelto. El 26 de abril se cumplirá el 25 aniversario de la tragedia.
P.- Polina, una de las protagonistas, niña moldava vendida en una red de prostitución, asegura que no le gusta hablar porque no sirve para nada. ¿Y escribir libros como este? ¿Confía en que los lectores olviden la anécdota y reflexionen sobre un presente tan siniestro?
R.- Siempre he sospechado que
el lenguaje es, precisamente, la prueba de nuestra incapacidad para comunicarnos, de la frustración que sentimos a la hora de hacerlo. Su limitación es el sencillo testimonio de nuestra impotencia. Muchas veces, hablar no hace más que añadir confusión. Pero no tenemos otra cosa, y habrá que apañarse e ir tirando... La literatura es conocimiento, mejor o peor. Yo no pretendo aleccionar a nadie, tan solo contar un par de historias sobre cosas que, como usted dice, importan realmente.
Ver otros Buenos Días