El Cultural

John Maus

31 enero, 2013 01:00

Llevo tiempo queriendo escribir sobre John Maus. Desde hace un par de años poco a poco me he ido acercando al universo del estadounidense y disfruto con casi cada una de sus canciones de una forma que se ha vuelto rara para mí últimamente. Son excelentes piezas de música pop donde mezcla con mucha personalidad lo tenebroso y lo luminoso, lo feroz y lo delicado, en un compendio de estilos pasados (en especial de la década 1975-1985) que son revitalizados y girados hacia adelante. Una tormenta de retro-futurismo que suena excitante y viva, gracias también a letras que a menudo funcionan como eslóganes algo crípticos. Lo cual hoy por hoy es completamente recomendable.


A propósito no usamos una novedad en el mercado como excusa para estas líneas. Han pasado suficientes meses desde que se publicó el álbum con la colección de rarezas y canciones inéditas así llamado (A Collection of Rarities and Previously Unreleased Material, 2012) que abarca el periodo que va de 1999 a 2010. Sus temas vinieron a engrosar el conjunto de joyas contenidas en álbumes como We Must Become the Pitiless Censors of Ourselfs (2011), y ayudan a aportar nueva luz a la trayectoria de este músico nacido en Minnesota, que estudiara música en el California Institute of the Arts y acabara sacando un doctorado en filosofía política en cierta universidad privada suiza de Estudios Interdisciplinares donde dan clases maestras y conferencias gente como Slavoj Žižek, Giorgio Agamben, Chantal Akerman, Alain Badiou, Julian Barnes, Jean Baudrillard, Sophie Calle, Jacques Derrida, Tracey Emin, Agnès Varda, Paul Virilio, Peter Greenaway, Michel Houellebecq o ¡DJ Spooky!

Y es que, además de sus canciones, casi me parece aún más interesante todo lo que su magnética (aunque en absoluto misteriosa ni enigmática) figura genera alrededor de esas piezas de música pop. Porque desarrolla todo un discurso que excede la práctica de componer y escribir y lleva el análisis de sus formas desde el plano teórico a su praxis.

En efecto, Maus es de alguna forma un estudioso del pop como epítome de la sociedad fruto del capitalismo global y sus modos de pensamiento que ha bajado a la arena del club y al sudor del escenario, al cuarto de baño con hedor a pis y filas de gente esperando algo, a la cabina del dj con la bolsa de vinilos mojándose en un charco de cerveza. Siempre a vueltas con la filosofía política, ha ido desarrollando sus propias tesis sobre el punk (o el rock) como verdad, como vacío y como desgarro: "El punk rock como toda verdad, es el vacío de una situación. Esta situación se presenta como el Capitalismo Global".


Ello se contempla en todo su esplendor en sus sesiones en vivo, a las que no cabe designar como "conciertos" pues están más cerca de la performance que de una interpretación o ejecución en directo de las canciones. Pese a todo suelen venderse como tales originando incluso pequeños tumultos y agrias polémicas que recuerdan días gloriosos del rock, como los que tuvieron lugar en Madrid y Barcelona en noviembre de 2011 programados por el festival Primavera Club. Si bien en su día pasé por alto la pelotera derivada de aquellos conciertos que dividieron al público entre perplejos, indignados y un buen número de extasiados, a medida que he ido entrando más en su radio de acción he comprendido que aquello no fue un daño colateral de una actitud y una extraña y paradójica falta de información por parte de los asistentes, sino algo que rozaba el tuétano del planteamiento (digámoslo) artístico e ideológico de Maus.


La entrada en inglés sobre el músico en Wikipedia resume bastante bien lo que suele dividir al público: "Maus es conocido por sus enérgicas puestas en escena. Cronistas y críticos frecuentemente anotan su desinhibida personalidad. A menudo va dando saltos a lo largo del escenario gritando, abriéndose la camisa y auto golpeándose". Pero falta ahí un elemento importante: toda esta intensidad lo perpetra en una especie karaoke a todo volumen de sus propias canciones. A menudo vestido con vaqueros y camisas anodinas (con jersey de lana ya parece realmente un joven profesor universitario), simplemente acompañado de un reproductor de música, canta y grita, micrófono en mano con abundante efecto de eco, abalanzándose sobre sus propias canciones como si se tratara de un hooligan de ellas mismas, como si fuera un anodino cualquiera de nosotros cuando nos transformamos en un fan extremo que se conoce todas las letras de memoria y las ha interiorizado y desea cantarlas a la vez.


Esto no deja de ser una salida del rock por la vía del punk, o sea del rock propiamente llamado. Lo que hace John Maus es algo así como la evolución normal de las máquinas que tocan solas, de los conciertos con la mitad grabado, de los portátiles disimulando playbacks o de la perfecta ejecución del directo gracias al pulimento extremo de cada aspecto mediante el ensayo de los músicos. ¿Por qué no llevarlo todo grabado menos a uno mismo? Simplemente aparecer, presentarse, acercarse a la gente que quiere escuchar y establecer un intercambio, una relación simbiótica durante treinta minutos. En su día los Beatles intentaron evitar sus horribles giras sustituyéndolas por vídeos musicales: virtualizándose, interpretando desde un plató para llegar mediante televisión o cine al público. Maus recorre ahora el camino contrario y lleva lo virtual de lo grabado a cada antro. El directo se convierte en una personificación de la creación pop por definición: el disco.

El show es una forma estudiada pero de una intensidad emocional auténtica y real. Guarda la apariencia de que cualquiera puede hacerlo, en una postura, centrada y disparatada, grandilocuente y pretenciosa pero a la vez construida en una humildad casi se diría que mesiánica, que transmite tanta indefensión como egomanía.

De alguna manera, por encima de sus a menudo fabulosas canciones (sobre las que disertaremos en otra columna), esta forma de afrontar la puesta en escena de su música tiene varias lecturas todas ellas interesantes. Desde el punto de vista expresivo y musical, con ello se da una recuperación bastante pura de la experiencia íntima de hacer y escuchar la música. Esa, digamos, sensación de vivir en una melodía, un sonido, unas palabras y un ritmo que están hechos a medida para la vida de uno, lo que probablemente constituye la esencia última del pop y el puente que conecta a quien toca la música y quién la escucha.

Parece que el propósito del músico-filósofo estadounidense está más cerca de las propuestas situacionistas de alteración del espectáculo capitalista desde su propio terreno que de convertirse en una estrella del pop, aun cuando ello sería compatible. Es caso de duda, pueden consultarse entrevistas en la red bastante esclarecedoras. Lo que está claro es que John Maus conoce el camino: para ello hay que ser lo más pop posible, entrar en el lenguaje lírico y musical que el Poder ha venido trazando, marcando y limitando merced a la industria del Enterteiment y a los medios de comunicación desde hace décadas.Ser intensamente vernáculo y contemporáneo para conseguir el oportuno desvío de tal lenguaje, retomar sus poderes y usar el efecto del boomerang para provocar una toma de conciencia. Una reafirmación y recuperación del poder que cada uno sin querer ha ido delegando.