El ritmo de los feriantes
Dos piezas audiovisuales de bandas musicales españoles bien populares –Amaral y vetusta morla– han puesto de relieve recientemente que el videoclip todavía puede ser un instrumento político. Así se lo han planteado los respectivos directores de ambas piezas, Alberto González Vázquez y Juan Cavestany, que forman parte de una constelación de cineastas y videocreadores que trabajan al margen de la industria, y cuyos trabajos tienen una clara vocación de crítica, parodia o comentario sociopolítico de la España actual. Ambos videoclips rompen una norma tradicional en el formato –mostrar a los miembros del conjunto musical cantando el tema–, lo cual ya representa toda una declaración de principios. Prefieren en cambio emplear el dispositivo como un vehículo de creación autónoma, no completamente dependiente de la canción promocionada, no especialmente preocupados por que las imágenes y la música “casen” o encuentren “sintonía”, ni tan siquiera un flujo armónico. El videoclip, y su alcance masivo, entendido como un instrumento político.
González Vázquez, el hombre detrás del sobrenombre artístico Querido Antonio, aparte de un reputado ilustrador es el responsable de los clips paródicos de “El Intermedio”, el programa de La Sexta. El grupo Amaral, para poner imágenes a su nuevo single Ratonera, le encargó un videoclip en el que el director pudiera ser fiel a su estilo de animación. Así, dibujos de políticos nacionales y también internacionales –desde Alfredo Pérez Rubalcaba a Barack Obama, pasando por Manuel Chaves, Felipe González, Rosa Díez, José Ignacio Wert, Iñaki Anasagasti, Fátima Báñez, Francisco Álvarez Cascos, José María Aznar, José Bono, Artur Mas, Ana Botella, Rita Barberá, Alberto Ruiz Gallardón, Cristobal Montoro, Mariano Rajoy, Angela Merkel o Silvio Berlusconi–, retratados como víctimas y damnificados de sus decisiones y malas prácticas, desfilan bajo letras como: “No sé cómo duermes por las noches, estúpido farsante, si mientes más que hablas”. Un vídeo explícito para una canción no menos explícita, cuyo in crescendo dramático probablemente juega en contra del conjunto.
El single de vetusta morla que da título a su nuevo álbum, La deriva, encuentra en el tono y forma artesanal del cine de Juan Cavestany un vehículo casi de activismo político, como si fuera un videoclip antisistema. De hecho, el tema en concreto (y el álbum en general) es sin duda el más comprometido (indignado) política y socialmente de cuantos han compuesto el exitoso grupo de Tres Cantos. Para su anterior álbum, Mapas, confiaron en Fernando Franco para ilustrar dos temas antes incluso de que Franco debutara con La herida –pinchad aquí para verlos: Lo que te hace grande y El hombre del saco–, de modo que la elección de Cavestany proyecta el deseo de la banda de seguir confiando en cineastas con un vigor y una frescura especiales. Cavestany viene de entregar un filme, Gente en sitios, que ha capturado como ningún otro de los últimos años el espíritu de derrota y renacimiento, de absurdo y de supervivencia, que asola a nuestro país. El álbum La deriva comparte esa misteriosa capacidad de conjugar los sonidos (y las metáforas) de nuestro tiempo y el estado de indignación, de estupefacción, colectiva.
El discurso político que subyace en las formas de trabajo de Cavestany, un estricto self-made film que se posiciona de frente al statu quo industrial (comparte la “independencia” de vetusta morla, que se autoproduce sus discos y giras), y que empapa toda la propuesta formal de Dispongo de barcos, El señor y Gente en sitios –su trilogía de la crisis–, se apodera también del vídeo La deriva. Pese a quien pese, y ha pesado sobre muchos (los fans del grupo se manifiestan con exabruptos en redes sociales), Cavestany no hace películas para complacer a nadie. Más bien al contrario, su cine a día de hoy pasa por alterar, por trastocar, por abrir grietas, sean de ira o de incomprensión. Pasa por el borrón y cuenta nueva, por la reinvención. Y aunque la poesía del mediometraje El señor no haga acto de presencia en La deriva –es otro formato, no podía ser lo mismo–, defiendo la belleza sumergida en la aparente “suciedad” de La deriva, en su capacidad para esbozar un escenario tan literal como alegórico: personas trabajando o camino del trabajo, examinando dentaduras y botes preparados para zarpar –“Habrá que inventarse una salida / ya no hay timón en la deriva”–, apoyándose en el otro para no caer –“Cada cual que tome sus medidas / hay esperanza en la deriva”–, aquello, lo único, que el país puede seguir haciendo para no doblarse mientras escucha “el ritmo de los feriantes”.