Alba Carballal: "El apropiacionismo es la única forma honesta de evolución cultural"
La escritora y arquitecta debuta en la novela con Tres maneras de inducir un coma (Seix Barral), una ácida tragicomedia de tintes mendozianos y jardielponcelescos que establece desde el humor una aguda crítica a la sociedad contemporánea.
20 febrero, 2019 01:00Federico es un perdedor nato que a sus cuarenta y pico años cabalga entre el cinismo y el conformismo, adaptado, bajo el ala protectora de su madre, a una vida sin oficio ni beneficio. Hasta que una llamada lo cambia todo. Es contratado para averiguar si un famoso y riquísimo industrial ha decidido desheredar a su hijo, ahora hija, Natalia, debido precisamente a este cambio de sexo. A partir de esta ya de por sí loca premisa, arranca la arquitecta Alba Carballal (Lugo, 1992) su debut narrativo Tres maneras de inducir un coma, una ácida sátira social y moral ambientada en el Madrid actual que explora, bajo un grueso barniz humorístico deudor del mejor Eduardo Mendoza, la soledad y la infelicidad que late bajo estos tiempos modernos.
Carballal, confiesa que fue la intuición la que la guió por esta enrevesada trama de mentiras, intereses y falsa apariencias en la que todos los personajes, añadamos al trío inicial a la madre de Federico y a la novia de Natalia, son culpables y responsables en diversos grados. "Tengo un tipo de escritura brújula. No empecé con una trama estructurada y pensada, sino que todo fue surgiendo durante la escritura. Tenía la escena inicial de Federico, subido a un trampolín, y me dije, vamos a hacerle cosas a este tío y a ver por dónde va".
Pregunta. ¿De dónde sale Federico, este detective accidental hijo de la crisis?
Respuesta. Federico es el resultado de trasladar a mi terreno y a mi época un modelo de personaje que ya existía en la historia de la literatura: el bufón, el pícaro barroco, el protagonista de la comedia noir, el detective sin nombre de Mendoza... Es el clásico hombre sin atributos, conformista y sin suerte cuya comicidad nace de una confrontación de lo que cuenta, que es muy prosaico, muy de andar por casa, y cómo lo cuenta, porque él es muy pedante, muy redicho. Hay miles de referentes anteriores a mí que han explorado este personaje, pero he querido hacerlo mío.
P. Desgrana en la novela tópicos como el machismo, el clasismo, la homofobia... ¿Cuánto tienen de reales en esta sociedad pretendidamente moderna en que vivimos?
R. No cabe ninguna duda de que cómo muestro esto en la novela es una caricatura, y así lo he pretendido, pero detrás del humor muchas veces se esconden intuiciones o se denuncian cuestiones que están ahí latentes o presentes. Mis personajes son probablemente los más adaptados a este mundo enfermo, o incluso los expulsados de esta sociedad idílica que es la que parece que tenemos, pero no me cabe duda de que podrían existir, con sus reservas y sus modificaciones, porque conozco personas reales cuya trama vital se parece a la de mis personajes.
"Detrás del humor muchas veces se esconden intuiciones o se denuncian cuestiones que están ahí latentes o presentes"
P. Destila una visión caústica y realista del Madrid actual, ¿de dónde nace esta aproximación a la ciudad?
R. He vivido en Madrid desde los 18 años, y es una ciudad que me ha hecho muy feliz y me ha dado muchas cosas buenas. Creo que es una ciudad muy sexi literariamente hablando, muy atractiva y con muchos contrastes, y con un punto canalla que es más difícil encontrar en otros lugares. Pero sí es verdad que en estos procesos de turistificación y gentrificación que están afectando a todas las grandes ciudades se están perdiendo muchas de las cosas bonitas que tiene para la gente que vive en ella, para los vecinos de toda la vida. Es ya imposible vivir en el centro o abrir un negocio, los jóvenes no pueden alquilar y se han transformado muchos espacios míticos de la ciudad en lugares turísticos. Y todo esto es de ley reflejarlo en una novela ambientada en el Madrid de hoy porque, si no, ¿qué estás contando?
P. La novela salta sin complejos de Machado y Cortázar a Antonio Vega y Sabina o a Woody Allen y Almodóvar, ¿ya no hay fronteras entre alta y baja cultura?
R. Sigue habiendo fronteras, pero son impuestas por una suerte de academicismo rancio. En lo que a esta novela se refiere, establecer esa frontera era perder la poca honestidad que me quedaba. Porque esta novela es muy impostada, muy barroca, y tiene mucha mezcla, y si en una novela así, que nace de la mezcla, del pastiche, de la exageración, renuncias a los referentes que realmente la han conformado, y que no tienen por qué ser siempre Alejo Carpentier o Cortázar, de pronto pueden ser un adivino de la televisión, la serie Cuéntame o una canción; dejas de ser honesto.
P. En este sentido, ¿qué opina del debate en torno al apropiacionismo, de esa cultura de la basura de la que habla Fernández Mallo? ¿La cultura es eso, ir reciclando todo lo pretérito?
R. Totalmente, en ese sentido estoy muy alineada con Fernández Mallo. Creo que la única manera honesta que tiene la cultura de evolucionar es apropiarse de lo anterior, meterlo en una batidora, darle caña, acoplarlo con otras cosas, probablemente prostituirlo e incluso hacer que sea peor en muchos casos. Pero es en ese proceso donde surgirán cosas nuevas que, partiendo de los residuos de lo anterior, tendrán interés. Creo que nadie crea nada en el vacío, desde luego yo sería incapaz.
"Los referentes no tienen por qué ser siempre Alejo Carpentier o Cortázar, de pronto pueden ser un adivino de la televisión, Cuéntame o una canción"
Y es que Carballal reconoce sin complejos a todos sus referentes, que destacan especialmente, siendo su novela hilarante y surrealista, en el campo del más fino humor. "Cada vez que hablo con un periodista o con un amigo me señala lo que hay en el libro de Jardiel Poncela, o de los hermanos Coen o de... Y yo siempre pienso que es genial que me digan esto, porque es algo que no había racionalizado, pero son referentes que han conformado mi visión del mundo y que conozco", explica, antes de asegurar que nunca le han citado a alguien desconocido para ella, muestra de que absorbemos sin darnos cuenta todas las fuentes de las que bebemos. "Lo de Mendoza es evidente, me apropio de lo que él hace de una forma vil y maligna", bromea, "pero que pronto aparezcan estas referencias que yo no había racionalizado ni intentado plasmar de antemano, me encanta, me hace mucha gracia y me parece un buen síntoma".
P. Más allá de esas apropiaciones, el humor está presente en toda la novela, ¿cómo lo entiende y cómo lo utiliza?
R. El humor es para mí un lenguaje natural de escritura, e incluso muchas veces de hablar con los demás. Creo que es una manera de enfrentarse al mundo, casi un modo de resistencia, que es distinta a la militancia porque parte más de intuiciones que de hechos. Pero sí que es cierto que a mí el humor que me interesa tiene una acidez, una amargura, que te hace plantearte si realmente es humor o no. Ese límite que casi coquetea con el poshumor, estas cosas de, por ejemplo, sacar un chiste de su contexto y meterlo en otro sitio a ver cómo resuena... En el fondo muchas veces, lo que ocurre con el humor es que el contexto determina su significado, y jugar con eso me interesa particularmente. En la novela lo hago y hay en España una estupenda hornada de nuevos cómicos como los de Mongolia o La vida moderna que exploran estupendamente esa capacidad de descontextualizar cosas y ponerlas en lugares que no son el suyo.
P. ¿Y dónde estarían sus límites?
R. Creo que el único límite posible al humor es el contexto. Es decir, ¿por qué ahora hay este problema o esta supuesta falta de límites que hasta ahora nadie había percibido? ¿Hasta ahora no existía el humor negro? Esto es una tontería enorme. Si tú te lees mi libro, estamos suscribiendo un pacto de tal forma que yo estoy utilizando un código que, en el momento en que a ti no te interese, cierras el libro y ya está. Si entras en él, es un juego. Lo mismo pasa con un chiste o con un artificio humorístico. Pero ahora el contexto se ha perdido, porque con las redes sociales el contexto es absoluto. Entonces, un chiste de humor negro que yo hacía rodeada de gente que entiende y disfruta ese tipo de humor, al volcarlo en la red, se encuentra con receptores que no están utilizando ese mismo código. El problema es la disolución del contexto.
"El único límite posible al humor es el contexto, pero ahora el contexto se ha perdido, porque con las redes sociales es absoluto"
P. ¿Y los límites de la cultura, que, como vimos el año pasado en varios momentos comienza a recibir censuras?
R. Me parece muy significativo que esto esté sucediendo, y creo que tiene mucho que ver con internet, porque seguramente en el caso de Fariña, si no se hubiera hecho viral el contenido del libro, no se hubiera creado el fenómeno que llevó el caso a un tribunal. El caso de Fariña es muy representativo porque consiguió desde una esfera privada secuestrar un libro en el que además no había difamación porque no había opinión, sino fuentes documentales contrastadas que mostraban hechos probados. El salto del ámbito estrictamente privado, que es que puedas sentirte como te dé la gana, lo conviertas en un conflicto público, eso es lo problemático.
P. Todos destacamos el humor de su novela, pero a pesar de este tono, subyace en la historia un componente de dramatismo y sordidez, ¿es así?
R. Pues claro, la historia es sórdida desde el principio y los problemas de los personajes lo son. Por eso decía que me interesa el humor que se adentra en terrenos inhóspitos para él, en terrenos pantanosos que a lo mejor estás leyendo y piensas "no sé de qué me estoy riendo porque esto no es para nada gracioso". Creo que hay pasajes, ya no dramáticos, sino simplemente tristes, porque exploran las diversas soledades de los personajes. Es triste ver a un tipo rico sólo, a una señora mayor a quien su marido ha abandonado con un niño que se ha quedado sola, a una mujer transexual que por su condición se ha quedado sola, y a un tío que ha perdido a todos sus amigos porque ha sido un pringado toda la vida. Es este concierto de soledades el que hace que la novela sea triste todo el rato, más allá del humor.
P. También escondido tras el humor hay mucho de crítica social, ¿cómo ve el mundo alguien de su generación?
R. Más que una visión generacional he pretendido ofrecer el punto de vista de alguien que está vivo hoy, porque los personajes de la novela tienen varias edades y a todos ellos, de uno y otro modo les ha afectado el signo de los tiempos. A lo mejor no ha sido la crisis económica, pero sí un sistema social que te hace estar cada vez más sólo aunque parezca que estás cada vez más conectado que nunca. O ha sido un entorno que te ha expulsado por ser quien eres. Por tanto, no es tanto algo generacional, sino más bien crítica a los tiempos independientemente de la edad que tengas.
P. Tras esta novela, ¿en qué está trabajando?
R. En realidad llevo bastante tiempo escribiendo otra cosa, porque el libro ya lo terminé hace un año, pero se ha demorado por los procesos editoriales. Estoy trabajando en una segunda novela, pero va para largo porque ésta me requiere mucha más documentación al estar situada temporalmente en los 80 y 90 y ambientada en Galicia y Valencia. Es una historia muy diferente, y espero no perder el tono, pero a ver qué sale de ahí.