Moisés P. Sánchez: "El arte es dar, no demostrar"
El compositor y pianista se adentra en el Tractatus de Wittgenstein en el festival FIAS. Además, durante los próximos meses lanzará tres discos a partir de obras de Bach, Beethoven y Bartók
5 marzo, 2021 18:12Hace 100 años Wittgenstein publicó el Tractatus lógico-philosophicus, referencia indispensable en el análisis de las relaciones entre lengua, pensamiento y realidad. Pepe Mompeán, director artístico del FIAS y habilidoso conector de efemérides y conciertos, le propuso a Moisés P. Sánchez (Madrid, 1979) trasvasar a notas musicales el emblemático texto. Tras sumergirse en él, el pianista y compositor madrileño sintió que podía construir un discurso a las teclas a partir de su tesis central: que los límites de nuestro lenguaje son también los límites de nuestro mundo. Sánchez, jazzista aficionado a los desafíos intelectuales, que asume sin ponerse pedante, considera este presupuesto demasiado empírico. Su cuestionamiento lo ha formulado sobre pentagramas que hará sonar este sábado en el Corral de Comedias de Alcalá de Henares y el miércoles en La Abadía, citas en las que la improvisación, con su empuje irracional, encontrará la puerta entornada.
P. ¿Por qué le lleva la contraria a Wittgenstein?
R. Porque seguro que nuestros ancestros prehistóricos, cuando flipaban viendo salir el sol por la mañana, se mirarían y compartirían su emoción. Había ya una comunicación previa al lenguaje. Y, además, porque esa teoría de los límites rige todavía menos en el ámbito de la música: lo que transmite esta va mucho más allá de la las normas con las que se construye.
P. ¿La improvisación, tan consustancial al jazz, sería una manera de ampliar el campo de esa transmisión?
R. Sí, pero no hay que olvidar que la improvisación también brota de parámetros de los que uno se ha imbuido previamente. Para mí, la improvisación es, como decía John McLaughlin, tocar algo que no haya sido tocado antes por uno mismo. El gran misterio de la música es por qué unos intérpretes transmiten y otros no. Todos tenemos a nuestra disposición códigos como el ultracromatismo de Wagner o la politonalidad de Bartok pero no todos, al manejarlos, llegamos al mismo punto en términos de emoción. Depende de la energía que haya detrás, y eso cuestiona a Wittgenstein.
Más allá del empirismo
P. ¿Entonces su obra para el FIAS se puede entender como una refutación del Tractatus?
R. No, yo también creo que la norma sirve para crear. De hecho, en uno de los cuadros de los siete que la componen utilizo círculos de quintas, un recurso usado hasta la saciedad, y me parece válido como proceso constructivo, pero intento luego ampliar la visión. No me basta la lógica racional que, por ejemplo, rige de una manera casi pura el bebop. Algunos artistas sentimos esa llamada y a otros les basta con el empirismo expresado por Wittgenstein. Son dos caminos legítimos.
P. Pero sí parece que usted atiende a Wittgenstein en el sentido de que se provee de los máximos lenguajes posibles para expandir su nivel de conocimiento. ¿De ahí mana su vocación ecléctica, que salta de la clásica a la copla o el rap pasando por el jazz?
R. Absolutamente. En ese aspecto estoy de acuerdo. Cuantos más lenguajes domines, más puertas de este mundo puedes abrir. No saber te ata al azar. Te puede salir algo meritorio por casualidad. Pero para no depender de este es necesario el conocimiento de la lógica, de la que luego te puedes desanclar y hacer tu camino, acaso muy sencillo pero trascendente. Como el Love Supreme de Coltrane, que tiene tres acordes, no más, pero sigue estando vigente.
P. Aunque parece que lo que más le mueve es la búsqueda de la belleza, de su esencia, independientemente de los ropajes que vista. ¿Es así?
R. Sí, no sé muy bien todavía qué es la belleza pero tengo muy claro que si por algo merece la pena el arte es para buscarla. Y también tengo claro que es una búsqueda sin fin: cuando crees que la estás tocando, siempre se acaba escapando. Puedes repetir el proceso pero ya no llegas a ese punto. Es así de esquiva.
“No corrijo a Bach o Bartók –¡dios me libre!–, me acerco a sus obras como si fueran ‘standards’ de jazz”
P. Wittgenstein vivió con la frustración de creer que sus teorías nunca serían entendidas. Es una angustia muy común entre los creadores artísticos. ¿Usted también la padece?
R. Preocuparse por eso creo que es un problema de ego: pensar que la gente no te va a entender es situarse muy arriba, darse demasiada importancia. Aparte de que te impide avanzar. Yo lo que busco es dar algo que mejore la vida de las personas. El arte para mí es un acto de generosidad. Es dar, no demostrar.
P. Lo que no le angustia es versionar a gigantes de la clásica. En los próximos meses saldrán tres discos suyos a partir de obras de Bach, Beethoven y Bartók. Nada menos.
R. Bueno, es que me he criado escuchando su música. Empecé a tocar el piano con ellos con tres años. Es un proceso natural. Yo me acerco a sus partituras como si fuesen standards de jazz. Siento que es algo que ya se puede hacer después de tanto tiempo, ¿no? Mi intención no es interpretarlos con la maestría técnica de Barenboim, Brendel, Argerich, Lang Lang…, montándome mi propia película en cada compás. Ni tampoco corregirles –¡Dios me libre!– porque sus obras me parecen insuperables. Sólo aporto mi visión, que puede convivir con las más académicas.
P. ¿Cómo ve la situación de la música tras un año de pandemia?
R. Veo que la profesión necesita una regularización urgente. Hay muchas figuras que conforman el tejido musical que se ven obligadas a trabajar en los límites de la ilegalidad, porque ni se les contrata ni les corresponde pagar la cuota de autónomos. Hablo de road managers, backliners, montadores… El ministerio que debe respaldarles ni los conoce. Y por estos motivos se han quedado fuera de las ayudas. Los músicos no son solo los funcionarios de las orquestas sinfónicas o Alejandro Sanz. En general, ves las partidas del Ministerio de Cultura en comparación con otros ministerios y te das cuenta de la importancia que se le concede. Una pena, porque la cultura y la educación nos librarían de muchos conflictos que sufrimos.
P. Usted ha lamentado que en España se desperdiciaba el talento que manaba a borbotones de conservatorios y escuelas. ¿La necesidad de incorporar músicos locales en las programaciones por la pandemia puede ser el principio de la solución?
R. Habrá que verlo. Ahora se están tirando los cachés por los suelos, alegando la reducción de los aforos. El verdadero cambio que tiene que darse, cuando nos recuperemos de esto, que lo haremos, es que al artista nacional con talento se le equipare en la remuneración con el de fuera. No 2.500 euros para el de aquí y 20.000 para el extranjero.